El temor al diferente ha sido de siempre un factor que une a las comunidades. Con el advenimiento del estado-nación, este deseo de identificación se convirtió en uno de los factores que permitió que el estado se consolidara.  El imperio de los romanos estableció una suerte de igualdad entre los pueblos conquistados, dotándolos de cierta autonomía mientras pagaran sus impuestos sin discriminar por raza. Fue un imperio de mestizos.

Con la conquista del continente americano (aquí hay un uso abusivo del lenguaje que quizá prefigura una forma subconsciente de racismo, al hablar de descubrimiento, cuando tenía millones de habitantes que no sabían que eran descubiertos) las formas de racismo se institucionalizaron.

La corona española estableció un sistema bastante sofisticado de castas, con la finalidad de mantener una hegemonía económica a la vez que racial. Los españoles peninsulares estaban en la cima de la cadena alimenticia, mientras que los hijos de ellos, por el solo hecho de nacer en el nuevo continente eran  discriminados, (lo que más tarde derivaría en la independencia).

En Norteamérica, los autoproclamados pioneros, vieron a los nativos como un accidente geográfico, un impedimento para el desarrollo de esta nueva sociedad. No hubo conflicto ético en su exterminio, eran diferentes y sobre todo no-cristianos. Una jihad cristiana fundamentalista. Siendo la norteamericana una sociedad altamente hipócrita, el exterminio de sus pueblos nativos ni siquiera es tema de discusión. La palabra progreso es infinitamente superior a la palabra vida. Por ello, con el surgimiento de la esclavitud, los seres humanos de diferente color de piel eran objetivizados, no alcanzaban la categoría de humanos, si acaso se les asignaba un porcentaje de humanidad.

Las mujeres españolas o criollas eran escasas, por lo que los españoles tuvieron que buscar entre las nativas  una pareja, lo que desembocó en el profundo mestizaje que tenemos hoy. Pero mestizaje no significaba el fin de la cultura de la discriminación. En Estados Unidos, la inmigración masiva de europeos de todas clases, cuyo único elemento de identificación era el color de piel, permitió el desarrollo de una subcultura blanca. (Que haya voces populares que la defiendan como “cultura blanca”  no deja de ser una estupidez, no existe tal y si existiera ya hubiese miles de libros explicándola).

Hanna Arednt explicaría esta peculiaridad norteamericana en una entrevista. Se mostraría sorprendida por el papel de la constitución en el papel de los nuevos inmigrantes. Diría que mientras que en Europa la constitución no deja de ser letra muerta, en Estados Unidos es lo único, lo supremo, lo más importante. En México  al igual que en Europa, la constitución es un trozo de papel sin significado, por eso ha sido modificada más de cuatrocientas veces. En nuestro país, hubo una ley de indias que proclamaba la igualdad de todos ante la ley. Lo único que logró es hacer menos obvia la cultura de castas que aún subyace en los comportamientos mexicanos.

En Estados Unidos existe un racismo de una mayoría de la sociedad de piel más clara en contra de sus minorías, mientras que en México una minoría de piel blanca (al igual que muchos países de Latinoamérica) dicta los comportamientos y las aspiraciones de una mayoría que nunca será como ellos.

El desarrollo de formas culturales americanas pasa por la ausencia de títulos nobiliarios, establecidos en sus leyes, por lo cual, la necesidad de una diferenciación es establecida por los títulos universitarios o apellidos compuestos.

Solo basta con ver nuestro comportamiento hacia nuestros hermanos centroamericanos que, genética y culturalmente son idénticos a nosotros, o la manera en la que tratamos a nuestros indígenas, relegándolos a fuerza de nuestra incomprensión hacia los márgenes de nuestra sociedad.

El racismo de la sociedad norteamericana vive sus últimas etapas. No quiero decir que en el corto plazo desaparezca, ni que vaya a dejar de ser un elemento constituyente de su sociedad. Me refiero de manera explícita al hecho de que por fuerza de la demografía, el norteamericano es cada día más moreno, y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Los blancos en pocos años serán otra minoría.

En cuanto a nuestro país, la caída en picada de la televisión abierta y sus contenidos racistas, (aquí hago un pequeño apunte, la norteamericanización de nuestra sociedad es un tema que tocaré en otro artículo) permitirá una mayor apertura hacia el entendimiento de nuestras contradicciones, y a la apertura de un diálogo que permita que de una vez enfrentemos el tema de nuestro racismo de frente y busquemos solucionarlo.

Lecturas

Cinco escritos morales Umberto Eco

Por qué fracasan los países Daron Acemoglu

El laberinto de la soledad Octavio Paz

Anatomía del mexicano Roger Bartra