Recuerdo haber visto, cuando era niño, una entrevista por televisión  con la única y controversial poetisa Pita Amor. El entrevistador le preguntó: ¿Qué es lo más valioso que hay en tu casa? Ella contestó: “Lo más valioso que hay dentro de mi  casa soy yo. Después,  mis joyas". Avasallante y divertida, lo que dijo también refleja la alta estima que le tenía a esos accesorios.

Hablar de joyas es potencialmente inagotable; extenso y fascinante, implica remontarnos al principio de la humanidad. Las primeras joyas del hombre estaban elaboradas con materiales fáciles de encontrar, materiales sencillos como las conchas y los caracoles de mar. Incluso restos de osamentas  de animales. Más que ornamentas, hay quien aventura que era un símbolo de identificación entre familias o grupos humanos.

Los antiguos Egipcios y Griegos fueron apasionados fervientes de las joyas. No todas eran para adornarse; también las utilizaban como amuletos y con un significado espiritual. La plata fue uno de los materiales favoritos por encima del oro, y piedras preciosas y semipreciosas como la amatista, el onice y el lapis lazuli fueron protagonistas de los trabajos artesanales de orfebrería.

Por su parte, los romanos aportaron al mundo de la joyería un sencillo pero muy representativo aro de hierro, que se daba como una promesa pública, y al otorgarlo era sinónimo de un contrato prematrimonial, que debía ser respetado entre un hombre y una mujer. Esto es, naturalmente, el origen del anillo de compromiso que hasta hoy reviste una importancia social enorme.

En la época victoriana se llegó a realizar joyería con cabello de personas ya fallecidas. Ellos daban un significado lleno de misticismo. Se creía que adornarse con cabellos de la persona muerta provocaba una conexión espiritual instantánea. Se cree que el inicio de esta moda y creencia fue a raíz de la muerte del príncipe Alberto, pues la viuda, la reina Victoria, llevó su luto a través de un relicario con un mechón de su fallecido marido.

Por otra parte, Paulina Bonaparte, quien  fuese la hermana predilecta de Napoleón Bonaparte, poseedora de un extenso guardarropa, sensual y extrovertida, fue precursora de un complejo y provocativo lenguaje, dando cátedra de sensualidad y de creatividad al mismo tiempo, todo a través de sus joyas. Josefina de Bonaparte mandaba hacer sus propias joyas, verdaderas obras de arte, icónicas piezas que incluso aún vemos en la actualidad, como el collar largo en perlas (ornamento  que fuera inspiración de la diseñadora Coco Chanel, que lo enriqueció integrando de manera original sus emblemáticas insignias). Las joyas siempre han sido parte de nosotros, sea como referencia visual, de identidad, simbólica, de pertenencia o de ornamento y estatus.

Las piedras preciosas como los zafiros, rubíes, perlas y esmeraldas, debieran ser las más apropiadas para complementar los vestidos para fiestas de gala. Sin embargo, hay piezas ornamentales con piedras y diseños originales que tienen valor estético y podrían llevarse fácilmente en ocasiones especiales.

Claro ejemplo en la actualidad son los diseños originales y propositivos de la diseñadora mexicana Irene Ponce, los cuales cumplen con los requisitos de piezas creativas e imaginativas, como toda pieza de arte debe tener.

Hoy en día hay una gran variedad de diseños, marcas  asequibles  para todos los gustos y bolsillos. Hacer una buena elección en una  joya es una excelente inversión, una joya con un buen montaje y buenos materiales puede ser una exquisita experiencia, y también pueden ser transferibles como regalo memorable (a pesar de los años transcurridos) y sobre todo  es puede ser un una pieza muy  representativa y permisiva, cuyo significado y  valor autónomo es tan diverso como las historias individuales de cada uno, y la historia particular que la joya tenga. Recordando lo que Georges Perec nos muestra en su emblemática novela, las cosas también han tenido una vida, y han sido testigos de muchas.

Como diseñador de modas, parte de mi trabajo es sugerir cuál joya es la más apropiada para cada ocasión pero sobre todo ver el diseño del vestido y fisonomía de cada persona.

Los collares se utilizarán dependiendo si se tiene el cuello corto o largo y si el escote amerita esté acompañado de dicha pieza ornamental. Una buena elección de una joya puede transformar un escote pronunciado de ordinario a una inquietante propuesta artística; hay colores en diseños de vestidos como el fucsia, el rojo y el amarillo, por citar algunos. Hay otros colores que por sí solos dicen mucho, y en estos casos la utilización de algunos pendientes y brazaletes sean el complemento ideal. Habrá diseños de vestidos más sofisticados por su corte tan preciso y geométrico, bordados  o con una  textura exquisita, que quizá sólo necesitan ser acompañados de un anillo o pendientes discretos.

Como podrán darse cuenta se le llama joya a todo aquello que pueda adornar nuestra persona,  y la joyería es, también, una manera de expresarnos.

La elección de una buena joya depende en parte del presupuesto (no podemos engañarnos) pero también depende de la visión de inversión, del criterio, de una buena referencia estética, de la capacidad de cuidado, elementos que pueden ser la prueba  fehaciente de que una joya puede llegar a ser eterna.