La función está preparada. Los personajes ultiman el aprendizaje de mensajes compactos, repetidos ante el espejo, probando gestos, actitudes, retocando acá y allá, monitoreados por los juglares y ventrílocuos de la cofradía. Los vimos hace dos semanas y volveremos a verlos mañana martes.  Bustos parlantes leyendo con disimulo frases de cartón, presentando ridículas cartulinas con gráficos, avales ilegibles, culpando, prometiendo, pidiendo. Un espejo de mediocridad en que hemos de mirarnos, porque ese es el biotopo en que se desarrolla la vida del país. Es lo que hay. Según parece, el debate en México no puede ser de altura, porque la vida no da para más. Y el espectador atónito, mirando de un lado al otro, sigue sin saber qué es lo que realmente se vota. La experiencia le dice que nunca es nada de lo que se ofrece, sino otra cosa.

Así pasó el primer debate entre los aspirantes a la gubernatura del Edomex y así pinta el que viene. Si de algo sirve su formato es para aumentar el descrédito de la política y de sus propuestas: un espectáculo que sólo induce a buscar una vez más refugio en la risa. “Treinta por ciento menos violencia en dos años”, “un millón de empleos”, “salario rosa”, “voy a hacer lo que tenga que hacer”, “te roban y a nadie le importa”, “yo no miento”, “el papelito habla”, “ya no les creemos”. Cánticos dirigidos a una población en apariencia alienada, ingenua y estúpida. El guiñol mexiquense hace recordar a Karl Kraus con aquello de que “la situación es desesperada, pero no seria”.

Para formarse una idea de lo desesperado de la situación en el Edomex no es necesario consultar las estadísticas. Al margen de invectivas y ofertas de supermercado proferidas por los candidatos, basta ver y oír una vez más lo que se pone de manifiesto en los discursos y que

todos sabemos: que en el México del siglo XXI, al margen de la aterradora violencia, seguimos hablando de drenajes, de agua corriente y electricidad para muchos hogares mexiquenses, de insuficiencia alimentaria, de abandono escolar, de transportes inseguros. Temas que hace décadas deberían haber dejado de serlo. Todo esto se oye como una declaración de bancarrota. Y todo sucediendo a escasos kilómetros de los rascacielos acristalados de Reforma, donde este país se lava la cara fingiendo que el otro México, el de casi todos, no existe.

La cultura de la corrupción es tan profunda y omnipresente, que parece que no exista otra. Solo ese y ningún otro argumento es esgrimido entre los contendientes para deslegitimar al adversario, antes siquiera de dejarlo hablar.  No asistimos a un debate de ideas, al cuestionamiento razonado de propuestas, a la confrontación crítica de modelos diversos de sociedad. Hemos visto a los candidatos haciendo protesta de la propia decencia y capacitación, pero carentes de concepto. Ninguno de ellos ha tenido la audacia de salirse del corset de los intereses partidistas y, con un gesto de grandeza política, proponerles a sus rivales lo más urgente e imprescindible: un gran pacto, sin ventajas ni rédito político, de todas las fuerzas contendientes en torno a seguridad, corrupción y combate a la pobreza. Por mucho que lo proclame, ninguno de los candidatos podrá afrontar por sí mismo tan grandes retos. No es cuestión de ideología, la urgencia se remite a un nivel elemental de derechos humanos y demanda una movilización general de la sociedad como única fuerza capaz de producir el efecto deseado. Pero una llamada a la movilización solo puede prender en la ciudadanía, si las instituciones y sus representantes le ofrecen la cobertura de un firme consenso: La certidumbre de que ya llegó el momento de actuar, y de que las apelaciones ya dejaron de ser la bufonada al uso de la retórica electoralista. Sin embargo, el escenario que los indicios auguran para el Estado de México después de la cita de junio apuntan más bien en la dirección contraria: la fragmentación del voto entre partidos con infraestructura para mal de todos, y partidos sin infraestructura para mal de todos los demás. Una situación de difícil arreglo que con toda probabilidad se repetirá en 2018 con una presidencia débil, una cámara atomizada y una difícil política de pactos. Se avecinan tiempos movidos con un escenario político que puede degenerar claramente en una crisis de gobernabilidad y parálisis en las grandes cuestiones que afectan al país. Veamos qué nos cuentan los candidatos este martes.