ULTIMO DE DOS
Es clara la primera mutación del AMLO candidato al AMLO presidente.
La cual se acomoda, a partir de su praxis, no a la izquierda; sino a un priismo viejo autoritario y con sello estatista, de 40 años atrás, estilo Echeverría y José López Portillo –no al de la era de Madrid a Zedillo- , salpicado con un sello propio, el sello personal de López Obrador.
Y que tras el estallido de la doble crisis, económica y sanitaria, después de la declaración de AMLO de que “le vino como anillo al dedo” a su proyecto de transformación, afloró una segunda mutación del presidente.
Una radicalización del discurso, de exacerbación de la lucha de clases, que –de acuerdo a algunos analistas- está aflorando en México.
¿Puede –como cuestioné en la primera entrega de estas reflexiones- implementarse en el país una tentativa de radicalización ideológica?
AJENA AL ADN DEL PAÍS
La radicalización ideológica en la vida pública del país es ajena al ADN de larga data de la joven democracia mexicana en la época moderna.
El único punto de referencia, fue la reforma al texto del artículo tercero de la constitución, alusivo a la educación, promovida por el presidente Lázaro Cárdenas en 1934, hace 86 años, en la fase radical del hoy PRI, que proclamó que “la educación que imparta el Estado será socialista y además de excluir toda doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios”; que, según Jean Meyer (De una revolución a otra, Colegio de México) fue un “delirio ideológico” – una suerte de impasse de la revolución mexicana-.
El párrafo fue borrado casi 20 años después, por Ávila Camacho, en la segunda mutación del hoy PRI –ya siendo candidato Miguel Alemán- . De acuerdo a Tzvi Medin, en El Sexenio Alemanista (Editorial Era) “se eliminó todo vestigio socialista y se postuló en cambio una educación nacional, democrática, y que hiciera posible la mejor convivencia humana”.
El credo socialista en el poder durmió el sueño de los justos por 90 años, hasta que brota, incipiente, en un gobierno que se ostenta como de izquierda.
En el largo trecho de Cárdenas a Peña Nieto, a grandes rasgos, el país transitó –primero- hasta Díaz Ordaz, con un sistema autoritario presidencial en lo político teniendo como eje el hoy el PRI; y un modelo de desarrollo estabilizador en lo económico, de economía mixta.
Después, en el mismo molde autoritario aún, torció el rumbo en los 70´s –con Echeverría y López Portillo- hacia el populismo y un estado más activo en la economía pero sin renegar del mercado.
Y, por último, desde De la Madrid hasta Peña Nieto –con Fox y Calderón inclusive- se dio un presidencialismo más acotado (pero aún como eje rector) por el surgimiento de organismos autónomos y de mayor participación de los partidos de oposición. Se perfiló una democracia más madura pero aún joven-y un sistema económico basado en el mercado –aunque limitada por oligopolios privados y monopolios gubernamentales-.
Pues bien, la cuarta transformación es un germen del radicalismo que hemos descrito -con destellos de socialismo simpatizante de Chávez del Grupo Sao Paulo- ajeno a la sustancia democrática.
Hablando no de esta chispa socialista sino de la ausencia de valores democráticos entroncados en la idea liberal, en entrevista con Ciro Gómez Leyva, Enrique Krauze dijo que AMLO no es liberal -como pregona- sino un conservador.
Argumentando que, en contraste con el pensamiento liberal que buscó acabar con el caudillismo político, AMLO busca concentrar el poder en un solo hombre, como los conservadores; al contrario de los liberales, que respetan el poder legislativo, AMLO lo ha convertido en un apéndice; y al revés del ideario liberal de respeto a la libertad de expresión, el presidente - con una conducta conservadora- insulta, ofende y descalifica a la prensa.
DEPENDE DE UN HOMBRE
En un gobierno autoritario, con un poder inédito, con el presidencialismo a un grado no conocido por lo menos desde la época de Salinas, el rumbo del país –y el desenlace de la radicalización a la vista- depende, en gran medida, de un sólo hombre.
De su concepto de país, su idea de los actores sociales, su forma de enfrentar las crisis, y de interiorizar las voces opositoras.
En el estilo personal de gobernar de López Obrador esta condicionante no avizora buenos augurios.
Nunca ha cedido ni un centímetro en sus posturas, pese a que chocan con la realidad. Se le dijo y desestimó –por ejemplo- que ante la doble crisis era prioritario apoyar a la planta productiva, principalmente los trabajadores, para menguar el sufrimiento, y contratar deuda prudente –como todos los gobiernos del mundo- para evitar que una caída de la economía de un 6 o 7% en 2020 se convirtiera en un desplome del 10%.
Tal rigidez, combinada con la exacerbación a límites no conocidos de la polarización social; del discurso del odio, puede detonar un círculo vicioso, de consecuencias funestas para el país.
Su postura, que sonó a ultimátum en medio de las protestas, de estar a favor de la cuarta transformación o en contra, es echar más sal a la herida, elevar el punto de calentamiento en una olla hirviendo, en el coctel –ya explosivo- del país, donde se padecen –de forma simultánea- la pandemia del COVID 19, la económica con cerca de un millón de desempleados, y la de inseguridad, que no para.
Todos los gobiernos mienten, pero los gobernados toleran menos las mentiras en situaciones de crisis y –sobre todo- cuando se privilegia la polarización. La petición de AMLO, de facto, implica reconocer como correctas acciones de gobierno que no lo son.
Por ejemplo, dar por hecho cifras de mortandad por COVID 19, cuestionadas de sobra por expertos; avalar el rescate de Pemex sin importar el costo; continuar con megaproyectos como Santa Lucía y el Tren Maya en lugar de escuchar voces –como Cárdenas- de diferirlos para destinarlos a la contingencia sanitaria, y un largo etcétera.
Se tensará más la cuerda.
¿Cómo puede frenarse –en esta atmósfera- la agudización del autoritarismo, o una radicalización ideológica por senderos no conocidos por una sociedad democrática?
Difícil.
La única posibilidad estriba en los contrapesos.
Para ello hay que otear en el estado actual de los poderes fácticos y los recursos que tiene la sociedad civil, y su capacidad para enfrentar estos retos.
DESAFÍO PARA LOS CONTRAPESOS
Los entes de defensa para la democracia, surgen de la sociedad civil y sus grupos, de los contrapesos o poderes fácticos que gravitan en esta sociedad; y del poder legislativo y judicial, para mantener el equilibrio frente al ejecutivo, principal brazo del gobierno.
Estos ámbitos lucen endebles.
Hoy por hoy enfrentan un desafío, quizá el mayor en muchas décadas.
Al mismo tiempo, en los tiempos convulsos actuales y –los que se avizoran frente a las tensiones agudas de la sociedad exacerbadas por la rigidez del gobierno- también se abren grandes incógnitas sobre como retomar el consenso social.
Según la red, la sociedad civil, de acuerdo a Jurgen Habermas, atañe al “conjunto de instituciones que definen y defienden los derechos individuales, políticos y sociales”, al “conjunto de movimientos sociales que continuamente plantean nuevas demandas”; o, siguiendo a Tocqueville, a “organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que fungen como mediadores entre individuos y el estado”.
Por desgracia subyace una anemia perenne, estructural, de la sociedad civil en México, derivada de la tradición autoritaria que enraizó el PRI; con excepciones destacadas, como el movimiento estudiantil del 68. Sería muy largo enumerar, pero movimientos como la revuelta de Chiapas del Subcomandante Marcos, - si bien abanderaron agravios seculares en esa zona-, como muchas protestas callejeras en la capital del país, fueron respuestas del México profundo, con sospecha fundada de ser maquinadas por actores políticos.
Se da en toda democracia pero esencialmente no como reflejo de los agraviados en la sociedad, sino de grupos particulares.
Como un ejemplo de la anemia cívica, la fauna de las ONG´s es mucho menos robusta en México, que en otros países.
Un buen ejemplo es el vandalismo presuntamente por la muerte de Giovanni López, en Jalisco y la Ciudad de México, que luce–como apuntó Riva Palacio- como un brote de anarquía maquinado por grupos, que como consecuencia de una irritación genuina de una sociedad agraviada.
¿Surgirán protestas de la base social, por generación espontánea, en la gravísima crisis económica que dejará sin empleo a más de 1.5 millones de mexicanos, en un país que se encuentra en un alto grado de tensión?
¿Aplica –y en qué grado- la frase y el mensaje al México convulso de hoy, dicho por Porfirio Díaz, a raíz de la revolución de 1910, de que “Madero ha soltado al tigre”?
Hay tres ejemplos recientes de que la sociedad mexicana empieza a despertar, pero está vigente la pregunta, de si en la crisis económica, sanitaria y de seguridad, veremos inquietudes estructuradas de gente agraviada.
Uno de ellos fue la marcha feminista del 8 de marzo pasado, que congregó a decenas de miles de mujeres -al parecer en su mayoría de segmentos sociales de medio bajo hacia arriba- que incomodó, claramente, a López Obrador.
El segundo caso son las protestas de médicos y enfermeras, principalmente en la Ciudad de México, por escasez y mala calidad de materiales para enfrentar el COVID en los hospitales.
Y el tercero, las caravanas de autos en 40 ciudades, en protestas contra López Obrador; que fueron descontados como protestas “de ricos” por los defensores de AMLO, pero que parecen haber tenido su epicentro en el descontento de las clases medias.
Al final, el punto central, es si estas estas erupciones de inconformidad pueden finalmente ser atendidas remediando las causas de sus agravios, y contribuyen a desactivar agravios a la democracia o intentonas de radicalización ideológica.
PODERES FACTICOS DEBILITADOS
¿Y qué pasa con los poderes fácticos, como epicentro de una presión legítima sobre el poder?
El escenario es similar al de la sociedad civil.
Una travesía superficial de estos grupos de presión o interés que gravitan en la vida pública, y funcionan también como contra contrapesos, dibujan una imagen poco robusta.
Antes que nada hay que subrayar, que la Cuarta Transformación, ya reforzada, de suyo, por el control en las cámaras, cedió tácticamente en dos frentes donde avistó riesgos para su gestión –los Estados Unidos y el ejército- acomodando sus acciones a los intereses de esos dos ámbitos, lo que ha generado mayor blindaje.
El resto de los grupos de presión muestran claroscuros, que –en el momento actual- dibujan una debilidad, frente al autoritarismo vigente.
Bajo la óptica de Montesquieu, del equilibrio de poderes, el peso de Morena en las cámaras ganado en la elección, ha sofocado las voces de oposición en el legislativo.
En una atmósfera así, la maquinaria del poder trabaja para doblegar a la oposición.
Morena, y la imagen del presidente –dos variables que gravitan hacia el sistema en la misma dirección- han sufrido caídas, pero continúan en niveles altos.
La oposición partidista enfrenta un posible escenario de fragmentación en las elecciones de 2021, donde se renovarán 15 gubernaturas, y las diputaciones federales en el Congreso.
Los actores políticos de oposición ven en esta contienda una oportunidad para restarle poder a Morena, y que pueda perder el control del Congreso.
El partido en el poder está minado, pero hay una buena cantidad de incertidumbre.
Tras bambalinas, los contendientes preparan sus baterías políticas, pero la lucha luce desigual.
Será crucial el papel del INE, como árbitro –institución sujeta a presiones por parte del gobierno-
Los empresarios, el llamado poder económico, luce fragmentado.
Un presidencialismo creciente, una crisis durísima, con desempleo histórico, una sociedad inquieta pero con una sociedad civil hasta ahora estructuralmente débil, y poderes fácticos disminuidos, avizoran tensiones en la sociedad mexicana, que pueden exacerbar la violencia, y azuzar la anarquía.
En este caldo de cultivo será crucial el papel de los medios y –sobre todo- las redes sociales, que hasta ahora, en el balance, han cumplido un papel razonable en la crítica del poder.
México es hoy una caja de pandora. Los desafíos –y la incertidumbre- es inédita.
Está por verse si el tejido de la democracia rechaza modelos ajenos a su idiosincrasia.