Hasta el día de hoy, es casi imposible detectar con prontitud o cercanía a la realidad si nuestros gobernantes son cuerdos. En nuestro país se ha teorizado mucho acerca de nuestras construcciones mentales (La jaula de la melancolía de Roger Batra, Anatomía del mexicano del mismo Batra, El laberinto de la Soledad de Paz) que nos endilgan tipos con una deficiente formación intelectual sexenio tras sexenio.
No sería contradictorio pensar que si en cualquier trabajo en la iniciativa privada se exigen todo tipo de exámenes (desde físicos o psicométricos para darte un puesto de barrendero) que empezáramos a preguntarnos acerca de las aptitudes de nuestros gobernantes.
Si bien, muchas de las psicopatías asociadas al poder se presentan cuando ya se está ejerciendo el cargo (con esto no quiero decir que no tuvieran problemas mentales antes, la búsqueda del poder por el poder podría dar una pista) al menos podríamos identificar algunos signos de estas conductas que podrían afectarnos.
No es poca cosa que un tipo que va a decidir en cuestiones vitales que nos afectan a todos sea un enfermo mental. Conocí a un tipo brillante y algo excéntrico en Los Ángeles. Un ingeniero electrónico de origen belga que se convirtió en el mayor experto en el asunto de las torres gemelas. Me decía que existía una categoría en la psicología que no estaba en ningún manual, la categoría del psicópata esencial.
Esta categoría está formada por aquellos hombres incapaces de la empatía que sin dejar de ser psicópatas fingen una normalidad de acuerdo a sus intereses. En estos días nadie dudaría que Hitler y Stalin eran unos verdaderos psicópatas que ascendieron hasta lo más alto.
El psiquiatra argentino Hugo Marietán diría que:
“Los políticos de fuste generalmente son psicópatas, por una sencilla razón: el psicópata ama el poder. Usa a las personas para obtener más y más poder, y las transforma en cosas para su propio beneficio. Esto no quiere decir, desde luego, que todos los políticos o todos los líderes sean psicópatas, ni mucho menos, pero sí que el poder es un ámbito donde ellos se mueven como pez en el agua."
En una entrevista con Laura Di Marco para el periódico La nación de argentina contestaría a la pregunta de cómo distinguir a un psicópata de quien no lo es:
Una característica básica del psicópata es que es un mentiroso, pero no es un mentiroso cualquiera. Es un artista. Miente con la palabra, pero también con el cuerpo. Actúa. Puede, incluso, fingir sensibilidad. Uno le cree una y otra vez, porque es muy convincente. Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces. No larga el poder, y mucho menos lo delega. ¿Quizás usted recuerde a alguno así? Otra característica es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría.
Acá en México les llamamos líderes sindicales. Lo que habría de distinguirlos del resto de los mortales no sería su inteligencia en sí. Más bien sería su ego desmedido. Hablan de un mundo idílico y como dice el doctor Marietán son absolutamente capaces de fingir empatía pues es parte de su intención de ganar cierta posición.
Quizá esta psicopatía nazca de la ordinariedad de nuestros dirigentes. Aleksandr Solzhenitsyn diría en reflexiones en la víspera del siglo XXI:
“Los políticos son personas ordinarias, cuyas acciones tienen impacto sobre otras personas ordinarias. Más aún, las fluctuaciones del comportamiento político se alejan de los imperativos del estado.”
Y esto puede ejemplificarse como la necesidad del tipo ordinario devenido en psicópata en crearse un culto a la personalidad.
Luis Echeverría soñaba con el premio nobel de la paz, con convertirse en un dirigente de los países del tercer mundo, con convertirse en secretario de las naciones unidas. Este tipo de psicopatías desencadenan un mundo de fantasía donde el hombre ordinario-mediocre se rodea de gente que le dice solo lo que quiere saber.
¿Qué hora es? La que usted diga señor presidente. El problema viene cuando ese poder se difumina, cuando el tiempo político cobra factura en este tipo de personajes. Nuestro problema reside en el hecho de que cada elección se convierte en un volado. Hay una foto chistosa que circula en las redes sociales que quizá resuma de manera fehaciente esta construcción psicótica, donde se ve a Frankenstein dándole una rosa a una niña y esta le dice:
—Pensé que eras un monstruo desalmado, pero se ve que eres un tipo sensible.
Y el monstruo le contesta:
—Es que estoy en elecciones.