Ayer partió el maestro Francisco Toledo, uno de los últimos grandes artistas plásticos que había en México, desde Juchitán salió un ser creativo que impulsó la cultura, la conservación del maíz y el rescate del medio ambiente, las lenguas maternas y sobre todo la identidad cultural de Oaxaca.

La esencia de ese hombre desgarbado se impregnaba en los muros de las casas por donde pasaba diariamente; las calles de la Ciudad de Oaxaca fueron testigos de su andar, mientras era observado por los ojos de los turistas que murmuraban siempre que lo veían, porque para los que vivimos aquí era parte de la ciudad.

Siempre huidizo de los medios y de las masas, ese hombre zapoteca que se plasmó en pintura, escultura, grabado, en crear seres mágicos, en zooformas y elementos típicos de su plástica que muchas generaciones vieron transitar por las grandes salas y exhibiciones en el mundo, hoy dejó de respirar para pasar a la inmortalidad, dejando un testimonio en su obra misma que encierra el valor artístico y la preocupación social.

Mucha gente siempre preguntaba que quien era ese hombre tan enigmático que caminaba por el Andador Turístico con el cabello despeinado y la mirada profunda, con un aire de misticismo y sobre todo con la energía que emanaba, porque provocaba siempre curiosidad.

Luchador social y un hombre que se compartía de muchas formas, trascendió vivo y ahora en otro plano lo hará porque permanecerá en el colectivo social del mundo, perdurará fresca en la memoria por su obra tanto artística como social.

El gran mecenas de Oaxaca que cuando a Octavio Paz le pidieron que escribiera sobre estética mexicana, habló de un joven valor en las artes plásticas y ese joven era Francisco Toledo, hoy deja una gran escuela de plástica, de valores sociales y sobre todo de un amor eterno a sus raíces, a una tierra devastada, ahora por los recientes sismos y por la desigualdad social de un pueblo indígena.

Y estoy segura que siempre su esencia estará en el Instinto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), El Centro de las Artes de San Agustín y el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, lugares que se hicieron para impulsar nuevas generaciones creadoras.

Ya no habrá más vuelos de murciélagos, pájaros, grillos ni alacranes en un lienzo, sus herramientas de trabajo no serán tocadas por sus manos, ni se pintarán o grabarán más ranas, pulpos y conejos.

Ahora, todo lo que deja es una huella en la vida cotidiana de San Agustín Etla, Juchitán, el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca de Juárez, México, París , las calles que lo tuvieron o fueron testigos de sus creación, o sus miles de amigos, estudiantes, admiradores y críticos, en todos los espacios y en todas los recuerdos se ha estampado para convertirse Francisco Toledo, el artista inmortal.