Los que se han dedicado por largo tiempo a la política, recomiendan a quienes se deciden dedicar a esta actividad, partidista o institucional, que aprendan a “leer entrelineas”, a interpretar los “mensajes encriptados” y a obedecer las “reglas no escritas”, si desean avanzar en las posiciones político administrativas que oferta el gobierno en turno.

Debido a esos 3 requisitos considerados por los politólogos mexicanos como “elementales” en la política mexicana, el andar en el medio “político” se torna complejo, arduo y en ocasiones frustrantes, sobre todo para quienes aspiran a incrustarse en la “clase política” dominante, que es la que reparte las prebendas que se reparten después del triunfo.

El ilustre escritor mexicano, Carlos Fuentes, sintetizó en su Manual del Perfecto Político,  la complejidad de la política en México al señalar que es “el arte de tragar sapos, sin hacer gestos”.

Y esta definición bien se aplica a quienes, pensado que en el corto plazo les corresponde una victoria irreductible, les pasa exactamente lo contrario.

En esa circunstancia, la de haber sido derrotados, los cánones indican que se debe adoptar una actitud de colaboración, camaradería y aunque duela, llegar a las orillas de la sumisión.

Aunque duela.

Bajo esa premisa, el que sale del cargo, se obliga a dimitir paulatinamente de la posesión de autoridad que ejerce.

Ante tal perspectiva, quienes dudan o sostienen que Enrique Peña Nieto perdió interés en su partido después de los resultados en la elección  presidencial que acaba de pasar, deberían analizar los movimientos que recién realizó con el propósito de fortalecerlo.

Para iniciar este análisis, es necesario aceptar que el presidente Peña, está en su derecho y también en su obligación moral de hacerlo.

Para llegar a estas latitudes, me imagino que en su “yo” interno, le debe pesar haber sido omiso a tantos actos de corrupción de varios gobernadores de su partido con los que se exhibió sonriendo de oreja a oreja en su campaña y haberlos puesto de ejemplo de eficacia ante la ciudadanía. Hoy ya sabe que tomaron los cargos como si fueran botín de guerra.

Me imagino que ya entendió que la corrupción de éstos y de muchos personajes de su gobierno, fue su talón de Aquiles.

Creo que piensa que si el tiempo se pudiera regresar, atendería este asunto con mucha seriedad.

Bien dijo Renato Leduc: “Sabia virtud de conocer el tiempo”.

Ante el compromiso moral que siente como una lápida, le motivó a mover sus fichas para enfrentar el futuro con un poco más de seguridad. Sabe que haber respetado el triunfo de Andrés Manuel lo ubica como un presidente demócrata.

También sabe que Andrés Manuel se lo agradece.

Con el campo abierto y con el poder que la institución presidencial le provee, dejó pasar a Claudia Ruiz Massieu en la presidencia del PRI. Con eso fortalece la relación con el único ex presidente activo en la política nacional.

Dejó en la conducción de las pequeñobancadas de ambas cámaras, a sus 2 alfiles: Miguel Ángel Osorio Chong y René Juárez Cisneros.

No hace falta entender mucho de política para imaginar la causa de esos movimientos.

Con el trío dinámico feliz ungido, el presidente Peña Nieto hace un gesto de resignación. Piensa en cómo será su vida fuera de México cuando termine el sexenio y sabe que va a extrañar el paseo Tollocan.

Pero siendo un hombre con experiencia acumulado en el arte de “tragar sapos y sonreír”, también sabe y bien entiende que la estrepitosa derrota del PRI que recién pasó, los priistas se la endosan a él y nada más que a él.

Y me imagino que eso le duele.

Pero también, sabe que: “palo dado, ni Dios lo quita” y sobre todo que: “Ya ni llorar es bueno”.

Y vaya que sabe que después del 1o. diciembre, amanecerá otro México…también para él.