Los millenials, como cualquier otra taxonomía generacional, admite múltiples y diversas excepciones. Es común que las categorías a rajatabla con las que se han identificado algunas generaciones emblemáticas (baby boomers, generación X) sean caricaturas más o menos insultantes, es decir, se concentran más en los defectos que en las virtudes que cada generación pueda tener. Ninguna ha salido tan mal como para dramatizar demasiado (el mundo sigue de pie) y todas han tenido motivos de orgullo y de vergüenza. Yo he sido particularmente duro con los millenials porque los que me han tocado, como alumnos y empleados, no han sido nada para presumir, salvo uno o dos. Sus fallas, por el contrario, sí han sido casos para recordar y contar en las fiestas, tanto en el aspecto competencial como actitudinal. Desde alumnos universitarios de 21 años que le piden a su mamá que hable con el profesor porque les puso mala calificación (tienen edad legal para ir a prisión pero no para hacerse responsables de sus materias) hasta una joven que mandó por un tubo dos oportunidades de empleo aseguradas porque tenía que ir a un programa nocturno a conocer a un actor, o cantante. Algo así. Dejó plantado a una persona a la que las personas piden cita con dos o tres semanas de anticipación. Y lo dijo con la mayor naturalidad, como quien te reagenda la compra de un seguro de automóvil. Esta joya de la corona me hizo reflexionar sobre algunos aspectos que me permitieran ser más objetivo en las injustas generalizaciones que los casos límites nos invitan a hacer. El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos tiene algunos textos verdaderamente provocadores. Es, de hecho, uno de los pensadores de izquierda más lúcidos e interesantes que conozco. Él asegura que estamos en una etapa en la que las promesas de la modernidad, que pueden subsumirse todas en la idea de progreso (individual, social, ético, económico) han fracasado estrepitosamente, en parte porque eran demasiado ambiciosas, y en parte porque cada logro histórico se asume por la mentalidad moderna como parte de la normalidad en cuanto sucede, lo que otra vez deja el panorama intelectual como lleno de carencias y realidades inadmisibles.
Lo anterior tiene muchas implicaciones, y muchos matices. Estamos frente a una versión específica de la modernidad que ha marginado muchas otras posibilidades (tan moderno es el capitalismo como el comunismo, tan moderno es el multiculturalismo como el canon eurocéntrico), pero esta versión, viva, dominante, ha sido especialmente decepcionante para los jóvenes de hoy. Para decirlo sin tapujos: la media de los jóvenes de hoy es patética, porque les tocó una realidad patética y un horizonte vital patético. No podemos culparlos por derrochar el dinero de sus bajos salarios si haciendo el cálculo para la compra de una casa en la Ciudad de México, les tomaría dos vidas y una libra de su propia carne; no podemos evitar que se sientan compelidos a evitar una vida de horarios fijos y corbatas si sus padres y abuelos parecen siempre arrepentidos de su vida entera y afirman que cada vez la vida, y su vida, están peor. Todo lo anterior, contrastado con una niñez en las que, como dice el video viral de Simon Sisek, todos recibieron medallas aunque llegaran de último lugar y los convencieron de que eran especiales.
Aquí es donde iría alguna propuesta. No la hay. El resultado es desafortunado, por muy explicable que sea, y quienes pagarán los platos rotos de esa incompetencia, frivolidad e ignorancia, son ellos. Porque desgraciadamente, los puentes siguen requiriendo saber matemáticas para no caerse, los médicos siguen teniendo que tener horario completo cuando son residentes y los abogados siguen teniendo que ponerse corbata para que quien te está dando la llave de su libertad no salga corriendo por tu barba desarreglada y tus chanclas en lunes.
Me aventuro a decir que nuestra generación le pasará la estafeta a los que siguen de ellos, que como cada generación, están formándose para despreciarlos y ser distintos. Quizás ellos ya no crean que pueden cambiar el mundo desde la mediocridad, con una laptop, en un parque. Espero equivocarme. Si no, pobres.