Con el trajín que llevan las cosas, ya en la recta final de las campañas, el fin de semana arreciaron el furor proselitista y la asfixia informativa con cábalas que parecen formar parte obligada del show business electoral. En medio del ruido solo queda constatar que quienes en nombre del principio democrático se erigen en intérpretes de nuestros anhelos, poco mas han hecho que lavar ropa con modales que van desde la necedad hasta la infamia. Lo cual genera a su vez una gran masa de basura informativa. Mientras, sigue abierta la pregunta más elemental que se hace el ciudadano perplejo ante el espectáculo: ¿De qué nos sirve todo eso? ¿Qué esperar? ¿Nada?

Con el radio puesto recorro el circuito exterior mexiquense por la zona conurbada de Ciudad de México, territorio ahora en disputa, donde no hay regalo para la vista y ni siquiera el cielo está libre de mancha. Cientos de panorámicos con las fotos de todos los candidatos, ofreciendo al pueblo las perlas de la virgen. Qué puede generar ilusión en esta sociedad. Ya hemos desistido de esperar que en la política pueda haber algo ejemplarizante e inspirador. Viendo pues a donde mirar, escucho en la radio una gran noticia: Michel Franco gana una vez más el premio de la sección “una cierta mirada” del festival de Cannes, ahora por su cinta “Las hijas de Abril”. Con este galardón, el cineasta suma uno más a los otros dos ganados en el mismo festival los años anteriores. El pensamiento vuela hacia aquella hermosa ciudad de la Riviera francesa, epicentro del cosmopolitismo lúdico y del buen vivir.

Días antes del premio no estaba Michel Franco en la imagen, pero no importa: en el Paseo de la Croisette posaba para los fotógrafos un grupo de mexicanos, que además son ciudadanos del mundo. Elegantes sin afectación, con buen humor, formando equipo como familia bien avenida. Los une un sentimiento compartido, que es un saber de dónde vienen y lo que eso implica. Son gente de cine. Diego Luna, Emmanuel Lubezki, Gael García Bernal, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, Salma Hayek, Guillermo del Toro. Y no están todos los que son. Parte sustancial de su éxito se debe a una conjunción de talento, trabajo y sentido empresarial, y a su apertura al mundo, donde encontraron cauces de cooperación y de proyección que exceden en mucho lo que México podía ofrecerles.

Ellos son testimonio real de que a veces lo imposible se hace posible. Verlos triunfadores ante las cámaras permite recordar allá y acá que no todo es la cruda realidad que los informativos reportan de este país, por más que ahora parezca rebajado a la condición de oscura provincia, lejos de todo lo bueno y grande. Y al ver tanta energía concentrada, no deja de maravillar que realmente hayan salido de esta tierra. Pero así es.  Son emisarios de la aspiración, de la aventura y maestros de lo posible deseable. Cierto es que el talento no tiene patria. Pero aun así tenemos motivo de orgullo: sentir que también aquí formamos parte de esa cadena y compartimos los mismos lazos. Lo que también es México.