Nefertiti y Grecia, hermanas de 16 y 14 años, respectivamente, murieron en un presunto enfrentamiento armado entre elementos de la policía veracruzana y supuestos delincuentes.

Apenas unas horas después del deceso de las dos jóvenes, la procuraduría de Veracruz se apresuró a señalarlas como integrantes de un grupo de la delincuencia organizada. Así nada más, aún no se limpiaba la sangre que quedó en el pavimento, cuando las autoridades daban por hecho que las hermanas eran criminales; cero investigación y cero presunción de inocencia.

Para sustentar su dicho, las autoridades declararon que tanto Nefertiti como Grecia, se tatuaron calaveras, sus amistades eran peligrosas, tenían mal carácter, eran rebeldes y habían abandonado la escuela. Sí, tal cual, en pocas palabras, según el procurador de Veracruz, las jóvenes fueron abatidas por su apariencia y por enojonas. ¡Toda una aberración!

Esta criminalización a priori no es nueva, ejemplos tenemos muchos; recordemos a los 15 muchachos asesinados en 2010 dentro del fraccionamiento Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde un grupo armado irrumpió en una fiesta que celebraban alumnos de preparatoria, y sin mayor justificación, abrieron fuego en contra de los asistentes. Al conocer la noticia, el entonces presidente, Felipe Calderón, señaló que los muertos pertenecían a un grupo del crimen organizado; ante las protestas de los padres de familia así como de la opinión pública, Calderón tuvo que recular y admitir que se había precipitado en sus dichos, sin embargo, el daño por la criminalización de las víctimas ya estaba hecho.

Otro hecho similar tuvo lugar, en el mismo año 2010, a las puertas del Tec de Monterrey, campus Monterrey. Ahí, dos universitarios fueros baleados por miembros del ejército mexicano. Al percatarse que los jóvenes eran estudiantes, les sembraron armas para posteriormente informar que pertenecían a un cártel del narcotráfico. De no haber sido por la valiente intervención pública del rector del Tec, los universitarios hubieran sido enterrados con la etiqueta de delincuentes.

Así mismo, es inevitable recordar la desaparición, en el Estado de Guerrero, de los 43 normalistas de Ayotzinapa, mismos que, por medio de filtraciones a la prensa por parte de las autoridades estatales y federales, fueron estereotipados como miembros del crimen organizado.

Hoy, hay cientos de jóvenes mexicanos desaparecidos, de hecho, mientras escribo estas líneas, en Jalisco se manifiesta la comunidad estudiantil para exigir a las autoridades la localización de tres muchachos que son alumnos de la Universidad de Medios Audiovisuales, y que fueran secuestrados hace unos días por hombres armados.

Ser joven; ser secuestrado, asesinado y/o desaparecido en México, se ha convertido, dolorosamente, en algo cotidiano. Ser joven; ser criminalizado y/o etiquetado como una simple cifra para la estadística, es una ruindad por parte de los hijos de puta que debieran proteger al futuro de México.