En las democracias modernas, es de lo más normal que haya desacuerdos y que la oposición política junto a sus aliados naturales en la sociedad civil, procesen sus inconformidades ante instituciones que, sobra decirlo, deben operar como órganos autónomos garantes de que los gobiernos respeten la ley.
Los desencuentros y las diferencias ideológicas o pragmáticas que transitan bajo los mecanismos del sistema democrático, son importantes porque permiten identificar la posición de unos y otros, y la gente puede coincidir o disentir, lo que no es algo menor tratándose de temas fundamentales o que concitan el interés o la preocupación de los ciudadanos, como serían hoy en día la seguridad, la economía y la soberanía nacional, por citar solo tres de ellos.
En el sexenio pasado, aunque la Cuarta Transformación está negada a otorgar el reconocimiento que merece la democracia que hizo posible su llegada al poder, funcionó mejor que nunca el mecanismo del disenso y la pluralidad, en asuntos como las reformas estructurales del sexenio de Enrique Peña Nieto. Mientras todo el gobierno y sus aliados impulsaron los cambios constitucionales en materia de petróleo, de educación, de telecomunicaciones y de trabajo, un sector, la oposición de izquierda que hoy gobierna, plantó cara y expuso su negativa a tales cambios.
Lo que ocurre a partir del 1 de diciembre de 2018 es resultado de que con los votos obtenidos democráticamente, aquellos que se opusieron a las reformas hoy las están desmantelando, restringiendo la apertura de Pemex, utilizando recursos públicos en vez de privados para inversiones como la refinería de Dos Bocas y cancelando las evaluaciones al magisterio. Están en su derecho de cambiar el estado de cosas que le fue heredado y lo que toca a la oposición, es invertir los papeles, es decir, recurrir a instancias legales cuando sientan que alguno de los cambios traspase los linderos de la legalidad.
Así funciona la democracia. Promueve las diferencias y las garantiza, les da cauce para que se expresen y se procesen, porque nada hay más lesivo para una democracia que la unanimidad. Dicen y creo que dicen muy bien, que cuando todos piensan igual, cuando todos quieren lo mismo, cuando todos aprueban lo que les propone un líder o un gobierno, alguien ha renunciado a pensar. Otra cosa muy distinta son los consensos.
Donde las cosas se complican para cualquier democracia y más para la incipiente democracia mexicana, es en la polarización. Estirar la liga de la confrontación a partir de dividir y confrontar a la sociedad, siempre es un mal augurio porque cancela la posibilidad de que el sistema democrático se exprese de manera natural. Así como la unanimidad es un peligro para la convivencia en sociedad plural, la polarización es un problema grave, una amenaza de parálisis a partir de que nadie cede y las posiciones del gobierno o de la oposición se vuelven inamovibles.
El tema de la inseguridad, recientemente, arrojó luces sobre el problema que tenemos encima. El asesinato de niños y mujeres en Chihuahua, causó la indignación social no sólo en el país, sino en todo el mundo, pero también generó la reacción natural de defensa de las estructuras políticas y de comunicación defensoras o alentadas por el régimen, que no dudaron incluso en señalar a la familia LeBaron como especie de caciques, que se apoderan de recursos naturales en detrimento de familias campesinas pobres y que han sido vinculados al crimen organizado. Ahí nomás, como para justificar la teoría de la confusión.
En la contraparte, gente crítica, lúcida e inteligente como Bulmaro Castellanos, el caricaturista conocido como Magú, parece desesperarse sintiendo quizá que sus “monos” no reflejan todo lo que quiere decir frente a tragedias como las de Chihuahua y la de los niños que mueren por falta de medicamentos para el cáncer. “Los gobiernos que hoy llaman neoliberales tenían tantita más madre que los gobiernos de izquierda, de primero los pobres y bla bla bla (…) El crimen desatado, los asesinatos al alza, las bandas criminales asolando México, son problemas de la ciudadanía...AMLO tiene otros preocupaciones, no lo jodan!”, tuiteó.
En un clima de creciente polarización como el que vivimos en México, es muy poco probable encontrar destellos de prudencia y de serenidad entre los actores políticos y sociales, que apunten hacia las salidas más proximas de la crisis generada por un clima de permanente enfrentamiento. Es natural que así sea, porque la decisión de no variar, de mantenerse en sus posiciones, generan cerrazon y odio, candados que impiden abrir las puertas del diálogo y el entendimiento.
Por eso es destacable que un partido de oposición, el PRD, esté saliendo a medios y a redes sociales en estos días a reivindicar el diálogo y la política en momentos donde todo es confuso y todo parece orillar inevitablemente al desencuentro. La dirigente nacional del sol azteca, Fany Santiago, es firme en las críticas, pero hace un llamado al gobierno para que revise las estrategias que no están funcionando, que están probando marcada ineficiencia, sobre todo en materia económica y de seguridad.
Pocos apuestan a que los planteamientos y la propuesta de la joven dirigente perredista, Estephany Santiago Fernández, vayan a ser escuchados por un gobierno al que lo único que le ha salido bien en once meses es su estrategia de polarizar y dividir a la sociedad entre “fifís” y “pueblo bueno”; entre “la honestidad” que supuestamente representan y “la corrupción” que representan todos los políticos del pasado. Sin embargo, en la democracia, que es el sistema que va a mantenerse en México una vez que termine la llamada “Cuarta Transformación”, es necesario insistir en que las diferencias tienen que procesarse mediante el diálogo y que la radicalización sólo presagia parálisis social y más violencia. Y eso no le conviene a nadie.