Los opositores al nombramiento de Eduardo Medina Mora consiguieron 50 mil firmas para pedir al Senado que no lo designara ministro de la Corte Suprema. Para el contraste, 300 mil personas solicitaron la reincorporación de Jeremy Clarkson, el suspendido presentador del programa británico de autos Top Gear: Seis veces más.

No faltó el berrinche chairo en redes sociales, por el fracaso de las 50 mil firmas: uno de esos fariseos se rasgó las vestiduras en el Sanedrín tuitero y declaró que no había Senado en México porque nadie argumentó el voto a favor del ex embajador, ahora ministro. Aunque pareciera que son muchas, 50 mil firmas no pintan en el caso: en un país con una lista nominal de electores de 82.2 millones de ciudadanos, 50 mil firmas no son ni siquiera el 0.1 % de ese listado.

Tanto las firmas contra Medina Mora, como las suscripciones a favor de Clarkson, se hicieron a través de la plataforma Change.org, la misma en la que se promueve la reivindicación de Alan Turing, donde se logró que Facebook quitara el emoticón de «me siento gordo»... o se pide que Carmen Aristegui no sea retirada de MVS.

Suelo apoyar las campañas de Change.org. Por ejemplo, me resulta muy importante el movimiento para que se exoneren a todas las víctimas de la injusta ley británica que  arruinó a Turing. Sin embargo, no todo lo que se pide a través de Change.org responde a criterios que comparto. Por ejemplo, además de mal redactada, la petición a favor de Carmen Aristegui me parece ofensiva al Estado de Derecho y a la Propiedad Intelectual.

Con todas sus letras, Carmen se equivocó (nuevamente) al tomar lo ajeno como si fuera propio. Si ella hubiera recabado el consentimiento de MVS para usar su nombre en la plataforma México Leaks, habría bastado con que exhibiera ese acuerdo. Es un asunto de marcas y derechos de autor: así como hubiera sido un abuso que MVS usara sin su consentimiento el nombre de Aristegui Noticias, Carmen se excedió al tomar el nombre de MVS sin preguntarle a los Vargas.

Los promotores de Aristegui en Change.org dicen que les «parece una nimiedad la postura de MVS de sentirse ofendido». La redacción de los peticionarios es pésima: en todo caso, si se sigue la lógica de los solicitantes, la postura de MVS sería exagerada y la falta de Carmen sería nimia.

Los solicitantes también reclaman a MVS que acuse «a su conductora - la más importante-  de usar su imagen como empresa para darle cobijo a una plataforma independiente de denuncia ciudadana y transparencia, al servicio de la sociedad mexicana para revelar información de interés público, como lo es Méxicoleaks».

Otra vez, los chairos confunden los medios con los fines (o, como su odiado Maquiavelo, justifican los medios adoptados por los fines perseguidos). Sin duda la revelación de secretos, a través del whistleblowing, es uno de los puntos pendientes de nuestra agenda nacional de derechos humanos. Pero ese noble fin, de hacer rendir cuentas a los políticos rateros, no justifica el uso abusivo de marcas ajenas.

Vamos a suponer que la falta de Carmen sea nimia, ¿qué consecuencia merece? ¿Ninguna? ¿Un aplauso? ¿Una amonestación? La petición de Change.org solo pide que no la despidan, pero no hace una ponderación justa y equilibrada del asunto, que implica reconocer que Aristegui no respetó los derechos comerciales y de Propiedad Intelectual de la empresa en que trabaja.

Y no, la postura de MVS no es exagerada. Los Vargas son concesionarios de un servicio público y, al menos, tenían derecho a saber que los iban a involucrar en un asunto en el que seguramente iban a recibir un fuerte manotazo por parte del gobierno federal. Asumir que MVS tiene el deber de irse de kamikaze junto con Carmen es un ejemplo de la falta de criterio de los chairos: los Vargas son empresarios, no periodistas, nada les exige ser valientes, temerarios, imprudentes, arrojados (o el adjetivo que guste ponerse al respecto).

Karl Loewenstein llamaba Cesarismo Plebiscitario a la forma de gobierno con la que operaba Napoleón Bonaparte. Ese ilustre constitucionalista alemán explicaba que lo de Bonaparte era una autocracia, cobijada en los plebiscitos para darle disfraz democrático a lo que en realidad era antidemocracia. Cualquier semejanza con las votaciones a mano alzada de Hugo Chávez o de las asambleas chairas, no es mera coincidencia.

Creo que la existencia de Carmen Aristegui en el mundo periodístico mexicano es un contrapeso esencial a los oficialismos y propagandismos de todos los colores. Sin embargo, ni Carmen es Luisa Lane ni está dotada de la inefabilidad: se equivoca y le gana la ideología como a todos. Sin duda es valiente, pero MVS es la empresa en la que trabaja, no una compañía de su propiedad: ante una iniciativa muy difícil de asimilar para unos concesionarios (que dependen de la voluntad política del Estado), Aristegui cometió un error imperdonable en el periodismo: no preguntar antes de asumir hechos o voluntades.