-PRIMERO DE DOS-

¿Puede implantarse en el México de hoy un experimento de radicalización ideológica luego de que hay indicios de este fenómeno en AMLO y su gobierno?

El comentario viene a cuento porque López Obrador ha sufrido mutaciones en su prédica ideológica.

No es el mismo de la larga lucha de 18 años previa a su arribo al poder, y luce -también- diferente al que pareciera haber emergido en las últimas semanas.

PRIMERA MUTACIÓN

Hay signos de esta primera mutación de AMLO.

En vez de enarbolar un discurso de unión –arbitrando en su rol como presidente las diferencias entre los intereses y actores sociales- instauró un lenguaje de división.

AMLO viró de privilegiar al diálogo –como candidato-, al monólogo, criticando a quien no piensa como él.

En el frente clave de la seguridad, después de que prometió regresar el ejército en los cuarteles, los convirtió en el principal instrumento contra el combate el narcotráfico, y creó un cuerpo especial en la Guardia Nacional.

El cambio más significativo se ha dado en su narrativa del poder económico.

En sus dos primeras campañas visualizó a los poderosos como una casta de privilegiados en complicidad con la clase política; en su tercera campaña moderó su discurso sin separarse de ese eje, e hizo alianzas.

Ya como gobernante regresó a su primera narrativa, dio un manotazo en Texcoco, y habló ya – con contundencia- del poder económico supeditado al poder político, su norma en las acciones posteriores de gobierno en la relación con esta esfera.

Como candidato, nunca aclaró las herramientas para reducir los privilegios - como sí lo hizo en el combate a la pobreza-, y al llegar a Palacio Nacional, canceló privilegios fiscales y otras prerrogativas, esto último -si- visto como un acierto.

Pero en el balance, la visión de AMLO sobre el poder económico exhibe fisuras que han tenido costos importantes para el país.

Su retórica contaminó la relación con los organismos empresariales, atizó la desconfianza en los inversionistas, y apagó los motores de la economía cuando los socios comerciales de México principalmente EU continuaban creciendo.

Al encajonar al poder económico en un solo saco les negó apoyos a todos no sólo a los grandes empresarios, sino también a los pequeños y medianos -quienes generan la mayor cantidad de empleos- ahondando el deterioro económico.

Similar suerte tuvo la clase media, abandonada en la crisis económica secuela del COVID detonada por el confinamiento y paralización de actividades, pese a que votó por él, y fue factor clave en la amplia brecha que la permitió controlar prácticamente las dos cámaras.

Cuando todo mundo pensaba que enfrentado a una crisis económica buscaría reanimar el crecimiento castigó el emprendimiento. Más aún, renegó del PIB como instrumento de medición por –dijo- no considerar la mejora en la distribución del ingreso (sus apoyos a los pobres) y la felicidad.

En el plano exterior en vez de otear por el mundo, gobernó desde casa, bajo la premisa de que importa más la política interior que la exterior.

Mientras como candidato criticó a Trump, como gobernante acomodó sus acciones a las prioridades del presidente norteamericano, en particular en la contención contra la migración que transita por el territorio hacia los Estados Unidos.

A la burocracia, cuya mayoría votó por él les recortó sueldos, descabezó direcciones generales y subsecretarias, les recetó bajas de presupuesto; la última –draconiana- de 75% en los gastos generales; un austericidio, dejando al sector público en condiciones que ya dificultan su operación.

En la reforma educativa y energética –de los pocos aciertos del gobierno previo de Peña Nieto- no engañó a nadie. Las liquidó, dando recientemente lo que se apunta como una embestida contra las energías limpias.

La sociedad mexicana se sorprendió por el castigo a la ciencia, el abandono del CONACYT y los recortes a los investigadores. Nunca se ventiló con seriedad en su campaña, pero se sacrificio en el presupuesto a las nuevas tecnologías que mueven al mundo.

En los pobres, su principal veta narrativa, donde los marginados son los buenos, y los ricos y privilegiados los malos --similar a la trama de Ismael Rodríguez de “Nosotros los Pobres”- no hubo sorprendidos.

Han sido el pilar de su gobierno. Los cortes de gasto público, la extinción de los fideicomisos (otra novedad), la lucha contra la corrupción, todo es en nombre de ellos; aunque los críticos han advertido una intención paralela de fortalecer sus bases electorales, tras apreciar la opacidad de los mecanismos de distribución del dinero y el uso de canales propios en los padrones como los servidores de la nación.

¿IZQUIERDA?

Es pertinente la pregunta.

El populismo de AMLO está a la vista, pero los adjetivos importan.

¿Es la izquierda la matriz ideológica donde abreva la Cuarta Transformación?

Es la narrativa oficial pero no se apega estrictamente a la realidad.

Así opinan los padres fundadores del movimiento del cual emergió AMLO: el desprendimiento del ala nacionalista del PRI en los 80’s, con figuras como Cárdenas, el hijo del icono; y Muñoz Ledo, una suerte de ideólogo secular mutante del sistema político mexicano.

Esta semana Cárdenas -luego de críticas reiteradas a AMLO que apuntan a que el gobierno en el poder no alberga la esencia de la izquierda- dijo que debe diferir la construcción de mega proyectos.

Muñoz Ledo es una piedra en el zapato de Morena, por su condena recurrente al autoritarismo, y –como hoy en EL UNIVERSAL- su crítica al abandono de la ciencia y, antes, a otras decisiones de gobierno.

Ambos –Cárdenas y Muñoz Ledo- han cuestionado la cercanía con Trump.

Visto de cerca el desempeño de los gobiernos de izquierda moderada que se gestó con el PRD, no se advierte sintonía con el laboratorio de la Cuarta Transformación.

No es afín por ejemplo al acercamiento de AMLO a las iglesias, a su visión de un liderazgo imbuido de Cristo - con su propia y personal interpretación de estos principios a sus acciones de gobierno- para nutrir su narrativa de los pobres contra los ricos.

Tampoco con la evidente incomodidad de AMLO con el movimiento feminista, ni con el desdén manifiesto por el respeto a los derechos humanos.

¿O alguien puede definir los sellos distintivos de la izquierda que pregona la Cuarta Transformación? 

¿VIEJO PRI?

La siguiente hipótesis de trabajo es más sugestiva: Es el PRI, o – para ser más preciso- el viejo PRI.

Esta semana Beatriz Paredes, senadora de este partido aludió a AMLO sin nombrarlo, dejando entrever que el gobierno a la vista encaja en el viejo PRI de los 70’s, y advirtiendo el riesgo -que se sufrió entonces- de ser autoritario.

La colmilluda Paredes, que escupió para arriba denostando a los viejos liderazgos de su partido - de los que reniega- alude al autoritarismo de Echeverría y de López Portillo.

Empero, por omisión o intención, Paredes, apuntó al origen, pero no señaló el adjetivo: populismo.

Es decir populismo autoritario.

Tesis sugestiva.

Como hipótesis de trabajo, la Cuarta Transformación se acomoda a un populismo autoritario del PRI 40 años atrás, donde la figura presidencial es el centro alrededor del cual giran otros planetas, con control casi absoluto de las cámaras, desdén por los organismos autónomos, y poder – o pretensión de predominio- sobre los medios.

Como suele pasar en la historia, el modelo no se reproduce con exactitud.

Es un populismo autoritario con el sello de AMLO, imbuido de su estilo personal de gobernar como habría dicho el sociólogo del poder Daniel Cosío Villegas, quien escribió un librito con ese nombre en los 70´s en alusión a Echeverría.

Subrayo varios.

Primero, socavar la economía.

Antes, un breve recorrido por los gobiernos priistas para escudriñar el molde específico del populismo autoritario de AMLO, a la luz de esta primera mutación.

Díaz Ordaz fue un autócrata, icono del desarrollo estabilizador. Echeverría, autoritario, marcó el nacimiento del populismo, se confrontó con el poder económico y minó la confianza en la inversión. López Portillo, un populista que se regodeó del autoritarismo, y hundió a México en una crisis con un errático manejo económico. De la Madrid, una víctima de su antecesor, pero –ya- ahí floreció el botón del neoliberalismo. Salinas, autócrata del poder – bajó varios grados al populismo- pero fue firme creyente en los mercados, detonó la revolución del TLC en la que México transita –aún en la era AMLO-, y fue gestor principal del error de diciembre de 1994. Zedillo, con sus propios errores, pero víctima de entuertos económicos de Salinas. Fox y Calderón, neoliberales de derecha como diría AMLO; y Peña Nieto introdujo las reformas, logró un pobre crecimiento, pero con un sello de corrupción, que pavimentó el camino para al hoy presidente.

En el pico de populismo autoritarismo priista, con López Portillo y Echeverría, se fortaleció el estado, pero en connivencia con el sector privado, aún acosado por los disparates del manejo económico. De los gobiernos de De la Madrid a Zedillo -de donde AMLO quizá abreva la idea de neoliberalismo- la economía creció poco en promedio, pero se mantuvo sana distancia con el mercado.

En AMLO vemos –sello distintivo- una aversión al mercado, que no está presente en los gobiernos priistas no sólo los recientes, sino tampoco en los populistas.

Sí en cambio, por supuesto, se exhibe la pretensión autoritaria y de reforzar el estatismo.

En abono de AMLO, practica un principio importante del neoliberalismo que condena: la austeridad –que adjetiva como republicana- y el control –hasta ahora- del déficit público.

Si es cierta nuestra presunción de que la Cuarta Transformación es una remembranza del populismo priista autoritario con pretensiones estatistas, las instituciones autónomas tienen un camino cuesta arriba en el resto del gobierno de López Obrador.

Hasta ahora, ha imperado una convivencia incómoda con el Banco de México, el INE y el INEGI.

Lo mismo, se acentuarán los roces con gobernadores, como ahora con Alfaro en Jalisco, o con los partidos de oposición.

Un añadido de este modelo, sería –como ha acotado Krauze - un mesías tropical. Incluso imbuido de religiosidad –varias veces aludiendo a la figura de Cristo- que nutre su discurso seminal de pobres contra poderosos.

Por supuesto, se trata de un AMLO diferente al que vimos como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

Hasta aquí, la pretensión de definir la primera mutación de López Obrador.

Pero puede haber otra.

SEGUNDA MUTACIÓN

Algo pasó en la mente de López Obrador después del estallido de la crisis económica que detonó la contingencia del COVID.

Tras esta doble crisis cambió su discurso.

Pareciera una segunda mutación.

El punto de quiebre fue su declaración de que la doble crisis le vino “como anillo al dedo”.

Al explorar los pasillos del poder, tal transformación se dio luego de que el ala radical, que convivía con moderados como Alfonso Romo el jefe de la oficina de la presidencia- en un equilibrio inestable administrado por AMLO- se impuso en esta lucha interna.

Estaríamos ante una importante vuelta a la tuerca del bagaje ideológico del nuevo gobierno.

Esta ala radical simpatiza con el grupo de Sao Paulo. Tiene fibra chavista. Admira a Castro y Allende.

AMLO, tras la doble crisis, tenía la disyuntiva de dos caminos y escogió el segundo.

El primero -manteniendo sus pilares discursivos- escuchar a los moderados, promover la inversión, desempolvar el proyecto de revivir la participación de extranjeros y nacionales en Pemex, e –importante- prestar oídos a la petición empresarial, liderada por su cercano hasta ese entonces, Carlos Salazar, presidente del CCE, de brindar apoyos –no rescates- como diferir el pago de impuestos, ofrecer estímulos temporales a los trabajadores soltando la chequera del gobierno aún a costa de endeudarse prudentemente.

Y el segundo, ajustar la tuerca con los empresarios -ya en punto de alta tensión- radicalizar el discurso, y romper con el pasado.

Exacerbar la lucha de clases.

Pareciera que optó por los radicales.

Ramón Alberto Garza dice en un análisis reciente en Código Magenta que AMLO se radicalizó. Apunta que hay un ideólogo influyente a quien escuchan los radicales, simpatizante de Gramsci, un teórico marxista del siglo XX fundador del partido comunista italiano.

Regresando más atrás en el priismo, en los 30´s del siglo pasado, el modelo podría evocar al experimento socialista de Lázaro Cárdenas, quien cambió un párrafo en la constitución describiéndola como socialista, y se confrontó con los empresarios, principalmente los de Monterrey.

Podría ser otra cosa distinta. No lo sabemos.

Quizá, dentro del molde autoritario populista, empieza a incubar un socialismo vernáculo en México.

Hay algunas pistas.

Por supuesto, su radicalización contra el poder económico. En una de las conferencias mañaneras preguntó abiertamente: “¿Qué hacer con los ricos?”

Han asomado la cabeza herramientas más intimidantes para distribuir la riqueza.

Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de Morena, sugirió que el INEGI pueda entrar “sin ningún impedimento legal a revisar el patrimonio inmobiliario de todas las personas”. Aunque luego matizó que se trataba de “revisar el patrimonio inmobiliario y financiero de las personas más acaudaladas del país además de vigilar la concentración de poder que tienen algunas empresas”. AMLO acotó después que el patrimonio de los empresarios y de todos los mexicanos debe mantenerse en privado.

Otra vuelta al torniquete fue el intento de liquidar las energías limpias, una táctica defensiva de Pemex, para favorecer a esta empresa en surtir de combustóleo a la CFE, desplazando a los industriales solares y eólicos.

En el lenguaje de los símbolos se ventila la idea de normalizar a la sociedad, estandarizarla por ejemplo a consumos definidos desde el poder, un concepto de igualitarismo, que no es propio de un sistema de mercado.

AMLO habló a principios de la semana de olvidarse de comidas exóticas, y comer frijol y arroz.

Antes dijo que es importante ahorrar, dejar de ostentar lujos, y, “no consumir de manera enfermiza. Si ya tenemos zapatos, ¿para qué más? Si ya se tiene la ropa indispensable, sólo eso. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado. ¿Por qué el lujo?”.

Si lo que estamos viendo es un ensayo de socialismo a la mexicana la pregunta es de enorme pertinencia.

¿Puede implantarse en México un ensayo de este tipo?

Se abre una caja de Pandora