La oratoria es una habilidad, una técnica y un arte, sin duda alguna hay quienes nacen con inteligencia verbal y desde muy pequeños demuestran ser excelentes conversadores y expositores, así mismo por necesidad se han formado técnicas y escuelas de oratoria desde la antigüedad.
Finalmente encontramos la suma de la habilidad más la técnica resultando un bello arte: el discurso que se recuerda, aquel que logra permear en la conciencia colectiva y trascender en la historia de la humanidad, como en todo arte hay buenos oradores en cantidad y muy pocos talentos excepcionales.
La disciplina ha evolucionado, el lenguaje verbal y no verbal recientemente se ha considerado como parte de la imagen pública; sin embargo, creo firmemente que la oratoria moderna sin importar los rasgos teóricos más que nunca necesita una reivindicación moral, una nueva dimensión social y una responsabilidad con mayor alcance.
Afirmo lo anterior porque los oradores por tradición son los políticos, a ningún otro sector se le presta más atención a lo que dicen y cómo lo dicen, sus palabras ocupan espacios en radio, televisión, internet, medios digitales e impresos, desafortunadamente queda la evidencia de la inconsistencia entre ideologías y acciones.
El discurso político es un artículo diseñado para intereses y momentos específicos, nunca es claro, siempre se debe leer entre líneas, de ahí el desencanto de sus oyentes los cuales quieren escuchar un simple “sí” o “no”.
El orador ideal es el que vive lo que habla, sin mentiras, con auténtica vocación y metas, un líder que motiva, por eso no cualquiera es orador, si les hace falta estas características son simplemente buenos comunicadores, buenos actores.
La pasión no se finge, se siembra a través de las experiencias, una persona puede imaginarse la pobreza, o haber sido víctima de secuestro, pero jamás podrá hablar del tema desde la cúspide del corazón sin haber sido herido.
La clase política, selecta, rica y con estudios en el extranjero se han convertido en un sector apartado de la realidad de los mexicanos, por eso cada vez que escucho a un funcionario en largos discursos bien estructurados sus ideas mueren irremediablemente dada la esterilidad con que fueron escritos.
La oratoria moderna tiene su esperanza en el verdadero líder social, en el maestro frente al aula, en las pequeñas plazas públicas, en el grito de la niñez consciente, en los movimientos de la sociedad civil que cada vez son más… ahí sobrevive el verdadero discurso alimentado por causas justas y nobles.