El 21 de octubre de 1988, emplazados por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, un grupo de ciudadanas y ciudadanos convocamos a la creación de un partido político cuyo objetivo sería ser un instrumento de la sociedad para que el pueblo decidiera con libertad quién gobierna, cómo se gobierna y para quién se gobierna. Los firmantes de este histórico Llamamiento al Pueblo de México, nos constituimos en los fundadores e iniciadores del Partido de la Revolución Democrática. Han pasado 32 años desde entonces en los que el PRD libró grandes batallas por la instauración de la auténtica democracia y el impulso de un programa de izquierda que se imponía detener la destrucción de las instituciones y creaciones de la Revolución Mexicana: el ejido, las cooperativas, los contratos colectivos de trabajo, los sindicatos y las empresas públicas. Un Partido para luchar por la libertad, la igualdad y la solidaridad como valores rectores de la vida ciudadana.

Hoy ya quedan muy pocos de los entonces firmantes, unos murieron, otros tomaron otras rutas políticas y otros fueron simplemente excluidos por una casta que con los años se fue apoderando del Partido convirtiéndolo en un instrumento burocrático y de mantenimiento de posiciones políticas. Así, de lo que fue hoy sólo queda una empresa por la que las pequeñas corrientes que lo dirigen viven para mantener el privilegio de los cargos de representación política y no por transformar a la Nación.

Cómplices del triunvirato que durante 18 años gobernó al país, jamás comprendieron que a final de cuentas los ciudadanos podrían construir un nuevo movimiento social que rebasara a las burocracias y optara por un cambio real desde las urnas.

A 32 años de participar activamente en el PRD, para mí no queda nada trascendente ni vital en ese partido. El PRD que llamamos a fundar en 1988 no existe ya; en cambio hoy sólo hay un uso patrimonial del registro formal ante la autoridad electoral en favor de quienes ya nada tienen que aportar a la política nacional. En un afán de sobrevivencia política, se hace virar al PRD a conformar alianzas con sus antípodas ideológicas, el PAN y el PRI, en un afán por continuar la disputa con el Presidente de la República. Ya no hay programa ni proyecto, y por el contrario se enfatiza la cultura política de la servidumbre y sumisión ante los poderes que antaño combatimos.

En la última reafiliación, ordenada por la autoridad electoral, para la realización de lecciones internas para renovar los órganos de gobierno del PRD, decidí no refrendar mi militancia. Siempre he asumido la crítica y la libertad como valores vitales de la política, en el PRD no hay posibilidad alguna para ambas. Por tanto, no tiene sentido seguir ahí y compartir la actividad política con quienes nada tengo en común.

La fuente de la Democracia es la Ciudadanía, como republicano y político de izquierda guardo y me impongo esta máxima. En un México que vive una transformación histórica, mi papel y compromiso se fortalecen en la independencia y la libertad como las convicciones que siempre he impulsado tanto en la acción como en la cátedra y en mi pluma. Adiós Monterrey 50, me llevo muchos debates y experiencias a una nueva etapa en la que lo aprendido renueva mis convicciones y compromisos con la cultura republicana y libertaria.