Muchos expertos han apuntado que nuestras sociedades contemporáneas tienden a crear individuos socialmente condicionados en donde el malestar se incrementa. Existen múltiples problemas sociales en crecimiento como la pobreza, la desigualdad, la discriminación, la violencia y en términos generales la enfermedad. Es muy importante reflexionar sobre cuál es nuestra responsabilidad individual dentro de este contexto. Ya en numerosos periodos de la historia de la humanidad, diversos pensadores han planteado la necesidad de reflexionar sobre quiénes somos y qué hacemos, para determinar hacia dónde vamos. La reflexión sobre nuestra persona y el medio en donde vivimos se basa en una función de extrema importancia de nuestra mente que es la conciencia.
Tener conciencia es encontrarse inmediatamente alerta de quién somos, dónde nos encontramos, y cuál es la naturaleza del mundo en donde vivimos. La conciencia es la única función y la más elemental, que nos da un sentido de la realidad y de cuál es nuestro lugar dentro de esa realidad. Cuando realizamos una descripción de quién somos, de cómo vemos el mundo, de cuál es nuestra filosofía personal de la vida, de nuestra cosmovisión, estamos realizando un ejercicio de autobservación. Constantemente nos comunicamos y compartimos nuestras ideas y percepciones con otros buscando la validación o el reconocimiento de nuestro mundo. Los expertos le han denominado a esta conducta una realidad intersubjetiva y es la “realidad” en la que los humanos vivimos. Este mecanismo puede parecer algo obvio o lógico, pero es muy importante entenderlo, a pesar de que se dé por sentado que simplemente así es.
Una de las potencialidades más importante de nuestra mente es la capacidad de autobservación, auto análisis o autorreflexión. Así podemos hacer consciente lo que hacemos, lo que pensamos y en términos generales adquirimos una visión de lo que somos. La autobservación no es algo fácil o simple de hacer, se requere de una visión externa que nos muestre, que nos transmita, como un espejo, una imagen de nuestra conducta. Todas las acciones tienen efectos sobre nuestro entorno y es ahí donde podemos empezar a auto conocernos. Cuando nos preguntamos, ¿por qué la gente reacciona así a mi alrededor?, es el mejor momento para preguntarnos, ¿qué hice para que reaccionaran así? El aprender a observarnos a nosotros mismos, es la única forma de reflexionar sobre pensamientos o acciones que no nos gustan, que nos provocan alguna molestia o sufrimiento. De no realizar este tipo de prácticas de introspección, no pasará nada, y ese es justamente el problema, no pasará nada más allá de continuar con los patrones, visiones y experiencias que hemos formado desde la temprana infancia y que pueden acompañarnos por el resto de la vida. Reflexionar sobre quién somos y qué hacemos es lo que nos puede abrir la puerta para cambiar algo que nos disguste, es la entrada para aprender nuevas formas de interacción con nuestro medio, con los que nos rodean y encontrar nuevas formas de convivir con nosotros mismos. No es exagerado decir que nuestra cultura está forjada y formada por todas estas percepciones creando una identidad social. En términos globales, la falta de autobservación de una persona también limita el ejercicio en otra y a la larga en toda una sociedad.
En la historia de la humanidad hay ejemplos muy claros de culturas que se preocuparon por promover la autobservación, como fueron las civilizaciones asiáticas desde hace 3000 años.
No hay que olvidar que el ego de cada persona se forma por todas las relaciones y referencias que tenemos con nuestra cultura y nuestra sociedad. La cultura occidental contemporánea basa el valor, importancia o reconocimiento del individuo, en factores como el ingreso, la educación, la disputa social, o el reconocimiento público, y es en estos conceptos en los que basa el sentido de quién somos y qué tan “buenos” pensamos que somos. Si bien se podría argumentar que estos preceptos constituyen una competitividad que mueve a una sociedad, también puede ser su propia destrucción. Es el origen de una sociedad deshumanizada, sin autorreflexión y que prioriza la realidad mental del “éxito material”, sobre la esencia y necesidad humana. En este contexto se corre el riesgo de generar altos niveles de agresividad, competencia y egolatría, donde la única premisa es la defensa y el ataque.
Todos tenemos el potencial de crear y preservar un medio individual y colectivo “sano” que reduzca el sufrimiento y la generación de conflictos. Es de suma importancias aprender a adaptarnos a nuestro medio, aprender a controlar nuestras emociones, aprender a conocernos a nosotros mismos, aprender a crear una sociedad de personas felices y cooperativas creando nuevas posibilidades que trasciendan a otras generaciones. El principal objetivo siempre deberá ser el bienestar individual a partir del bienestar colectivo.