Mucho antes de convertirse en presidente Constitucional de los EUM, Andrés Manuel López Obrador sabía muy bien a quiénes y a qué poderosos intereses se enfrentaba y se iba a enfrentar más adelante para poder iniciar la transformación del país. No obstante, fue hasta que emergió la nueva correlación de fuerzas surgida después de la histórica elección de 2018, lo que le permitió por fin sentarlos en la mesa de negociación ‒incluyendo en el centro de la misma a los más importantes oligarcas formados durante y después del salinismo‒ y ponerles las cartas sobre la mesa: nunca más el privilegio de unos cuantos por sobre la marginación de la gran mayoría de la población; es decir, justicia y equidad es lo que se necesita para empezar a cambiar las cosas, que el país empiece a progresar y todo ello se inscribe dentro de un renovado estado social y democrático ‒verdaderamente participativo‒ de derecho. He ahí el planteamiento ético y programático de Andrés Manuel.

Así que todo lo que hemos visto en estos 20 meses de gobierno progresista con Andrés Manuel al frente ha sido un proceso: lo viejo todavía no muere y lo nuevo aún no nace por completo.

Por ello, en el ejercicio democrático de gobierno, AMLO ha tenido que ser pragmático y heterodoxo, pero sin perder los principios; es decir, que él sigue comprendiendo muy bien ‒y así lo ha hecho‒ que no debe ser predecible ni descifrable ante la corrupta reacción conservadora, pero a la vez manteniendo su liderazgo, su austeridad republicana, su honestidad valiente, además de su transparencia y rendición de cuentas a la población mexicana. Esa es su estrategia, su visión y desde luego que en el camino hay ajustes.

Así que extrapolando lo mencionado y situándolo en el actual contexto histórico, en lo personal yo confío plenamente en que sin importar lo difícil o fuerte que sea el problema (considerando la actual crisis sanitaria y económica mundial), AMLO ‒encabezando el gobierno de México‒ estará haciéndole frente como hasta ahora: con humanismo y con la mayor eficacia posible tanto en el plano interno como externo dadas las actuales circunstancias.

En concreto, no es que Andrés Manuel sea infalible, pero mientras él siga teniendo esa enorme autoridad moral y política (ya que es un hombre honrado, con valores, experiencia, tenacidad y visión de país) no hay reto, obstáculo u error particular que su integridad pública y su gestión de gobierno puedan remontar ‒dentro de sus propias atribuciones, responsabilidades, limites y posibilidades‒ para bien del país y con el menor daño posible.

Es decir, mientras la mayoría de la gente de izquierda y de centro izquierda del país lo respalde, mientras él siga actuando con rectitud, honestidad y perseverancia, sin estar atrapado por ningún grupo de interés creado (por poderoso que sea), sin establecer relaciones de complicidad con nadie (si alguien cometió o comete un ilícito o un delito que se investigué y si es culpable ‒sin importar quién sea‒ que vaya a la cárcel), mientras él tenga en mente con claridad y lo siga impulsando ‒vía democrática, legal y representativa‒ el proyecto de transformación en marcha, y finalmente si su salud se lo permite: no hay ningún asunto por grave que sea en el ámbito de gobierno que Andrés Manuel no pueda resolver en pos del interés del bien público de la nación.

Por ejemplo, uno de los grandes y sustanciales retos a los que hoy se enfrenta AMLO y su gobierno estriba en el enorme rezago en infraestructura de conectividad regional después de más de 36 años del ‒desastroso, corrupto, concentrador de la riqueza y de subdesarrollo imperante‒ fracasado y anterior régimen neoliberal, lo cual evidentemente es lacerante, pero justo para ello es el proceso de transformación en curso.

Eso es lo que está empezando a construir el gobierno de AMLO. ¿Cómo? En primer lugar combatiendo la inmunda y brutal corrupción del antiguo régimen prianista y a la vez enfrentando la enorme desigualdad, la pobreza, la marginación y la exclusión social, vía un enfoque redistributivo de desarrollo regional y de movilidad social ‒rural y urbano‒ sustentable, tanto en salud pública, educativa y de programas del bienestar, avanzando por un sendero para tener una cobertura universal y de calidad junto con la infraestructura productiva y social para lograrlo:

Apoyo universal a adultos mayores y grupos vulnerables, Becas para estudiantes, Jóvenes Construyendo el Futuro, Sembrando Vida, Hospitales del INSABI, Universidades Benito Juárez, Créditos Productivos a las MiPymes, Carreteras, Caminos, Puentes, Puertos, Bancos del Bienestar, Centros Integradores del Desarrollo, Proyecto ecológico y cultural del Bosque de Chapultepec, Refinería Dos Bocas, Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, Tren Maya, Internet Para Todos, etc.

Ciertamente es un hecho que hoy todo esto está atenuado por la mencionada crisis global, pero el objetivo inicial marcado no cambia, sólo hay que adaptarse y superar los obstáculos de la actual y difícil coyuntura. Obvio llevará tiempo (años) y esfuerzo (porque muchos de los traficantes de influencias del antiguo régimen oligárquico tienen un miedo cobarde de perder la mayoría de sus anteriores e ilegales privilegios y de sus otrora jugosos negocios al amparo del poder público: por eso atacan sin cesar al presidente y a su gobierno), pero pese a ello aquí y ahora ‒poco a poco‒ se están cimentando los pilares de la transformación.

Ante ello, la confianza en el presidente Andrés Manuel se fortalece sin duda alguna, por eso ‒y mucho más‒ habrá que apoyarlo hasta el límite de nuestras posibilidades por el bien de todas y todos.