Febrero de 2016 es de excepción y obsequia un día extra, el 29; aprovecho la ocasión y escribo cinco después de la celebración del día de la bandera mexicana y de la polémica generada en torno. Contrario a muchos, no me molesta el que hayan hecho una versión cumbia del “Toque de bandera”, hasta podría bailarla si no fuera porque resulta desagradable la monotonía de ese ritmo; su sonsonete perpetuo. Si de onda bailable se trata, preferiría ese toque en salsa. Porque casi como el vals o el danzón, basta con oír una o dos cumbias y se acabó (suficiente la obertura a la opereta El Murciélago, de Strauss, “La Valse”, de Maurice Ravel, “Vals Triste” de Jean Sibelius y unos pocos más así de inteligentes; “Teléfono a larga distancia”, “Rigoletito”, “Nereidas” y basta).  En cambio, la salsa en su condición popular tiene mayor riqueza rítmica, orquestal y lírica.

Entre las columnas de Federico Arreola en torno a la polémica generada por televisa al producir semejante versión (es confuso el dato, porque  al final del video todo indica que se trata de un comercial encomendado por las “fuerzas armadas de México”), y una vez que los especialistas hubieron aclarado que no hay violación a la ley en producirla –contrario a lo que, ridículamente me parece, sucedería con el himno nacional; pues todo lo que de verdad contribuya al amor nacional vale, aunque se desarticule el himno en variantes-, una sugiere la serie de posibilidades para el “Toque de Bandera” con ritmos, estilos y géneros distintos. Igual que la cumbia, la mayoría de ellas me parece poco apetecible. Hablaré breve de una de las sugerencias. Pregunta Arreola: “¿Sería posible interpretar en modo operístico el Toque de Bandera? Con creatividad, sin duda eso se puede y bastante más.”.

Pero hay que decir dos cosas más. Primero, la sugerencia de versión zarzuelera (que no “de zarzuela”) correría el riesgo de la vulgaridad del género. Que en vez de una bella romanza resultara en el canto pitudo de una tiple o en la barata gracejada de un número cómico en exceso gachupín. Segundo, aclaremos que hay una confusión en cuanto a la idea de ópera. Se dice entre el vulgo de los concursos de televisión sobre todo, “zutana o fulano de tal cantó ‘El Rey’ en ópera”. Eso no existe sino en la ignorancia de la expresión. Más correcto sería como lo propone Arreola “en modo operístico”; pero con precisión debiera decirse: cantada con estilo operístico o cantada con una voz operística. Porque burdo e ignorante resulta eso de soltar “cantó ‘Granada’ en ópera”; porque la de Agustín Lara es una canción popular, no una ópera o siquiera parte de una de ellas.

Establecido lo anterior hay que decir, por ejemplo, que la nación del origen de la ópera tiene un bello himno que es interpretado con frecuencia por cantantes operísticos o líricos, como también se les llama. Tal vez la versión más emotiva y vigorosa de “Fratelli d’Italia” (Goffredo Mameli, letra; Michele Novaro, música) sea la cantada por uno de los magnos tenores de la historia, Mario del Mónaco. El himno gringo también es ejecutado con cierta frecuencia por voces líricas. En verdad, creo que casi cualquier himno nacional sonaría bien en la voz de un cantante de ópera, una voz entrenada. ¿Qué tendría que hacerse en México para lograrlo y quién podría hacerlo?

Antes de la respuesta, establezco que el himno nacional mexicano me parece bastante mediocre (contrario a lo que dice el vulgo y el interés político: “México tiene la bandera y el himno más hermosos del universo”; vaya chovinista locura). Si bien obedece a una época de guerras y acechos a la independencia nacional, en realidad nunca representó a todos los mexicanos; mucho menos hoy día, cuando ni siquiera alcanza a despertar un hondo sentimiento patriótico que no sea militar sino de entrañable amor a la Nación, con mayúscula. Por otro lado, ¿qué mexicano iría hoy a una guerra por defender qué y los intereses de quién? Sólo la milicia a sueldo y los mercenarios. Y descuéntese que lo que menos desea el mexicano promedio es más de la violencia y muerte desatada desde hace casi diez años, cuando el gobierno se declarara en guerra contra el narcotráfico.

Entonces, ¿qué tendría que hacerse en México y quién podría hacerlo? Primero, cambiar de himno nacional, crear uno nuevo que integre en espíritu profundo, si posible, los sentimientos de la nación tan violentados por la realidad. Mientras esta casi imposibilidad tuviera una oportunidad, habría de utilizarse la música y la letra del Toque de Bandera existente y que son superiores al himno nacional en ambos terrenos. De hecho, la letra escrita por la profesora Xóchitl Angélica Palomino Contreras  y la música de Juan Pablo Manzanares, suenan más entrañables al oído y apelan con mayor familiaridad al sentimiento nacional (el deber de invocación de un himno) que la obra de Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó.

Cantar:

“Se levanta en el mástil mi Bandera

Como un sol entre céfiros y trinos,

Muy adentro en el templo de mi veneración

Oigo y siento contento latir mi corazón.

“Es mi bandera la enseña nacional

Son estas notas su cántico marcial

Desde niños sabremos venerarla

Y también por su amor vivir.

“Almo y sacro pendón que en nuestro anhelo

Como rayo de luz se eleva al cielo

Inundando a través de su lienzo tricolor

Inmortal nuestro ser de fervor y patrio ardor.

“Es mi bandera la enseña nacional

Son estas notas su cántico marcial

Desde niños sabremos venerarla

Y también por su amor vivir.”,

es superior en integración, emotividad y posibilidad de amor verdadero a la nación que cantar:

“Mexicanos, al grito de guerra

El acero aprestad y el bridón;

Y retiemble en sus centros la tierra

Al sonoro rugir del cañón.

Y retiemble en sus centros la tierra

Al sonoro rugir del cañón.

“Antes, Patria, que inermes tus hijos

bajo el yugo su cuello dobleguen,

tus campiñas con sangre se rieguen,

sobre sangre se estampe su pie.

Y tus templos, palacios y torres

se derrumben con hórrido estruendo,

y sus ruinas existan diciendo:

de mil héroes la patria aquí fue.

“¡Patria! ¡Patria! tus hijos te juran

 exhalar en tus aras su aliento,

 si el clarín con su bélico acento

 los convoca a lidiar con valor.

 ¡Para ti las guirnaldas de oliva!

 ¡un recuerdo para ellos de gloria!

 ¡un laurel para ti de victoria!

 ¡un sepulcro para ellos de honor!”.

Mientras el himno nacional incita a la violencia y la muerte, el toque de bandera lo hace al amor y a la vida. Y a pesar de lo absurdo de la existencia, en términos sociales siempre se puede hacer mucho más con impulso de amor que con impulso de muerte. En contraparte, la melodía de Manzanares es superior a la de Nunó, con mayores posibilidades expresivas y orquestales. Y aquí entramos al punto. ¿Quién debiera de encargarse de la tarea de producir una versión del Toque de Bandera a ser interpretada por un cantante de ópera?

Antes que nada, habría que hacer un arreglo sinfónico con coros y cantante solista a la melodía de Manzanares. Y tendría que encargarse al más populachero de los compositores “clásicos” o académicos, no a Mario Lavista o Federico Ibarra sino a Arturo Márquez, el autor del multi-celebrado y facilón Danzón. El coro sería simple de resolver. En cuanto al solo, tendría que ser necesariamente para voz de tenor. Y sin duda, Plácido Domingo, que gusta de grabar hasta “Una mosca parada en la pared”, procuraría una versión; aunque baja de tono, pues ya canta sólo en la tesitura del barítono. Otra posibilidad sería Francisco Araiza; si se animara a abandonar su clasicismo por un rato. Y dejando de lado la cohorte de tenores mexicanos regados por aquí y por allá, la mejor versión posible sería de Ramón Vargas; sobre todo porque ya se ha descargado de las arduas responsabilidades burocráticas de la ópera en México a las que ha ambicionado con afán. En este contexto “neoclasicón” y populachero (“crossover”, quizá), la dirección orquestal tendría que estar a cargo de un bailador del podio a melena suelta y como en sus mejores tiempos: Enrique Arturo Diemecke.