La pandemia tendrá efectos político-electorales. Me parece que ya se recienten. Lo podemos ver a nivel local, el espacio por excelencia para entender los movimientos de avance y retroceso. En los pueblos hay irritación por el desamparo y la displicencia gubernamentales. Pero esperanza en la vacuna. Su imagen se asocia con el presidente. El vínculo pandemia-elección es un tema a hurtadillas. Oculto por la exitosa propaganda gubernamental.
Aunque no lo digan es el principal apuro de los gobernantes de Morena y de la oposición, porque introduce inequidad. Uno pensaría que lo institucional (suponiendo que México es un país de instituciones) es que el Consejo Nacional de Vacunación sea el órgano encargado de coordinar y ejecutar el plan de vacunación de Covid-19.
Es una instancia creada con ese fin, tiene infraestructura y personal capacitado, y tal vez lo más importante y valioso, la experiencia en campo. Pero al parecer no es lo institucional y lo técnico lo que rifa.
El gobierno federal se mantiene inamovible en que sean los operadores en campo de la Secretaría de Bienestar, los muchachos que llevan el control de los padrones de beneficiarios de los programas de la política social. ¿Qué saben de salud? La política social, lo sabemos desde el Pronasol de Carlos Salinas, es la magia que hace ganar elecciones.
El principio de reciprocidad es uno de los elementos culturales más arraigados en el mexicano; si tu me das yo te correspondo. No hay ejercicio de derechos; el gobierno te socorre.
La decisión defendida en las mañaneras por el presidente López Obrador frente a los gobernadores y la opinión pública no alineada es motivo de sospechas y de críticas. El presidente insta a que no nos confundamos. Ellos, no son lo mismo del pasado.
Los operadores de bienestar (llamados pomposamente Siervos de la Nación), lo hemos visto en las acciones, se colocan por encima de los gobernadores y presidentes municipales; y contravienen y atropellan la distribución de competencias del federalismo. Pero son la veta de candidatos de Morena, incluso a puestos de gobernador. No es la primera vez que generan sospechas. En julio antepasado, la diputada Claudia Reyes Montiel, los acusó de ser el mecanismo del gobierno con el que se “pretende reproducir viejas prácticas del corporativismo electoral”.
Lamentó que el combate a la pobreza sea un pretexto del gobierno para pagar una estructura territorial de más de 17 mil personas para “servir electoralmente a Morena”. Además, mediante una solicitud de información se conoció que la Secretaría de Bienestar (cabeza del sector) “desconoce la metodología, objetivos, procesamientos de información y principales resultados del Censo de Bienestar que los siervos de la nación, estaría hacienda para inscribir beneficiarios en los programas sociales”.
En esta elección, Morena, no se juega la mayoría en la Cámara. Se juega la sobrevivencia como partido político. El partido Morena es un fenómeno producto de las circunstancias. Así surgió y seguramente así morirá. Nada avizora que sobreviva más allá del 2024 sin la tutela del ahora presidente. Salvo, claro, que al amparo del presidente repita en Palacio Nacional. De allí, pues que la pandemia haya caído como anillo al dedo. La movilización de una estructura parecida a los comités de solidaridad de Carlos Salinas, para la vacunación, estaría indicando que no es como dicen las encuestas.
Todos los días se nos recuerda en las redes que Morena esta por encima de sus contrincantes. Las encuestas en temporada electoral (ya lo sabemos) son parte de las campañas adelantadas de los partidos políticos, particularmente si son gobierno. Es una manera subrepticia de burlar los lineamientos del INE y evitar sanciones. Se dice que Morena ganará en 14 de 15 gubernaturas y la Cámara. El dato por sí mismo incuba en los votantes la idea de que el partido en el gobierno ganará las elecciones. Como antes lo hacía el PAN, y más atrás el PRI.
Pero una cosa es Morena asociado a la figura del presidente, y otra cosa es ese mismo partido asociado a un ex alcalde o diputado de pueblo, que ya fue gobierno por el PRI, o por el PAN, o PRD, (Morena es la suma de todas esas rémoras; no son ciudadanos virtuosos llegados de Marte) figurones de la política recordados por sus ultrajes y dispendio.
Resuenan sus historias ruidosas haciendo gala de sus corruptelas, de impetuosos enamorados al amparo del puesto, de nuevo ricos gracias al gobierno, de funcionarios prepotentes porque las pueden, de incompetencia supina en las obligaciones más elementales, propietario repentino de las mejores casas y terrenos en el pueblo, en fin, ese género de historias que son muy socorridas a nivel parroquiano, están vivas y aumentadas en el rescoldo de la gente.
¿Morena, arriba? Sí. Hay un fenómeno no estudiado por los especialistas que tiene que ver con el hecho de que la gente vota mayoritariamente por el partido en el gobierno, ya sea a nivel federal o estatal. Tratándose de partidos distintos, lo hacen de manera diferenciada. En las municipales se sigue el ritmo estatal. Se trata de las inercias culturales de los tiempos de partido hegemónico que aún no se acaban de disipar.
Pero también de los respectivos aparatos de control político que suelen echar a andar tantos los unos como los otros.