En la arena política nacional todos lo saben y muy pocos lo niegan. Hoy por hoy, el que la gana es Andrés Manuel López Obrador. Y es que más allá de los números que arrojan las distintas encuestas sobre las preferencias electorales de cara a la renovación de la Presidencia de la República en 2018, es incuestionable el hecho que se ha construido en torno a la tercera candidatura del tabasqueño una coyuntura política y mediática inmejorable para que finalmente despache en Palacio Nacional a partir de diciembre del próximo año.
AMLO es actualmente un mejor candidato del que fue en 2006 y 2012 pero no porque haya aprendido de sus soberbios errores, o porque Morena sea un partido inequívocamente pulcro, intachable y democrático, tampoco porque la supuesta moderación en su retórica y discurso sea más atractiva para la moribunda clase media que antes le temía, mucho menos por su inverosímil tesis que los grandes problemas nacionales se resolverán con el deseo, voluntad y ejemplo del Jefe de Estado.
No. López Obrador es el puntero en los sondeos simple y llanamente porque se ha erigido ante los ojos de la mayoría del electorado, pese a las distintas y nunca probadas acusaciones en su contra, como una figura invulnerable a lo que más desprecian los mexicanos de su clase política: la corrupción. Esa pesada losa el tabasqueño no la carga, o porque genuinamente es un hombre recto con una honestidad inquebrantable o porque es el político mexicano más audaz para cubrir a la perfección el rastro de sus ilícitos.
De cualquier manera, esa es y seguirá, siendo su carta de presentación ante un país ávido de legalidad y asqueado de los viajes a Atlanta, de los cuñados y ahora hermanos incómodos, de las casas blancas, de los socavones, los departamentos en Miami y un largo, grotesco y lamentable etcétera. Aunque muchos de sus colaboradores no podrían decir lo mismo, en el clóset personal de López Obrador no se guardan esos esqueletos y hoy en día ese es el activo político más rentable y codiciado en el país.
En tanto que Mancera, la ALDF y algunos pseudocomunicadores, apresuradamente, pretenden vincular indirectamente y desacreditar directamente a López Obrador con la impunidad que reina Tláhuac, cortesía de Rigoberto Salgado Vázquez, el de Macuspana, él y sólo él, se reconstruye como figura presidenciable viajando a Sudamérica y reuniéndose con los mandatarios Michelle Bachelet y Lenín Moreno. La agenda de AMLO está en Los Andes, no en Donceles. La apuesta de AMLO es la que tuvo Trump, visita como candidato, más tarde como presidente.
El ya anunciado proceso para destituir al turbio jefe delegacional no será más que otra muestra de la politización de la justicia selectiva y oportunista que impera en México y que en incontables ocasiones ha sido utilizada para fines electorales. Si las autoridades capitalinas tenían conocimiento desde septiembre de 2016 que la incidencia delictiva relacionada con el narcomenudeo en Tláhuac se había incrementado, y que Salgado Vázquez pudiera haber estado involucrado, era necesario actuar inmediatamente y no 10 meses después. Las calles de Tláhuac no son la serranía del Triángulo Dorado. Septiembre 2016 no es lo mismo que julio 2017.
Si en el PRI y el PAN se pelean por los spots o se amaga con desobedecer la histórica disciplina partidista o si el equipo de Salgado y la Delegación supuestamente están infestados de cuates, colaboradores o familiares de “El Ojos”, eso a AMLO no lo acongoja, él desde La Moneda evoca a Allende y saluda para las redes. En 2008 se lo dijo a Carlos Navarrete y en 2017 lo reafirma: el movimiento soy yo. En los tiempos antisistema, de la post verdad y los hechos alternativos, gana el que relata la mejor historia y Andrés Manuel es el mejor cuentacuentos que hay en México.
Muchas gracias a SDP Noticias por la oportunidad y el espacio, nos leemos en la próxima.