Sin pretender esbozar una crítica personalizada, usaré sus nombres para esquematizar mi pensamiento. Me refiero a las dos personalidades más sonadas para contender en la encuesta por la presidencia de Morena.
Ninguno de los dos - estoy hablando de Bertha Luján y Mario Delgado - logró satisfactoriamente hacerse elegible por mayoría amplia entre la militancia - y la masa simpatizante, ahora con la encuesta - durante las pugnas que antecedieron a la intromisión del Tribunal Electoral en los procesos internos de Morena. Que cualquiera de estas dos opciones, a quienes extiendo mi respeto, encabezara el partido despertará hostilidades, suspicacias y desconfianza en el otro lado.
Repito, el uso de los nombres no es una crítica personal. Ambos personajes han acompañado al movimiento del presidente de una manera u otra y cuentan con el respaldo de unos u otros compañeros. Pero en afán de defender mi punto, personificaré en ellos dos visiones distintas de hacer política. Adelanto que no defiendo a una contra la otra y adelanto también que - aunque uno tiene sus preferencias -, el contexto concreto puede llegar a ser más importante y decisivo que las inclinaciones personales o la ideología sin sustento material. Ningún proyecto es absoluto más que nuestras cabezas y la utopía sirve para caminar, aunque nunca lleguemos a ella.
De un lado de la moneda, tenemos al perfil político que se auto-comprende como la élite, cercana al poder desde siempre y que no acostumbra caminar las calles o hacer vida de partido. Desde esta visión, la política prioriza las acciones de gobierno y el cabildeo. Se acerca a los sectores de oposición y es criticado por las personas más idealistas y por los sectores populares, que son la base de todo partido político que pretenda representar a los menos desafortunados. Le llamaremos personalidad pragmática.
De otro lado, tenemos al perfil político de calle y militancia que es reticente a negociar con los sectores de la derecha. Se forjó en las calles y su debilidad es la carencia de institucionalidad. Es más cercano al sentir popular pero no necesariamente logra las mejores condiciones de negociación -y por ende, dificulta llegar a resultados concretos-. Le llamaremos la personalidad idealista.
Que cada quién le asigne a Delgado y Luján su lugar en este esquema. Lo cierto es que ninguna de las dos personas -o equipos políticos- logró llegar a acuerdos con el otro de manera que el partido político saliera unificado rumbo a las elecciones de 2021. Y también es cierto que ambos equipos han sido regañados por el presidente.
Mario Delgado recibió un fuerte llamado de atención por no incluir la agenda de la presidencia en el periodo legislativo donde se eligieron a los consejeros del INE. Por cierto, esta operación política fue cuestionada en la tribuna de la opinión pública por los simpatizantes del gobierno de Andrés Manuel.
Bertha Luján no ha hecho confrontaciones con el presidente, pero sí desgastó parte de su capital político en la disputa con Yeidckol Polevnsky. Quien también entró en disputas, pero con el presidente, fue uno de sus cercanos (de Bertha), el ahora presidente del CEN de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, cuando criticó la austeridad republicana y pidió que México contrajera deuda para afrontar la crisis del Covid-19; ambos argumentos son contrarios a la agenda del presidente, que es pública y fue votada en 2018 por la mayoría del pueblo de México.
Con las elecciones de 2021 a la puerta, urge que el partido se unifique detrás de un liderazgo que no se cuelgue en ningún extremo. Ni el idealismo a ultranza -que no respalda al presidente por no ver la realidad concreta en sus cálculos políticos-, ni el pragmatismo a ultranza -que no hace más que ver por sus propios intereses-.
El partido necesita a una personalidad que tenga experiencia en acompañar al movimiento social desde las calles pero también en concretar soluciones desde las instituciones. Alguien cercano al ejercicio del poder gubernamental pero leal al presidente más que a su propia agenda.
Con el acompañamiento y los buenos resultados que ha dado al movimiento de Ayotzinapa desde la Secretaría de Gobernación, y con la carga histórica que tiene haber sido el presidente del PRD al que desbancó el TEPJF durante el golpe de los chuchos al partido que exilió a Andrés Manuel, me parece que Alejandro Encinas es la opción atinada para combinar ambos el pragmatismo y el idealismo que caracterizan al movimiento y al presidente.