El estupor es una característica desconocida para el mexicano promedio. Nos hemos insertado en una normalidad que raya en la perversidad masoquista. Quizá seamos millones de Nerones tocando el arpa mientras nuestro país arde. Porque no encuentro otra explicación. Un presidente que le tiende la alfombra roja al enemigo número uno del país, miles que marchan contra el matrimonio igualitario como si se les fuera la vida en ello y el dólar rompiendo récords son solo botones de muestra.

Maslow se volvería loco si viviera y observara la manera en la que el mexicano escoge sus prioridades. Y sí, creo que la necedad es el valor supremo de nosotros los mexicanos. No necesitamos psicólogo, necesitamos psiquiatra. Está claro que ninguna terapia de modificación de conductas colectivas nos ayudará. Que nos dieran algo para que despertáramos. Que los hongos alucinógenos se convirtieran en medicamento de primera mano para ver si entendemos por qué en lo más profundo de nuestra psique seguimos pensando como si estuviéramos en los setenta.

No hay que escarbar muy profundo para entender que este sistema que tenemos nos proyecta como somos, y a la vez retroalimenta la rueda de la conformidad. Como una indefensión aprendida, pero pagada con nuestros impuestos.

Una inmensa mayoría quiere ver caer al presidente, como si con ello se solucionaran los males. Pero no se entiende que no es el presidente, que simplemente se ha convertido en el pararrayos de un sistema. Esta es otra muestra de nuestra necedad. El presidente es el árbol, el sistema político es el bosque.

Nos esforzamos por salir a la calle a coartar los derechos de los demás, mientras la economía nos dice que hace tres años nos alcanzaba para el doble de lo que nos alcanza hoy. La iglesia absuelve violadores y voltea la vista mientras le asesinan a dos de los suyos.

Y en este teatro de varias pistas, el mexicano observa emocionado, como si de una telenovela se tratara, la tragicomedia en la que se ha convertido el país. Su absoluta necedad abreva de la idea egoísta que se hace del mundo; mientras no me pase a mí está bien.

Como lo diría Juan Villoro en un artículo de reciente publicación, las redes están llenas de vigilantes, y como lo discutía con una amiga muy cercana, los artículos de opinión están para destruir, no para construir. Los grandes villanos de la vida nacional son como las estrellas fugaces, así como llegan desaparecen porque nuestra atención necesita las escandalosas novedades. El Lord de ayer palidece ante la lady de hoy. Y en este panóptico inverso, jugamos a observar y a que nos observen, en una absoluta andywarholización de la vida cotidiana.

Es increíble como los mexicanos siempre buscamos nuestro punto de equilibrio a la baja. No hay nada parecido a un manual de superación personal y el extremo de nuestra estupidez es la adoración de anti arquetipos. El ratero, el traposo y el gandalla como grandes faros que iluminan nuestra realidad nacional. Y para muestra, el equipo gobernante. Seamos sinceros. Los gobernantes son temporales aunque hagan mucho daño. La realidad es que este es nuestro país y no lo podemos llenar de Suizos o Noruegos.

Los que tenemos que dejar de ser los eternos adolescentes somos nosotros. Nadie vendrá a solucionar nuestros problemas. Y para ello es imperativo dejar de ser necio. Recuerden que vamos en el mismo barco, y si este se hunde es culpa de todos, no nada más del pésimo capitán que escogimos.