En Jalisco resultan lejanas las tradiciones del sur de México, las ofrendas, las mesas llenas de viandas al gusto de los que se fueron, la costumbre de no contaminar ni comer nada de la ofrenda antes que los muertos, en la noche del día primero los muertos chiquitos, los niños para que la noche del dos, lleguen los muertos grandes, a ellos se les ofrecerá tequila, whisky, rompope según sus gustos en vida, sus comidas preferidas, que han evolucionado junto con la sociedad, hoy se ofrecen hasta pizzas – pues a los muertos ya les tocó otra época – comidas olorosas, por la creencia de que es lo único que se llevan los muertos, el aroma de lo que en vida disfrutaron, pero siempre están presentes en la memoria y el ánimo de quienes quedamos y les seguimos amando y añorando.

Jalisco, por su cercanía con los Estados Unidos, además de los vínculos familiares por la cantidad de emigrantes del Estado para aquel país, le hace frágil culturalmente con la penetración de usos, costumbres y tradiciones norteamericanas, así ha sucedido durante muchos años, una prueba es la asimilación de palabras comunes integradas a nuestro idioma, desde aquel lado de la frontera; lonche de lunch, troca, ejemplos de penetración o asimilación cultural según se quiera ver, la transición de la noche de muertos al Halloween del vocablo inglés All Hallow's Eve, víspera de todos los muertos.

La tradición religiosa de los jaliscienses, no llegó a completar el sincretismo cultural de las tradiciones originales o precoloniales, con las tradiciones de la conquista, los gallegos, fundadores de Guadalajara y de la Nueva Galicia, herederos de la tradición católica española, no pasaron por la asimilación que hubo en el centro y sur del país, quizá eso justifica el carácter y la idiosincrasia del pueblo jalisciense, la gastronomía, hasta la discriminación del color de los frijoles, hacen la diferencia entre el noroccidente y el sur sureste mexicano.

Lo que sí nos hermana no solo con el país, sino con la humanidad en general, es la memoria de nuestros muertos, el triste recuerdo de evocar los momentos felices que pasamos, con los que se han ido físicamente, pero que permanecen en nuestro recuerdo y en nuestro corazón, como Serrat con la sensibilidad con que escribiera Machado, “Aquellas pequeñas cosas”. Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia, … Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón… Y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.

Son tiempos, momentos de recordar – re-cordar – pasar o volver a pasar por el corazón, de conmemorar – volver a ver con la memoria, los momentos felices vividos, con quienes ahora están muertos, momentos de nostalgia que, a veces nos arrancan un rayo de alegría con una sonrisa surgida de un recuerdo chistoso, ocurrente o agradable de nuestros difuntos, con una palabra o a veces nos sorprende la carcajada, de esa persona que tuvo la virtud de asombrarnos y hacernos reir, reflexionar, quienes iluminaron una etapa de nuestras vidas. Todos sin excepción evocamos esos recuerdos con una mezcla de sentimientos encontrados, alegría por el recuerdo y tristeza por su partida, pero en todos los casos, es un sentimiento que nos acompaña toda la vida, si al menos, en nuestro paso por la vida, pudiéramos dejar el recuerdo que provoque una sonrisa entre quienes se quedan, habría valido la pena vivir.

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