Escribir sobre Jacobo Zabludovsky implica adentrarse en el México postrevolucionario de la segunda mitad del siglo XX, en el modelo de televisión y periodismo que creció en una sociedad política sin pluralismo ni disenso. A pesar de ello, Jacobo daba una editorial completa con tan solo levantar una ceja o hacer una pausa larga.
Hacía periodismo a pesar del poder.
Ahora, que la libertad de expresión es mayor, no faltan los que, en un despliegue de ignorancia (o de deshonestidad intelectual) acusan a Zabludovsky de «agente del periodismo oficialista». ¿En esa época existía alguna posibilidad de hacer periodismo televisivo que fuera contrario al gobierno? Jacobo se las ingeniaba para denunciar cuestiones sin pelearse con la autoridad. No faltaron los altos funcionarios que, al momento de una noticia incómoda, llamaban a su programa para aclarar algún punto.
Recuerdo un reportaje, durísimo, en el que Zabludovsky denunció el maltrato de los animales en los rastros. Las imágenes eran terribles, pero no le tembló la mano para señalar algo que le parecía salvaje, inhumano. Cierto, Jacobo no era un contestatario del sistema, pero tampoco era el cortesano obsequioso que imagina la comunidad chaira: la pretensión de que, en esa época, hubiera un periodismo televisivo violentamente opositor es sumamente ingenua, para usar una palabra suave.
No, Jacobo Zabludovsky no podía ser Julio Scherer, porque la televisión estaba bajo controles más férreos y difíciles que la prensa: se necesitaba más talento e inteligencia para decir las cosas. Incluso la represión era distinta: para callar a un presentador televisivo bastaba con que el gobierno bajara el interruptor, a los periódicos les negaban el papel, les armaban huelgas (o les expulsaban del medio, como le pasó a Scherer en Excélsior). Callar el periodismo impreso requería más trabajo subterráneo; en contraste, silenciar la crítica en televisión era tan sencillo como hacer una llamada telefónica. Por ello no tienen justificación las diatribas contra Zabludovsky, que comparan peras con manzanas.
Vino la alternancia y Jacobo dejó la televisión. La explicación de las causas de ese cambio en los medios merece un libro entero, baste con decir que Zabludovsky se fue a la radio y ejerció esa nueva libertad para expresarse, su vida acabó en esa encomienda, no en el retiro o la ausencia.
Jacobo era hijo de inmigrantes polacos, nació y creció en la pobreza. Como él mismo señaló en varias ocasiones, su formación se la debía a la educación pública: fue hijo del esfuerzo y el trabajo. Abogado por la UNAM, era apasionado del toro, la cultura española y el tango. «El güero de La Merced» era la síntesis de su herencia hebrea y la cultura latinoamericana que lo acogió.
Su salida del programa 24 horas en el año 1998 no fue la única vez en que dejó esa emisión (y que evidenció su capacidad para reinventarse): recuerdo que Guillermo Ochoa sustituyó a Jacobo, con un noticiero nocturno denominado Nuestro Mundo. Al poco tiempo, Zabludovsky fundaba el sistema de noticias ECO y eventualmente regresó a 24 horas.
Crecí viendo 24 horas y me pesa mucho el deceso de Zabludovsky. Maestro de muchos, aun de aquellos que reniegan de su forma de hacer periodismo, su ausencia física es una pérdida para todos los que apreciaban su enorme cultura, finura y agudeza mental. Le debo a Jacobo mi vocación a los medios, lo que hace de este 2 de julio de 2015 un día particularmente triste.
Hasta siempre, Jacobo.