Me invitaron y ahí estuve. Por mi pasado, desde luego. Seguramente soy el único de los asistentes al Palco Central de la Cámara de Diputados que no ha visto a Andrés Manuel en varios años.
Supongo que Ivanka Trump, que estaba ahí también, antes de volver a su país tuvo tiempo de saludar al presidente López Obrador.
Me cayó bien la hija de Trump, sin poses de diva, que sí le vi al rey de España, en el palco de al lado más que insistente en llamar la atención de la estadounidense, que lo atendió como amabilidad como a todos. Felipe VI hasta cayó en el mal gusto. No me cuentan, lo presencié.
La familia del presidente de la República, en las filas delanteras del palco —Beatriz y su hijo Jesús Ernesto; los hijos mayores de AMLO: José Ramón, Andrés Manuel y Gonzalo—, no perdió detalle del discurso que comentaré en otra ocasión.
Dos o tres filas atrás de la familia, Rafael El Fisgón Barajas y Pedro Miguel, de La Jornada, aplaudieron más que nadie.
Andrés Manuel llegó a la Presidencia por su capacidad, por su liderazgo, por su carisma, por su resistencia, pero sin el apoyo intelectual e inclusive sin el sacrificio de los dos colaboradores de La Jornada mencionados y de muchas otras personas que participan en el extraordinario diario de izquierda dirigido por Carmen Lira, el evento histórico de ayer sábado en el Palacio Legislativo de San Lázaro no habría sido posible.
Una fila atrás de El Fisgón y Pedro Miguel, periodistas de izquierda a los que respeto por su verticalidad y la calidad de su trabajo, estaban los tres empresarios de medios más importantes de México, a los que respeto por chingones: Bernardo Gómez, de Televisa; Ricardo Salinas Pliego, de TV Azteca, y Olegario Vázquez Aldir, de Imagen.
¿Qué es La Jornada frente a tres televisoras gigantescas que pertenecen a grupos mediáticos (Televisa) o empresariales (Azteca e Imagen) todavía más grandes?
Respondo: La Jornada es pura autoridad moral. No tiene una audiencia de decenas de millones de personas, pero ha guiado durante décadas a la izquierda mexicana, que como sabemos ya es mayoritaria en nuestro país.
No se me vaya a malinterpretar. De ninguna manera digo que Televisa, Azteca e Imagen carezcan de autoridad moral: la tienen, y mucha. Sus directivos y propietarios son empresarios trabajadores y honestos que, cada uno con su estrategia, han abierto los medios importantísimos que dirigen a todas las voces políticas e ideológicas. Pero ni hablar, no poseen, nadie en México puede presumirlo, el compromiso periodístico de La Jornada, que no quiere solo analizar la realidad nacional o simplemente dar información objetiva. La Jornada, como en el marxismo clásico, ha buscado otra cosa: cambiar a nuestro país. Y con la Presidencia de Andrés Manuel, de alguna manera lo ha logrado.
La directora de La Jornada tenía un lugar en ese palco, pero Carmen Lira, que tanto quiere a Andrés —y Andrés tanto la quiere a ella—, no apareció. Guille Álvarez, su asistente en la dirección del diario, que sí estaba presente, me dijo: “Carmen se quedó a trabajar; habrá actividades todo el día y piensa coordinar sin distracciones la cobertura periodística”. Así es la señora Lira, siempre admirable.
Había otras personas ligadas a La Jornada, como Bertha Maldonado, Carlos Payán (fundador del periódico) y Elena Poniatowska.
Estaban también dos artistas de izquierda a los que admiro y aprecio: Epigmenio Ibarra y Luis Mandoki, con sus esposas. Epigmenio se retiró pronto para ir al Palacio Nacional a filmar la entrada del presidente López Obrador después de su discurso en el Palacio Legislativo. Su compañera, Verónica Velasco —que participa en la dirección de Argos— se quedó y con su celular fotografió todo el evento.
Los invitados internacionales de Andrés ahí andaban: el cantautor Silvio Rodríguez, de Cuba; el líder del Partido Laborista de Gran Bretaña, Jeremy Corbin, y Miguel Ángel Revilla, presidente de la comunidad autónoma de Cantabria, España.
Ivanka Trump, al lado de Beatriz Gutiérrez Müller, estaba en un extremo del palco, junto al palco de los presidentes o representantes de los gobiernos de otros países, como Felipe VI. En algún momento Silvio, poeta y músico socialista y aun comunista, se acercó a donde estaba la hija del presidente de Estados Unidos. Pensé que la iba a saludar: no lo hizo. La dignidad a veces cuenta más que la diplomacia. El cubano se puso al lado de Ivanka solo para dar la mano a algún presidente latinoamericano de izquierda.
La hija de Trump llegó con Claudia Sheinbaum, futura jefa de gobierno de la Ciudad de México, y Rosa Icela Rodríguez, que será su secretaria de Gobierno. Claudia y Rosa Icela dejaron a la visitante con Martha Bárcenas —será embajadora en Estados Unidos— y las dos se fueron a sus lugares abajo, con el grupo de gobernadores… y ya dos gobernadoras que podrían ser tres si se resuelve en el sentido femenino el conflicto poblano.
Al lado de los directivos principales de Televisa, Azteca e Imagen estaba Alfonso Romo, el jefe de la oficina de López Obrador. Lo acompañaba su esposa. ¿Por qué si es el jefe del equipo no estuvo abajo con el gabinete? Pienso que Poncho no quiso. Típico hombre de negocios regio, no se le dan los reflectores. Ha tenido presencia mediática, pero creo que ya entendió que si aspira a sobrevivir y, sobre todo, a aportar en un proyecto tan complejo como el gobierno de Andrés Manuel, debe optar por la discreción.
¿Los otros grandes empresarios, como Slim? En otros lugares. los vi a la salida. Qué bueno que asistieron.
¿Lo mejor del evento?
Dos cosas:
i.- Que Andrés Manuel se puso la banda presidencial. Es la segunda que se pone. Ya tuvo la de presidente legítimo… y en aquella ceremonia rebelde de 2006 estuvimos algunos que repetimos, destacadamente Silvio Rodríguez… otros, por sus responsabilidades no solo no se asomaron, sino que inclusive cuestionaron —muy duro, con ganas de destruir— el desafío de no aceptar el fraude electoral. Qué bueno que ya todos estamos en paz.
ii.- Los aplausos de Pedro Miguel y Rafael El Fisgón Barajas. La felicidad de estos periodistas es la de todo un pueblo.