El escritor Fernando de León propone el género de las micromemorias para recuperar instantes que sirven como memorias completas. Le sigo con dos breves recuerdos que definen el país en el que vivo, un país que no entiendo sino acotado por las memorias de mi generación:
1.Me aburro esperando a que la videocasetera rebobine la película. Se tarda 40 minutos y es una lata, pero forma parte de las obligaciones de la casa: el que vea una película debe poner rewind hasta que la cinta regrese al principio. Me lleno la boca cuando mis amigas me preguntan si tengo videocasetera. “¡Claro!”, les digo, y procuro escabullirme antes de que hablen de antenas parabólicas. Creen que eso es el futuro. Ilusas. El futuro es lo que acabo de ver en Mad Max y es desolador: en muy poco tiempo el mundo será un polvoso desierto sin ley ni gobierno en el que me toque pelear por un galón de gasolina.
2. Anocheció hace rato, pero en la sala de redacción no se nota. Nunca se nota, pero hoy menos: estamos nerviosos porque entre los adelantos de información que llegan al sistema central hay indicios de un triunfo del PAN.
Hay PREP, pero no hemos soltado la nota. Esperamos, y me pregunto si se caerá el sistema, si se voltearán los números, si habrá sangre, cuando me distrae un silencio inusual. Mis escandalosos colegas enmudecieron y sólo hay una voz, la del Presidente Zedillo en el televisor: “Hace un momento me he comunicado telefónicamente con el licenciado Vicente Fox para expresarle mi sincera felicitación por su triunfo electoral, así como para manifestarle la absoluta disposición del gobierno que presido”. Hasta ahí escucho, nadie escucha más. El barullo estalla, los cuerpos se doblan en las mesas, los rostros se ocultan en las manos.
¡Es vergonzoso, somos periodistas! De alivio, por miedo, por asombro, por felicidad, por rabia o todo junto, pero no hay nadie que no llore. México, como lo conocíamos, acaba de dejar de serlo.
Pertenezco a una generación bisagra que vio llegar la posibilidad de ver una película en casa en VHS y que hoy navega sin dificultad en el mundo digital de los millennials. Puede hacer memes y jugar Basta; sabe cómo se construía un artista en Siempre en Domingo y baja música en Spotify. Mi realidad nacional es la de ese segmento demográfico que sabe cómo era el país cuando el vino sólo era Padre Kino, el gobierno sólo era el PRI y la memoria sólo era la propia. Mi país es el de la generación que vio y promovió el cambio en la forma de leer, de ver películas, de hablar con los políticos, de ser gobernante, de formar familia. Mi generación es la que saluda que haya gritos y sombrerazos en la Cámara de Diputados porque hay más de un partido con fuerza. Mi generación celebra que pierda elecciones el PRI, que pierda gobiernos el PAN, que pierda delegaciones el PRD.
Ese es el México en el que yo vivo y mi país es mi generación.
Una generación a la que toca traducir los dos mundos mexicanos y defender los territorios ganados. Entendemos los chistes de Fidel Velázquez y los memes que aluden al home office. Vivimos el desprecio por ser hijos de padres divorciados y hoy invitamos en Año Nuevo a familias homoparentales.
Bebimos leche bronca y tomamos leche de almendra en cápsulas.
México es para mí un país que vio perder a los antiabortistas, a los reaccionarios, a la iglesia católica, a Elba Esther Gordillo, a Labastida, a los proteccionistas. Mi país es mi generación, la que traduce los mundos, la que ve lo ganado, la que lamenta lo perdido, la que teme que regresen los villanos olvidados. Esa generación bisagra, traductora, premillennial, postbabyboomer es la responsable del futuro. Hoy tiene casi 40, casi 50, y sabe lo que había, teme los retornos y conoce de cambios. Nadie entiende como mi generación a Baumann y la liquidez de la realidad, del amor y de la política, pero esa comprensión no ha rendido frutos. No hemos llegado a donde la generación anterior quería, el camino que tomamos fue otro y el objetivo lo desdibujamos.
No hemos hecho del gobierno orgullo, de la política discusión, de la ciudadanía deber, de la democracia normalidad.
Mi país, que no existe más que en mi generación, tiene un reto enorme: traducir. Los que nos precedieron no se han ido y los que nos siguen, ya tomaron nuestros espacios. Pero los traductores somos nosotros, sólo nosotros podemos hacer que los objetivos de los jóvenes del 68 tengan sentido entre los jóvenes del 2000. Los mexicanos que dibujaron el futuro no lo lograron, los que tienen las herramientas no lo entienden. En medio está mi generación.
¿Cuál es el México en el que quiero vivir? Ese en el que pueda decir que mi generación logró su cometido.