El proceso electoral del 4 de junio en el Estado de México deja tres grandes lecciones:
Primero. Al status quo ya no le alcanza. El PRI y Morena tuvieron resultados tan cerrados que el margen tan pequeño abona a la desconfianza. Pero lo que hay que leer, con los resultados obtenidos por el candidato tricolor, Alfredo del Mazo, es que al status quo, con todas las herramientas de las que puede echar mano, no le da más que para una tercera parte de la mitad del electorado. En otras palabras: convence al 15 por ciento de los electores del Estado de México. Aún si confirma el triunfo y lo consolida en tribunales, está claro que el priismo no es la opción de los ciudadanos mexiquenses.
Segundo. Vestirse de alternativa al PRI y usar eso como bandera de campaña resultó competitivo pero no generó consenso en torno a eso. El partido con más posibilidades de triunfo (Morena) puso sobre la mesa la posibilidad de quitar al Partido Revolucionario Institucional del gobierno, y eso convenció a una tercera parte de la mitad del electorado. Ojo, esto es importante, pues no todos los votantes consideraron esa razón como prioridad: hubo diversidad política. La mayoría de los mexiquenses, y aquí cuento a quienes se abstuvieron, anularon su voto u optaron por otro partido, no considera importante la alternativa lopezobradorista como su opción de gobierno.
Incluso debo señalarlo: si acaso el PRD o el PAN o incluso la candidata independiente, fueron instrumentos del status quo (esquiroles, dice Gerardo Fernández Noroña; basura de la historia, dicen en las redes los militantes de Morena), eso habría sido en la cúpula de los partidos, no entre quienes acudieron a votar. Ellos, los millones que votaron por Josefina Vázquez Mota, por Zepeda o por nadie, no vieron en Delfina Gómez una opción de gobierno ni la salvación frente al status quo.
Tercero. Una elección altamente competida tiene, en 2017, más herramientas que en el 2006. Tanto el PRI como Morena, los partidos políticos que están disputando el triunfo, tienen medios de impugnación. No necesitan recurrir al discurso de un fraude histórico: pueden impugnar casillas o distritos o, en su caso, la elección completa si acreditan las causales que la ley electoral contempla: coacción de voto, soborno, cohecho, rebase de topes de campaña, irregularidades en más del 20 por ciento de las casillas, recursos ilícitos, uso de programas sociales… los artículos 402 y 403 del Código Electoral del Estado de México les pueden dar más ideas.
Aquí es importante señalar algo. Si los partidos no presentan pruebas, los tribunales protegerán la voluntad emitida en las urnas. Clamar fraude es como gritar al ladrón, y tanto el PRD como Morena y el Partido Acción Nacional (por hablar de la oposición, pero lo mismo tendrá el PRI) cuentan ya con la experiencia suficiente para acreditar fraudes previos a la jornada electoral, tanto en territorio como en las instituciones que se supone deben velar por la libertad y seguridad del voto.
El equipo de campaña de Delfina Gómez, la candidata de Morena, seguramente tiene elementos sólidos para impugnar los espacios y los momentos en los que considera que el voto no fue libre, la jornada no fue justa y la equidad se alteró. El conteo rápido ha dado ventaja estadística al PRI, pero aun si este miércoles se presentara un resultado favorable a Morena, la diferencia seguirá siendo pequeña y valdrá la pena que hagan uso de los recursos de impugnación. Para eso están.