A estas alturas de las circunstancias, prácticamente todo el mundo tiene claras dos cosas: primera, que el virus y su contagio seguirán haciendo de las suyas en mayor o menor medida por un largo periodo, entre año y año y medio más según al experto que consultes y, segunda, que la debacle económica causará estragos en el círculo virtuoso que provoca la inversión, el empleo y el consumo. La destrucción de empleos, empresas, bolsas, valor de las monedas y sobreendeudamiento de los gobiernos será algo nunca visto.
No hay persona o familia que directa o indirectamente no esté sufriendo las consecuencias de la realidad: una pandemia activa y una economía cayéndose a pedazos.
Entonces, ¿por qué minimizar la realidad con un falso optimismo? ¿Por qué sonreír al explicar el lado positivo de la tragedia? ¿En serio hablar de que todo saldrá bien y de que lograremos salir adelante sin ninguna declaración seria, profunda, empática de la realidad, cambiará el estado de ánimo de los ciudadanos comunes y corrientes? No lo creo.
El presidente AMLO equivoca el discurso, se refugia en la propaganda del triunfalismo obcecado y termina por provocar respuestas alejadas de lo que el país necesita: los que están con él le aplauden inmovilizados, los que están contra él le critican o se burlan pasmados.
Vivimos una declarada confrontación que los adversarios del régimen (algunos medios impresos, electrónicos, grupos políticos, intelectuales y económicos) han orquestado sin demasiado orden ni eficacia más allá de incidir (que no es poca cosa) en la percepción de que México está al borde del abismo: más allá del resto del mundo, más grave que la gravedad actual, más mal que los males reales. Actúan desde el absurdo. Así las cosas, no habrá ganadores, puros perdedores en mayor o menor medida.
Pero, ¿cuál es el problema de fondo?
Un asunto médico que no se resolverá pronto y que exige medidas sanitarias que restringen las libertades individuales y regulan de manera severa, la convivencia en el ámbito público. Además, vuelve imperiosa la necesidad de invertir en hospitales bien equipados y personal bien preparado.
Una economía que está sufriendo donde más duele: caída en las ventas y la obligada necesidad de despedir empleados. Una parálisis en la inversión achacada al presidente pero que en realidad se debe al simple hecho de que no hay demanda y en consecuencia no hay negocio. Si a esto le sumamos una actitud rijosa entre gobierno y empresarios, pues las cosas empeoran.
Un gobierno que no responde ante la magnitud de la realidad. No lo hace porque este régimen no pueda; no responde porque no puede ni podría nadie, ningún otro. No contamos con las instituciones, las estructuras, los sistemas, los recursos necesarios para responder. Casi nadie en el mundo puede y lo estamos viendo en nuestras narices.
Una reflexión sensata pero realista, honesta y sincera le hace mucha falta al país y solamente el presidente la puede decir. Sí, más que el hacer hoy toca decir; más que presumir, hoy le toca asumir. Ejercer de jefe del Estado Mexicano con un discurso que inspire, una y calme los ánimos. El desastre médico y económico son inevitables. Se pueden mitigar, lograr más o mejores resultados que otros países, pero ¿qué importa cuando el sufrimiento es generalizado y el dolor profundo?
El gran riesgo de violencia en todos lados de todas las latitudes ya lo empezamos a sentir. Los gobiernos deben comprender que hay un germen de enfado, angustia y desesperación que más pronto que tarde se convertirá en caldo de cultivo que sacará lo peor de todos: la violencia y la represión.
Necesitamos un líder que inspire y acompañe y no un ocurrente burlón que envuelto en la bandera nacional, antagonice, divida y enfurezca polarizando a su pueblo entre buenos y malos.
Dos horas por la mañana temprano, dos horas a medio día y a media tarde y otras dos horas para informar de la pandemia. Seis horas diarias de retórica que hacen que la realidad nacional se traslade al móvil. Absurdo e innecesario para el momento actual; conveniente y ventajoso para un proyecto político personal que hoy no debería ser prioridad.
La lucha por los ideales siempre será el motor que alimente el espíritu del líder, pero la comprensión con humildad y buen juicio de la realidad son indispensables para que la ciudadanía, toda, comprenda que nos irá mejor unidos que divididos.
El discurso del presidente López Obrador debe cambiar y pronto. Seguir por donde va sólo le traerá problemas y desgaste innecesario, como ya lo empieza a ver y sentir en esta gira reciente.