Parece que el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador tiene el camino allanado a la presidencia, pero hay un enorme obstáculo que puede volcar su potente carrocería. Es el mismo de siempre: el miedo.
Es la paradoja del fenómeno de López Obrador, que obtiene su combustible del mismo lugar de donde sale su kriptonita: las emociones.
Por un lado, el enojo, por el otro el miedo. El enojo y la rabia con los privilegios, con la corrupción y con la violencia, le dan combustible a la idea de un cambio. Pero el miedo a perder lo conseguido (y no sólo me refiero a lo conseguido por los bribones) se interpone.
Ese miedo es muy poderoso: se ancla en la clase media, en los demócratas, en los opositores, en los pequeños empresarios, en los comerciantes informales, en los maestros, en los pensionados, en los funcionarios públicos, en los profesionistas, en los periodistas.
¿De dónde sale el temor a López Obrador? El temor, en general, nace de una expectativa. De una creencia en algo que puede suceder, no de una certeza. Por ejemplo, el miedo a aventarse de un paracaídas no nace de la certeza de estrellarse en el suelo, sino de la pura posibilidad. Los más valientes, los que están dispuestos a darle una oportunidad a la experiencia, piden garantías.
¿Cuánto tiempo tienen los arneses? ¿Hay un seguro? ¿Hay un médico por si nos falta el aire? Por lo menos esperamos que nos digan con convicción que de verdad, no pasa nada.
Pero si el que nos pide que saltemos con el paracaídas se encoge de hombros y dice que no sabe, que ya veremos, y cambia de opinión cada vez que nos dice en dónde vamos a aterrizar, entonces el miedo se impone. Algunos saltarán confiando en que con eso salvan la vida. Pero muchos no. el miedo es poderoso.
Por eso, si López Obrador quiere ganar esta vez, tiene que atajar el miedo que ya empieza a extenderse, y reconocer que ese miedo es en gran parte provocado por él. Sus enemigos lo aprovechan, pero él es quien lo causa con su indefinición. La gente quiere saber si la economía estará fuerte, si el gobierno no provocará cierre de bancos, si conservarán su empleo, si podrán hablar mal de él sin represalias, si sus ahorros no se evaporarán. Hay muchos miedos, algunos más sofisticados que otros, algunos sobre la democracia, otros sobre las libertades. Pero el más poderoso es el que tiene que ver con el patrimonio, con los ahorros y con la inflación.
Sobre eso tiene que hablar ya López Obrador porque el miedo, su enemigo, empieza a extenderse. Ya no es suficiente que diga que será honesto. Ante la posibilidad real de que gobierne los próximos seis años, debe dar garantías de que su administración no hundirá la economía mexicana.