Tiempos desquiciados estos que vivimos, podría decirse parafraseando a Hamlet. La corte del “mad king” Donald tiene un nuevo miembro de pleno derecho, su propia hija Ivanka, que ya es oficialmente asesora con despacho propio en el ala izquierda de la Casa Blanca. Puesto que tendrá acceso a información clasificada, ha asegurado su compromiso de observar las normas éticas inherentes al cargo, por el que tampoco percibirá compensación económica. Con ello esquiva las limitaciones legales al empleo de parientes en cargos oficiales. Sabemos por Donald Trump que la nueva consejera es la niña de sus ojos, que es muy emprendedora y que tiene “el mejor cuerpo”, tanto es así que de no ser su hija, se habría planteado salir con ella. No obstante, su mejor atributo es ser producto de fabricación casera. Ivanka responde a la perfección al prototipo de hembra trumpiana: piernas telescópicas, melena rubia, pechos generosos, tacones y falda. Las tendencias registrables del mercado estético le dan la razón a Donald. Ya no interesan los labios de Angelina Jolie, ni el trasero de J Lo, ni la nariz de Scarlett Johannson. Lo que ahora se lleva es Ivanka. Ivanka es el nuevo ícono de estilo. Los quirófanos americanos ya empiezan a ganar dólares a cuenta de las nuevas Ivankas. En China, donde la interesada explota nueve marcas registradas, se han percatado de que su fisonomía se asemeja al ideal asiático de belleza: rostro oval, pómulos discretos, nariz breve, mentón poco incisivo, ojos grandes. Los avezados mandarines ya tienen registradas numerosas variaciones de su nombre y ofrecen un paquete estético muy competitivo, con liposucción incluida. Cabe esperar una proliferación masiva de “Ivankas”.

Ivanka tiene larga experiencia de vida en el boulevard. Superado en su infancia el circo mediático en torno al millonario divorcio de su madre Ivana, con apenas 15 años inició una carrera como modelo, que abandonaría poco después con comentarios nada halagüeños sobre sus compañeras de profesión. Estudió negocios en la Universidad de Pennsylvania para incorporarse después a los negocios de su padre. Paralelamente creó su propia línea de artículos de moda con su nombre completo por marca. Debido a la visibilidad que adquirió durante la campaña presidencial, la tienda on line Nordstrom decidió retirar de su catálogo la firma de Ivanka, lo que desató la furia de su padre. Aún se oyen los ecos de la vergonzante exhortación de la consejera Kellyanne Conway desde la Casa Blanca a consumir productos de Ivanka. Las ventas se dispararon. Consciente de ser imagen de su propia marca, y de que el ojo público siempre está al acecho, Ivanka vive en permanente pose. Es muy profesional, discreta y ceremoniosa en sus movimientos, representando una hierática dignidad a prueba de fuego. Todo lo contrario que su despeinado padre. Casada con el también consejero áulico Jared Kushner, tan estirado como ella, a sus 35 es madre de tres hijos. La familia reside en una elegante mansión en el noreste de Washington y tiene por vecinos al secretario de estado Rex Tillerson y a la familia Obama. Son el sueño americano.

Hasta la fecha, el nepotismo y las dinastías de poder estaban asociados a regímenes dictatoriales o escasamente democráticos. Sin embargo, también en los Estados Unidos hay precedentes en época reciente. Recordamos que el presidente Kennedy nombró a su hermano Robert fiscal general del estado, y que Bill Clinton transfirió a su esposa Hillary importantes competencias en materia de salud pública. La dinastía de los Bush podría fungir como modelo de un tráfico poco sutil de influencias.

Con motivo del nombramiento de la nueva asesora, el portavoz presidencial Sean Spicer, leyó con rutina de computadora una larga lista de acciones de la Casa Blanca supuestamente encaminadas a favorecer el liderazgo femenino, a lo que sumó el nombramiento de Ivanka. Nunca antes se vio tal falta de convicción. La cuestión que ahora se plantea es la de sus competencias. Sin duda puede garantizarle a su padre lealtad a prueba de bomba, que es lo que más necesitan los autócratas, pero algo más habrá de ofrecer. Hasta la fecha había seguido la estela familiar en el negocio inmobiliario, además de vender ropa, paraguas, productos cosméticos y otras lujosas minucias. En las últimas semanas la hemos visto participar en reuniones con Shinzo Abe, Angela Merkel y Justin Trudeau, en las que todo hacía suponer que se limitaría a escuchar atentamente. El salto de ahí al material clasificado y a la alta política produce vértigo. Algo también extensible al inexperto Jared Kushner, metido hasta la médula en asuntos de los que depende la vida y la economía de pueblos y regiones enteras del planeta. En los Estados Unidos crece la indignación ante los caprichos y la falta de profesionalidad de su presidente. La resistencia civil e institucional aumenta, ahora a cuenta de su descarriada política medioambiental. Algo nos hemos divertido con él, pero la parodia del personaje ya es estridente: todo lo que lo rodea es dañino y peligroso; de nada sirve reírse de lo que no tiene gracia.