En días pasados, durante una entrevista que algún medio de comunicación le hizo al Comandante Borolas, alias Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, usó, como punto de entrada para una serie de críticas al gobierno encabezado por el compañero presidente López Obrador, la frase: “si yo fuera presidente”.
La lluvia de críticas no se hizo esperar y le dijeron que él ya había tenido su oportunidad y su momento. Y sin embargo, el Comandante Borolas habló con verdad, le gustaría ser presidente porque nunca lo ha sido.
Calderón sabe muy bien que usurpó la presidencia, que nunca tuvo legitimidad, que por más que en el círculo cortesano recibía las formalidades de un cargo que se había robado, se sabía repudiado por la mayoría del pueblo.
Cómo podría olvidar el Tomandante, que acudió al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a recibir su constancia de mayoría entrando por helicóptero; cómo podría borrar de su memoria que todos sus invitados entraron por la puerta trasera del tribunal.
Cómo podría olvidarse que el primer minuto del 1 de diciembre de 2006, cuando iniciaba el periodo del nuevo gobierno, hiciera una farsa de entrega de poder, él y Vicente Fox -el cabeza hueca-, buscando legitimar el inicio de un gobierno de facto ante la posibilidad de que no pudiera tomar protesta en la Cámara de Diputados que se encontraba tomada por los diputados surgidos de movimiento democrático.
Cómo podría olvidarse que llegó al salón de sesiones de la Cámara de Diputados y entró por la puerta trasera. Cómo podría olvidar la angustia que le dio la posibilidad de que algún diputado o diputada del movimiento le arrebatara la banda presidencial y saliera corriendo con ella, como lo manifestó en una entrevista que años después le hizo el diario Milenio.
Cómo podría olvidar, el citado Tomandante, que a todo lugar al que se desplazaba imponía un estado de sitio de facto: vallas, rejas, ejército, policía federal, policía del lugar, siempre aislado del pueblo, siempre sobreprotegido.
Cómo podría olvidarse que a lo largo de todo su gobierno de facto vivió múltiples muestras de repudio popular. Cómo borrar de su memoria que en pleno Palacio Nacional un joven becario le recordó con un grito su condición de espurio o que en la Feria del Libro de Guadalajara, una mujer lo increpó valientemente, echándole en cara su condición de usurpador.
Cómo podría dejar fuera de sus recuerdos que cada día primero, de cada mes, durante sus seis años de usurpación, la resistencia civil le recordaba su condición de usurpador en la residencia oficial de Los Pinos.
Cómo olvidarse que en sus desplazamientos usaba cinco o seis camionetas idénticas para que la gente no supiera en cuál de ellas viajaba.
Cómo olvidarse de la paradoja de que nunca pudo ir al inicio de periodo de sesiones del Congreso Mexicano a dar su informe ante la representación del pueblo que es el Poder Legislativo, mientras que los integrantes de su gobierno de facto si acudían a comparecer frente al Congreso.
Cómo liquidar de su memoria que sólo en tres ocasiones -durante seis años- pudo acudir a la sede de la Cámara de Diputados: en su toma de protesta, entrando por la puerta trasera; durante la presidencia de Ruth Zavaleta en la mesa directiva en que pudo dirigirse no más de cinco minutos a los legisladores federales y, en el momento de entregar la banda presidencial a Enrique Peña Nieto, al final de su gobierno usurpador.
Lo que acabo de reseñar no es un recuento exhaustivo, sus recuerdos de usurpación deben dominar su mente todo el tiempo. Como decía Frida Kahlo: “Traté de ahogar mis recuerdos en alcohol, pero los malvados aprendieron a nadar”, así está el Comandante Borolas, alias Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa.
Así que el Tomandante habló con verdad cuando dijo: “si yo fuera presidente”.
Pero sabe que nunca lo fue, que nunca lo será. Vivió el ejercicio del poder y sabe, lo tiene grabado a fuego, que fue un poder usurpado. “Haiga sido como haiga sido”, responderá con amargura, sabiéndose repudiado he instalado en el basurero de la historia.
Gerardo Fernández Noroña.
“El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz”.
Celaya, Guanajuato a 5 de octubre de 2019