Mitomanía: Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice (RAE).
La estrategia de Ricardo Anaya ha sido planteada de manera errónea. Quienes le asesoran privilegian unos segundos de protagonismo en los debates electorales organizados por el INE, a cambio de semanas de desmentidos que mediante el proyecto de #Verificado2018, se viralizan en redes sociales al publicarse en más de 80 medios.
No es que el candidato por el Frente sea el único que recurre a la mentira y a los datos imprecisos para ‘probar’ sus argumentos, pero sí el que monopoliza las afirmaciones más polémicas.
Como se ha visto en estos dos debates, e incluso, teniendo en cuenta el realizado en 2012, las preferencias electorales muestran una distorsión apenas perceptible producto de dicho ejercicio; sin embargo, las campañas en redes sociales sí que mueven votos y es por ello que no se entiende que el candidato arriesgue todo su capital político en estas a cambio de nada, que es lo que ofrece el espacio de la contra argumentación. Un pésimo negocio que explica cómo ha desperdiciado dicha plataforma y en lugar de cerrar distancias con el candidato puntero, sus preferencias prácticamente no han cambiado desde febrero, mientras que AMLO sigue teniendo un crecimiento que si bien es minúsculo, supera el obtenido por sus contrincantes, mantiene las distancias, y de paso le garantiza una victoria en julio próximo.
El asunto se torna grave no porque exceda una práctica que de hecho, caracteriza a la clase política mexicana, ni porque quiera aventajar mediante el engaño a sus contrincantes -es política y esta es sucia-, sino porque Ricardo Anaya ha recurrido a la mentira y la manipulación incluso cuando no es necesario.
Porque no es que no haya tela de donde cortar si se quiere atacar a los adversarios, pues ningún político en el mundo es capaz de elevar todos los indicadores de su gestión, dejando algunos en los que podría enfocarse su estrategia; pero abusar del recurso al grado de tener que mentir y falsear información, incluso cuando se tiene una ‘verdad’ de fondo, o es un "hara kiri" político o el síntoma de una enfermedad, pues a sabiendas de los resultados contraproducentes que le puede atraer, sistemáticamente recurre a ello pese a estar consciente del daño que se autoflagela.
Tal vez la estrategia sea que es mejor ser recordado por un ‘impreciso pasional’ -en el mejor de los casos- o un mitómano -el peor-, que ser recordado por blanqueador de capitales -lavador de dinero- o por traidor -como le catalogan muchos de los que fueron sus correligionarios-, pero en todo caso, hubo un error de medición del impacto que ahora tiene a su equipo en la lona.
Porque las campañas no se acaban en 36 días -el 28 de junio inicia la veda electoral-, sino en 23, pues será cuando prácticamente la atención mediática se volcará en el evento futbolístico más importante que acontece cada cuatro años.
Desde este momento pero sobre todo en los próximos días, seguirán siendo publicados y difundidos, particularmente en redes sociales, falsedades e imprecisiones derivadas del segundo debate por parte de los candidatos, un fenómeno que sin duda perjudica más a Anaya dada su condición de mitómano y es que su afección es tal, que cuando se celebró el segundo debate presidencial, todavía se desmentían aseveraciones realizadas por dicho candidato durante el primero de estos ejercicios.
Pese a la poca audiencia que tendrá el tercer debate -desde aquí aseguramos que el de mayor impacto sería el primero-, dada la tendencia a la baja que ya mostró el segundo de ellos, a Anaya le podría pasar como a la fábula de Juanito y el lobo: incluso si cambia de estrategia y recurre a la veracidad de sus afirmaciones con estricto rigor, no gozará de credibilidad ni de autoridad moral -esta otra cosechada por asuntos de enriquecimiento anómalo y blanqueo- para revertir en lo más mínimo un reto que le quedó muy grande y del que nunca, durante toda la campaña, estuvo cercano de cumplir.