Todos los espejismos fraguados al amparo de aquel discurso demagógico y ramplón de Donald Trump, fueron, como reza la canción popular mexicana… “como las espumas que arrastra el agua… suben y crecen… y con el mismo viento cielito lindo desaparecen”.
Desde el cinturón industrial del noreste hasta la costa oeste, corrientes democráticas de chorro y ‘ventarrones de Santa Ana’, terminaron de ‘echar’ del inmueble de la avenida Pensilvania, en Washington, al nocivo mandatario estadounidense, que estuvo siempre a favor de tocarle las partes nobles a una mujer, argumentando que él puede hacerlo porque es famoso; que encerró niños inocentes en jaulas mientras ‘resolvía’ su migración; que forzó a México a deportar a centroamericanos en nuestra frontera sur con Belice y Guatemala a punta de tolete; que trató de ocultar su verdadera inspiración en el ‘Supremacismo Blanco’, como forma de gobierno universal, escondiéndose hipócritamente tras la Biblia para promulgar su ‘oposición al aborto’, pero sólo como una postura populista para captar más votos; que se opsuo en todo momento a aceptar el cambio climático del planeta y la evidente amenaza pandémica del coronavirus, rechazando protoclos científicamente comprobados de prevención.
En buena hora el ‘chiflón demócrata’ se llevó sin miramientos a la ‘era Trump’ y a 6 de los 7 pecados capitales por el mundo conocidos.
Se llevó su soberbia, de pretender siempre humillar a oponentes y críticos, buscando la destrucción de los que no piensen como él; su avaricia de buscar perpetuamente acumulación personal de riqueza y poder, para humillar y someter al débil o al pobre; su lujuria, al enredarse con sexoservidoras y engañar públicamente a su mujer, contando con una demanda actualmente en tribunales estadounidenses, de parte de la señora Stormy Daniels, la cual se vaticina que el todavía presidente podría perder en los próximos días. Su ira, evidenciada en una actitud hostil permanente con todos, incluso consigo mismo; su envidia, expresada en la constante agresión por ejemplo, a China Popular, dados sus notables avances económicos y tecnológicos que amenazan legítimamente el liderazgo americano en el mundo e ignorar los protocolos mínimos de la diplomacia, que propugna por métodos unificadores para el progreso integral mundial, como lo hace Ángela Merkel, canciller alemana y auténtica líder occidental de nuestro tiempo. Trump a Merkel no le llegó ni a los talones. Y también por último, el viento se llevó la egolatría del tirano, que siempre buscó reafirmarse ante el mundo como el mejor, el más sabio, el más valiente, el más templado… en un afán de ridiculizar a quien no piense como él, porque habría estado en el error.
Una vez transcurrida la tempestad del meteoro democrático, un nuevo y prometedor resplandor aparece en todo el cielo del planeta. Una hermosa promesa de paz, prosperidad conjunta y, lo más atractivo quizá, el establecimiento de una nueva era en la forma de interacción ‘intergénero’ de la humanidad misma.
Es este último aspecto de la promesa de los Biden, el que más entusiasma y el que tiene más posibilidades de construirse en los próximos años… por fin.
Porque la paz y la prosperidad conjunta son dos objetivos muy prostituidos en los discursos políticos y además… muy grandilocuentes.
Con Jill Biden, la próxima primera dama de Estados Unidos, esposa del Presidente electo, Joseph Biden, llega una mensajera del rigor y la crudeza de la realidad de cientos de millones de habitantes en el mundo que buscan la revaloración de ese género, que no obstante su condición de ser mujer, han sabido sortear y sobreponerse a las vicisitudes de esta desigual estructura de valoración a ese gran sector de la población mundial, en relación con el trato que históricamente reciben los varones, en sueldos, ventajas sociales, morales y legales.
Con la llegada de Jill Biden, llega el mejor ejemplo que puede tener la sociedad mundial contemporánea, de que una mujer puede ser motor, timón y ancla, alternadamente en una familia hoy día.
Jill Biden es una mujer preparada y autosuficiente… pero que cree que el fortalecimiento de la familia es la vía más corta y funcional para corregir muchos de los males de la sociedad contemporánea y eso es muy alentador.
En 1972, Joe Biden enfrentó lo impensable: su joven esposa e hija murieron en un accidente automovilístico y él se quedó solo para criar a sus dos hijos pequeños, ambos heridos en el percance.
Entonces apareció Jill Jacobs en la vida de Joseph Biden, un hombre entonces aturdido por la tragedia, para encontrar poco a poco en ella, la armonía suficiente y necesaria para hacer de la vida –de nuevo- una gran obra de sincronía, cooperación y amor.
La joven Jill Jacobs, -hoy Jill Biden-, vivía a las afueras de Filadelfia. De extracción modesta pero trabajadora, pues su padre ascendió de cajero a gerente de banco y su madre era ama de casa.
Jill estaba en proceso de divorciarse de su primer marido cuando conoció a
Biden, un viudo que viajaba diariamente de su casa en Delaware al Senado en Washington.
La pareja se casó en 1977 y ella se convirtió en la madre de sus hijos Hunter y Beau. Procrearon una hija, Ashley, que nació en 1981. Mientras criaba a su familia. La ahora primera dama obtuvo con mucho sacrificio en su tiempo, dos maestrías y eventualmente un doctorado en educación. Ahora enseña en Northern Virginia Community College.
Es una historia de lucha compartida; de crudas realidades y no de frivolidades. Los estadounidenses tendrán en la Casa Blanca a una Primera Dama de carne y hueso y cuyo trabajo como compañera del Primer Mandatario será las 24 horas del día, los siete días a la semana.
Contrariamente a lo que ha sucedido hasta hoy con la señora de Trump nunca trabajó; se trata de una modelo o publirrelacionista, la eslovena Melania Trump, quien según trasciende, prepara ya su divorcio de Donald Trump, por malos tratos y atentados a la dignidad.
Pero ahora que Joe Biden ganó la Casa Blanca, su esposa tendrá la oportunidad de impulsar el papel de primera dama en el siglo XXI, manteniendo su trabajo de tiempo completo como profesora.
"¿Cómo se puede formar una familia quebrada?", dijo Jill Biden en la Convención Nacional Demócrata de agosto, sobre la perseverancia de Biden a través de la adversidad, una cualidad que cree que lo conecta con millones de familias estadounidenses que sufren la pandemia, los despidos masivos y las tensiones raciales. "De la misma manera en que se unifica a una nación", agregó. "Con amor y comprensión y con pequeños actos de compasión. Con valentía. Con fe inquebrantable".
Como se aprecia, esta rubia y menuda mujer de 69 años, que también es profesora, madre, abuela y el gran apoyo de Biden, de 77, después de la tragedia que él vivió hace casi cinco décadas.
La pareja ha pasado por dos carreras presidenciales fallidas, ocho años en la vicepresidencia, la muerte de Beau Biden tras una batalla contra el cáncer y ahora, una exitosa campaña presidencial.
Inspira al mundo entonces, el impulso que desde la Casa Blanca se le dé en lo sucesivo, a la familia y a la mujer, como los dos conjuntos culturales supranacionales, para decirlo en el lenguaje de Nietzsche, que deben volver a ser rescatados y revalorados, respectivamente, en el mundo. Así como se hizo con el sector de la juventud en la segunda mitad del siglo 20.
El fortalecimiento de la familia y la revaloración de la mujer, dará al mundo un poco más de la paz y del progreso compartido… y del amor que tanto necesita.