Hacía falta que bajaran un poco la guardia para verlos tal y como son: grandes actores, simuladores de las causas sociales, retrógradas incapaces de cualquier tipo de diálogo o de discusión. Son la minoría, pero son un grupo lo suficientemente estridente como para generar espirales de silencio y una percepción negativa de lo que significa estudiar en la máxima casa de estudios de este país. Son ellos, los que atacan a quienes piensan distinto, lo que encierran el debate en juicios de autoridad y citas a Foucault, los que se creen ?radicales? porque no dejan entrar a un ponente al auditorio o porque se ?atreven? a insultar públicamente a los herejes de su doctrina. Ellos, los ?intolerantes?, son igual de izquierda que de derecha. En el mundo de la intolerancia, el fascista xenófobo, clasista y misógino, no es tan diferente del marxista dogmático, del jacobino sangriento o del asambleísta empedernido que busca manipular los acuerdos y las opiniones del colectivo.
Hacía falta verlos tal y como son. Afortunadamente la elección de nuevo rector en la Universidad nos dio oportunidad de conocer su verdadero rostro. Pocas veces se quitan la máscara, sólo en aquellos momentos en que se sienten empoderados, lo suficiente en confianza para creer que sus descalificaciones serán aplaudidas. Pero no fue así, esta vez no. De manera decorosa, universitarios de todas las facultades han buscado involucrarse en el proceso de selección para el nuevo rector. Se han generado debates entre estudiantes, se han desarrollado plataformas de discusión sobre los proyectos de trabajo e incluso videos de apoyo para alguno u otro candidato. Pero una minoría intolerante lo ha visto con malos ojos. ¿Por qué? No sólo porque ellos tengan a sus propios candidatos y sus formas subrepticias de apoyos, sino sobre todo porque no fue en el margen de una asamblea convocada por ellos, porque no se hizo un pliego petitorio que ellos pudieran leer ante los medios, porque no se sacó a relucir los rumores y vínculos secretos que supuestamente comprueban ?el complot que se está orquestando desde el gobierno para imponer a nuevo Rector?. Por eso están resentidos, y antes prefirieron salir a descalificar, humillar y burlarse de quienes piensan distinto,que dar un debate de altura.
Pareciera que construyo un ?hombre de paja?, que hablo de grupos anónimos, amorfos e indistinguibles. Pero no hace falta nombrarlos, cualquier universitario sabe a quétipo de estridencias me refiero. Porque mi descripción encaja lo mismo en ciertos gruposde la Facultad de Filosofía, de Ciencias, de Economía como en casi cualquier otra de la UNAM.La intolerancia en nuestra Universidad es un cáncer generalizado que ha sido expuesto a diferentes quimioterapias, pero que sigue ahí, esperando las ?condiciones objetivas? para salir de nuevo y desestabilizar a la universidad (o en el más pueril y común de los casos, tan sólo atacar a miembros comunidad desde las redes sociales para poder llamar la atención).
Es necesario, no obstante, hacer una clara precisión. Por años hemos metido en el mismo costal a porros, activistas y estridentes, les llamamos ?radicales? a rajatabla sin hacer las precisas distinciones. Los primeros son grupos sociales de choque, quienes comúnmente son respaldados por una autoridad (ya sea gubernamental o universitaria), y quienes bajo su amparo emplean la violencia y la intimidación para reprimir a los estudiantes. Los segundos, los activistas, son estudiantes con conciencia política, quienes pueden o no militar en un partido, quienes asisten a marchas, promueven y participan en debates, salonean y generan espacios plurales de discusión, actuando con asumiendo por convicción los valores del respeto y la tolerancia. Pero cuando el activismo social se degrada, cuando el debate de ideas se suspende y la acción se cierne a consignas y prejuicios, tenemos entonces una masa acrítica, un grupo estridente cuyos gritos e histrionismo monopoliza la arena pública, y es entonces cuando el debate de ideas se remplaza por la disputa (o el culto) de símbolos, imágenes, referentes y poses. Y digo poses, porque claramente se puede distinguir una postura radical de una pose radical, una perspectiva crítica de una actitud criticona, una línea política del garabato ideológico que rayan con sus comentarios y memes en redes sociales.
Jugar al radical es una tentación inevitable, sobre todo en la UNAM. Pero hay quienes lo son, y quienes solamente lo simulan. Los verdaderos radicales ?como afirma Alberto Fernández? ?llevan su energía adonde verdaderamente incide en la emancipación social. Son feministas en la primera línea de batalla contra la violencia de género, sindicalistas que no se amedrentan frente a los golpeadores que operan a las puertas de las juntas de conciliación y arbitraje, defensores de derechos humanos que trabajan con comunidades rurales afectadas por las transnacionales mineras, intelectuales y activistas que insisten en la búsqueda de alternativas a la explotación capitalista, etcétera. Pero los hay quienes perseveran en la pose radical y como envueltos en banderas rojinegras y colgados del megáfono, siempre resultan un espectáculo mediático muy atractivo, la opinión pública suele ubicarlos como la única expresión del radicalismo?.
Justamente así sucede en mi alma mater, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, así como en diferentes puntos de la UNAM, donde para algunos la radicalidad se confunde con la estridencia, y la intolerancia pasa a ser una muestra de virtud. Cuando se les confronta, y se les pide un piso mínimo de respeto y tolerancia, su respuesta es que ?es más insultante el servilismo? de quienes piensan distinto a ellos, que son ?lamebotas?, que están manipulados que son acríticos. ¡Qué ironía! Justo los mismos adjetivos que las personas más reaccionarias les imponían, ahora ?en una Universidad con mayores libertades? los revierten a sus herejes. Hoy irónicamente, la lucha por la libertad de expresión, la batalla por la posibilidad de discernir, la defensa por pensar distinto, ha cambiado de frente.
Se radical es llegar hasta la raíz de nuestras posturas, es actuar con congruencia hasta las últimas consecuencias, es ser consecuente con lo que pensamos y decimos. Hace falta más radicales en la UNAM, de esos como Javier Barros Sierra, que están dispuestos a defender radicalmente la libertad de cada quien por manifestar su opinión.