Comencemos en que los partidos pueden hacer lo que hacen: todo.
Elegir en los puestos de elección popular, a sus compadres, a sus hijos, a la esposa, y a los amantes; pero sobre todo los que tienen dinero para pagar, la precandidatura o la candidatura completa (verbigracia Huauchinango; Juan de la Madrid).
Moreno Valle en Puebla, impuso como gobernadora a su mujer, Martha Érika Alonso. Nadie pudo impedirlo. El asunto, ya se sabe, llegó a los máximos tribunales judiciales en el nuevo gobierno, el de izquierda, el que combate la corrupción, y aún así, vimos como declaradamente los ministros omitieron todo género de pruebas y ratificaron el triunfo de Moreno Valle a través de su mujer. La plutocracia se impuso.
Los partidos, como parte de la estructura de gobierno no rinden cuentas. No obstante, están obligados por ley a hacerlo. Pero como no se someten a nada porque al final del día, -forman parte del gobierno-, siempre se presenta la oportunidad de negociar con el arbitro. Y de ser necesario, se cambia la ley.
En el entendido de que todo queda puertas adentro. ¿Y el papel de la población votante? Los votantes son la escenografía que lucen en la parte trasera del escenario. Ya se sabe que el gobierno en general se sustenta y afirma sobre la base de una nutrida red de complicidad.
Por eso los partidos, en la opinión popular de confianza, se encuentran por debajo de los policías de crucero. Nadie le confía las llaves de su casa a un dirigente de partido.
Morena-Puebla
El partido del presidente López Obrador y del gobernador de Puebla Miguel Barbosa Huerta, arranca la competencia por las diputaciones federales con una desventaja del 27.5% frente a la alianza opositora encabezada por los partidos PRI-PAN-PRD. El triunfo de los coaligados esta cantado en 4 de 15 distritos. ¿Cuál es la base de mi afirmación? La personalidad y modito de los candidatos elegidos la semana pasada.
Los que no obstante el cambio de partido en los tres niveles de mando, se mantienen inalterables en sus estructuras de poder e influencia política y económica.
Los nombres: Antorcha Campesina (el nombre del ungido es secundario, en el distrito de Atlixco), Ana Teresa Aranda, ex candidata a la gubernatura, la figura de la oposición panista más visible en la entidad, ex secretaria federal, y famosa por la persecución que enfrentó de los ex gobernadores Manuel Bartlett y Rafael Moreno Valle. Además es mujer, y una de la más experimentadas y aguerridas (distrito de la ciudad de Puebla). También están los Martínez Amador, uno de los cacicazgos más peculiares sembrados por el morenovallismo en la Sierra Norte (Huauchinango); y Jorge Estefan Chidiac (Acatlán de Osorio).
Ninguno de los cuatro tiene el perfil para perder, no por ellos sino por lo que representan.
La salvedad es la señora Aranda. Su fuerza no está en las redes de poder y complacencia, ni en los grupos subterráneos del dinero y la coerción. En términos estrictos, es una dirigente política que, fuera de sus escarceos con el Yunque, es ella, y sólo ella. Una cosa es que no estemos de acuerdo con su ideología y otra lo que representa.
Jorge Estefan Charbel es quien fuera brevemente secretario de Finanzas en el gobierno interino, a instancias –se dijo mucho– del entonces aspirante a gobernador, y ahora en funciones. Pero ya en el puesto le habría jugado chueco, pues les dejó los cajones vacíos. Esta es la tercera o cuarta vez que el oaxaqueño-poblano representa a aquella región en la Cámara, y en todas ha caído al frente de la Comisión de Presupuesto, la que tiene la última palabra en la distribución del presupuesto nacional.
Hasta en esa oficina en la que ya no caben más de tres personas, llegan todos los gobernadores, secretarios de gabinete, presidentes municipales, los representantes de las entidades descentralizadas y desconcentradas, de los órganos autónomos constitucionales a negociar y ampliar sus presupuestos anuales. Por alguna razón, fue el más ferviente promotor del Fobaproa-Ipab, a instancias de Manuel Bartlett, su principal mentor.
Es también corresponsable que el rincón mixteco que comprende el distrito de Acatlán siga siendo uno de las regiones más empobrecidas de la entidad. No por culpa de sus pobladores, ni de su mala fortuna, ni por las condiciones geográficas, sino de sus malos gobernantes. Entre ellos el propio Charbel. Mientras éste ha levantado un emporio de riqueza inexplicable, como lo denunció en 2010 el finado Rafael Moreno Valle, los pobladores de Acatlán siguen peleando los escasos charcos de agua para beber. Charbel representa en Puebla el grupo de los Gamboa Patrón, los Romero Deschamps y los Beltrones.
La suya no es una candidatura para perder. Incluso cuando ha perdido en las urnas de todos modos gana. Sino, que le pregunten al secretario de Educación Publica de Puebla, Melitón Lozano. El tiene la historia a detalle. Estefan es el primer tajo que recibe Morena y sus representantes. Su nombramiento es una provocación a las políticas de combate a la corrupción de ambos niveles de gobierno, federal y estatal. Cuando un grupo de diputados panistas de Guanajuato fueron sorprendidos pidiendo moches, respondieron que sí, pero que el verdadero maestro del oficio no estaba entre ellos, sino en el PRI, con el representante de Acatlán.
Pero no es el único tajo seguro a Morena. La presidencia del PRD en Puebla, sin mayor escrúpulo, ni moral, ni político, ni ético, designó candidato a diputado por el distrito de Atlixco a la familia Córdoba Morán, los dueños, y por lo tanto los que usufructúan ese consorcio empresarial denominado Antorcha Campesina, que se nutre de los más pobres de Puebla y México.