San Miguel Arcángel
Si usted no lo sabía...Le comento, que una de las obras artísticas importantes del barroco poblano lo tenemos en Cholula, Puebla. De la mano del gran Cristóbal de Villalpando (1649-1714). Se tata de su famoso San Miguel Arcángel; pintado con penacho de indio Principal. Uno de los mayores lujos en las exposiciones internacionales de México.
Se puede mirar en el lado derecho del crucero de la parroquia de San Pedro, la que comunica a la plaza de armas y se eleva oronda en su desplante retador palafoxiano. En contra esquina de la Plaza de Armas y a escasos metros de la casona del Caballero Águila, la primera construcción civil de Cholula.
La reliquia arquitectónica más importante convertida en oficina de gobierno. Del otro lado, sobre la zona arbolada, esta el portentoso san francisco, con su capilla abierta, su misteriosa pintura mural, felizmente convertida en biblioteca y centro de documentación de la orden de los franciscanos.
Es posible que el San Miguel de Villalpando haya sido pintado durante la década de los ochenta del siglo XVII, pues entonces estuvo en Puebla en dos ocasiones. En el año de 1683 se le encuentra realizando la Transfiguración de Jesús y el Descenso; y cinco años después pinta la cúpula de la catedral poblana, la primera y única decoración cupular hecha en la Nueva España, en la época barroca.
Este San Miguel Arcángel que les digo, testimonia las antiguas lealtades étnicas de la población cholulteca; me parece que en materia pictórica marca un estilo local que, con sus muchas variaciones históricas, se mantuvo vigente en el ánimo de los mayordomos hasta los años cincuenta del siglo pasado. La presencia de posturas artísticas seculares es un fenómeno que podemos ubicar en la segunda década del XXI, y no tienen que ver nada con la vieja tradición colonial.
Hay que recordar que en la Colonia el trabajo de los artistas estaba controlado por las autoridades civiles y religiosas. Los pintores (que no tenían el carácter de artistas como lo tienen ahora, sino de simples artesanos) carecían de libertad para abordar sus historias sacramentales. El concilio de Trento y varias ordenanzas los obligaban a seguir un conjunto estricto de reglas.
De salirse del canon corrían el riesgo de ser llevados ante la Inquisición y acusados de herejía. Una pena grave que se pagaba en la hoguera. El modo “correcto” era dedicarse a copiar fielmente las copias que llegaban de Europa. En el gremio de pintores y doradores había los llamados “veedores”, un juez interno encargado de dar fe de que las narrativas e imágenes pintadas se ajustaban al canon.
Sin embargo, los pintores que querían sobresalir frente a obispos y virreyes –porque de ellos dependía su fama y clientelas–, realizaban grandes esfuerzos con las telas, como explica José Guadalupe Victoria en su Baltazar de Echave (UNAM, 1994), para llamar la atención.
En ese dilema se encontró el gran Villalpando cuando recibió el encargo de pintar un San Miguel Arcángel para la iglesia de San Pedro, consagrada cuatro décadas atrás por el quisquilloso de Juan de Palafox y Mendosa, como parte de la secularización de “la doctrina indígena” emprendida por él en 1641.
El problema no sólo era pintar un cuadro de arcángeles, sino encontrar el atributo de la “distinción” local. Fue cómo la figura celestial apareció con sus insignias de guerrero, pero en vez del característico casco bruñido, el autor le puso en la cabeza un penacho de indio Principal de barrio de Cholula.
Don Francisco de la Maza, siempre bondadoso, le regalo un libro con su concepto. Dice que este San Miguel llama la atención por su “arrogante actitud, su casco cuajado de plumas y su completa armadura. Lo colores no son vivos ni variados, como era la costumbre, sino al contrario, el manto es de un púrpura opaco, as plumas son grises, como las alas, y sepia la armadura. Tal parece que Villalpando quiso descansar con este lienzo de la exagerada policromía que uso en otros cuadros, como el radiante San Miguel, paradigma del barroco pictórico, que nos dejó en la catedral de México”.
Manuel Toussaint lo mienta en su Pintura colonia aunque no se demora en él.
La parroquia de San Pedro es importante no sólo por su valor artístico y arquitectónico, sino porque fue parte de la disputa violenta entre el clero secular y regular. Se le consagró el 28 de diciembre de 1640 por Juan de Palafox y Mendoza, el polémico obispo de Puebla.
Otros autores han visto en el carácter cortesano y el amaneramiento de la figura, una de las distinciones más altas en la obra del pintor.
(La referencia a Palafox tiene que ver con el primer intento de secularización de los recintos católicos, en manos de órdenes religiosas. El arzobispo Palafox como ejemplar representante de la monarquía se afanó en concentrar en una sola mano el poder político y religioso.
La iglesia de San Pedro se construyó por mandato de Palafox para contrarrestar la influencia del Convento y de los franciscanos entre la población. Los sacerdotes de la orden se atrincheraron tras las vetustos portones, la población se alebrestó, relucieron los cuchillos y de todos modos fueron echados.
Palafox perdió la confianza del Rey y pidió su retorno; éste pidió que se le autorizara presenciar la consagración de la Catedral. La biblioteca que dejó, en pensamiento, representa el peor retroceso cultural para la nueva España; otra cosa son los volúmenes como objetos de curiosidad)