Le pido al lector de esta columna (sobre todo si es detractor de AMLO), que se haga el siguiente ejercicio mental. Por un instante, menos de un minuto, no piense en un pejelagarto. Haga lo que haga, no piense en un pejelagarto. ¿Verdad que es imposible? Cuando uno se formula este ejercicio, evoca de inmediato una imagen: Andrés Manuel López Obrador. El cabello canoso, las ojeras, el rostro abotagado. De igual manera, se le vendrá a la cabeza la voz tipluda de AMLO, el dedo índice de su mano derecha señalando a la nada, o negando como metrónomo de piano.
Al mismo tiempo, mientras evocamos la imagen del Peje, entramos en su marco conceptual: su lenguaje, sus palabras clave (pueblo, consulta popular, anticorrupción, amnistía, fifís, populismo, etcétera). Estas son ideas, buenas o malas, pero sobre las cuales debate la opinión pública de México, no recientemente, sino desde la pasada contienda electoral, incluso desde años atrás. El Peje es la metáfora de este marco conceptual. Aun cuando usted evoque su imagen para criticarlo, para condenar su populismo, para denunciar la consulta del NAIM, para rechazar la amnistía a delincuentes, lo hace desde el marco que ya fijó López Obrador en el imaginario colectivo.
Para cuando los partidos políticos y buena parte de la prensa nos quisimos dar cuenta de que girábamos en torno a ese marco conceptual, AMLO ya dominaba no una parte, sino todo el debate público de México: todo. Domina con sus ideas y con las palabras que trasmiten sus ideas. ¿Forma una ideología el marco conceptual de AMLO? No. Apenas tienen relación entre sí ideas como la despenalización de la mariguana, el aborto, la amnistía y el NAIM. Nada encaja como ideología, pero todo embona como marco conceptual.
Yo, por ejemplo, estoy en contra de la amnistía a delincuentes, de darle poder a Napoleón Gómez Urrutia, de que la CFE perdone a unos morosos sí y a otros no. Me caen muy mal estas ideas. Es más: no las tolero. Pero mis negaciones críticas son una afirmación inconsciente de la presencia en todo el debate público de López Obrador. Aunque quiera, no podría prescindir de su imagen. Como no pudieron prescindir de él los demás candidatos presidenciales en los debates que organizó el INE. Cada vez que Meade o Anaya entraban a un marco conceptual, lo hacían en el de López Obrador, no en el suyo propio, que no tenían. Ricardo Anaya intentó formar a medias su marco conceptual con su discurso inicial sobre el México tecnológico; sobre hacer de México un Silicon Valley. Pero acabó su campaña tocando el ukulele, un pianito, las maracas, y otras ridiculeces.
AMLO creó su marco conceptual, como todos los políticos que crean marcos conceptuales exitosos, a partir de valores. Cuando hablamos de valores, solemos recitar nuestras listas del supermercado: según esto, somos serios, valientes y formales. Pues no. Cuando uno elije un valor, niega otros. Los valores suelen ser controvertidos, discutibles y polémicos. Cuando un alcalde anuncia que va contra el ambulantaje (para librar el centro municipal del desorden, la economía subterránea y el caos), pondrá a muchos ciudadanos a su favor, y a muchos en contra suya. Pero si su marco conceptual gira en torno a lo que la mayoría de los ciudadanos quiere, en ese momento, en ese territorio, será un gobernante popular.
Si la gente está harta de los políticos ostentosos, rodeados de guaruras, que cenan en lujosos restaurantes de París y tienen casa en Londres, AMLO responderá quitándose de encima al Estado Mayor Presidencial y viajando en aviones comerciales, como uno más. Los periodistas sensatos diremos que no debería poner en riesgo su integridad física, porque representa oficialmente a todos los mexicanos, porque será pronto el Jefe de la Nación, y jaladas similares. Pero AMLO ya nos metió en su campo magnético de irrealidad, es decir, en su marco conceptual. En otras palabras, ya se salió con la suya.
En el fondo, el resultado de la consulta pública y el destino final del NAIM será lo de menos. Así se decida la gente por Texcoco o por Santa Lucía, el ganador final de este proceso será López Obrador.
¿Por qué? Simple: nos tiene cada vez más dentro de su campo magnético de irrealidad, es decir, dentro de su marco conceptual. Y eso que aún no asume el mando presidencial. Deje de pensar de nuevo el lector en un pejelagarto, y verá que no lo consigue.