La política exterior de México en el priato (1929-2000) fue convenientemente no intervencionista por muchos motivos y circunstancias en la vida interna del país. El presidente en turno se negaba a tomar algún posicionamiento a nivel internacional pues así aseguraba la reciprocidad de dichos gobiernos ante la censura, represión, corrupción, violaciones a derechos humanos y políticas antidemocráticas que eran el pan del día en México.

¿Ejemplos? Hay muchos, empezando por el asesinato de decenas de jóvenes en Tlatelolco en 1968 a pocos días de celebrarse la inauguración de las olimpiadas en la Ciudad de México. El gobierno de Díaz Ordaz por medio de su secretario de gobierno y futuro presidente de México Luis Echeverría dio la orden de desplegar al ejército y a su grupo de choque los Halcones para reprimir semanas de manifestaciones de jóvenes en la capital del país. El mundo observó y calló ante el atropello y se hizo de la vista gorda celebrando las olimpiadas como si nada hubiera ocurrido.

Otros ejemplos son los asesinatos en jueves de corpus de 1971, incontables fraudes electorales a lo largo y ancho del país, la represión sistemática a la oposición, la censura por parte del gobierno a diversos medios de comunicación y el asesinato o desaparición de decenas de periodistas han marcado la vida del país. Para no ir tan lejos de 1988 a 1994 el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, quien llegó al poder por medio de un fraude electoral, no le tembló la mano al asesinar o desaparecer a aproximadamente 600 perredistas en todo el país.

El silencio cómplice de todos los países del mundo permitió todos estos atropellos y más. Con la llegada de la alternancia en el 2000 las cosas cambiaron y México empezó a tener un rol preponderante como referente a nivel internacional de Latinoamérica. Por primera vez nuestro país se hacía escuchar en los foros y convenciones internacionales. Vicente Fox fue el primer presidente en no respaldar la dictadura de Cuba provocando gran molestia y como resultado las relaciones bilaterales entre ambos países se congelaron.

Hoy nuestro país vuelve a la política chaquetera de no intervención ante un mundo que ya no permite medias tintas. La no intervención en este mundo globalizado es tomar partido a favor del gobierno opresor como es el caso de Venezuela. Solo basta ver los países que aún respaldan al gobierno de Nicolás Maduro para avergonzarnos de estar en esa lista. Mencionaré a estos países pues son solo un puñado. Rusia, Turquía, Cuba, Bolivia y Nicaragua junto con México son los únicos que han expresado abiertamente que el poder ejecutivo en Venezuela está aún en manos de Maduro.

A paso firme México se cierra al mundo intentando regresar a los años 70s con un presidente que ve con nostalgia la época del súper partido hegemónico y un presidente plenipotenciario con la capacidad de hacer lo que le venga en gana con o sin el respaldo de la población pues tiene el control del poder legislativo en veinte estados y en las dos cámaras federales.

 El silencio por parte de la cancillería ante un suceso tan extraordinario como la restauración de la república y la vida democrática de Venezuela no pinta para nada bien en la imagen de México hacia el exterior.

Hace tan solo unas semanas el mismo gobierno mexicano se negó a firmar el Acuerdo de Lima donde todos los países menos México pretendían tomar acciones contra el gobierno ilegitimo de Maduro en Venezuela. Lo mismo sucedió en el caso de la OEA que tomó la misma decisión de utilizar medidas restrictivas –principalmente económicas- para presionar al presidente venezolano a no tomar el cargo de presidente de nuevo para permitir la llegada de un gobierno interino con la intención de restaurar la democracia.

No se puede respaldar un gobierno que ha llevado a la quiebra a toda una nación, con una inflación de 10,000,000% en 2018 y se espera lo mismo en 2019. Con desabasto de alimentos, medicamentos, autopartes, materiales para la construcción, para el desarrollo de productos, el cierre de decenas de fábricas, la huida de gran cantidad de inversionistas extranjeros, desempleo, falta de servicios o la mala calidad de ellos. En pocas palabras un gobierno totalmente rebasado por su misma incompetencia.

El camino de Venezuela a partir de hoy será difícil, será complejo. Pero el paso más trascendental ya lo tomaron que fue derrocar al presidente chavista para dar los primeros pasos hacia la reconstrucción de esa gran nación que más pronto que tarde renacerá de las cenizas para demostrarle al mundo de nueva cuenta, que son un pueblo valioso, con inmensa riqueza humana y de recursos naturales capaces de revertir la crisis en la que se encuentran actualmente.