México es el país de muchas figuras populares que son un ejemplo para la sociedad, pero que carecen del más mínimo atisbo de ejemplaridad pública. Un mundo dominado por los medios de comunicación, internet y las redes sociales que han forjado a la banalidad vivencial en la dominante regla de vida social, el narcisismo político de la imagen. Ahí, la Política a la mexicana es hoy el espacio de mayor banalidad social donde nadie se impacta o se impacienta ante la vulgaridad de la politiquería nacional.
La transición a la Democracia en lugar de haber conformado a una clase política de excelencia nos arrojó, en el marasmo del posmodernismo doméstico, al imperio de los políticos que convocan al ejemplo carente de ejemplaridad, al antiejemplo o al contraejemplo: el vil ruido de las palabras de discursos que nadie escucha y se disuelven en nuestros oídos. El viejo autoritarismo forjado en la cuna de la política patriarcal machista, se reemplazó por la cultura de la embriaguez colectiva de millones de “beneficiarios y espectadores”, de un circo posmoderno que nos ofrece la píldora negra del neoliberalismo o la roja del populismo, una Matrix mexicanizada que nos obliga al Dasein heideggeriano de los chairos o fifís.
La Democracia hoy, es una categoría carente de sentido, manoseada, que sólo tiene valor de cambio y que ha perdido el atributo de ejemplaridad igualitaria, su valor de uso. Todos apelan a la Democracia desde la perspectiva de la unicidad subjetiva, mi democracia (con d minúscula) sin entender que ella es la cualidad de la cosa pública, de la República. Votar es un Derecho subjetivo que se objetiva en el acto electoral y no una obligación: votar o no votar es el dilema, por quién votar un paradigma. Conforme a la lógica deóntica, un derecho no es una obligación como expresa nuestra mal reformada Constitución, el primero es una potestad la segunda un vínculo, se vota y no se vota, se elige o no se elige es el atributo vital de la libertad ciudadana en la igualdad de los que adquieren el privilegio político de decidir: los ciudadanos.
El ciudadano auténtico es un ser político no un ser económico (un cliente), él o ella ponen por delante su dignidad en la ejemplaridad pública e igualitaria y rompen con el principio jerárquico autoritario, que es propio de las políticas neoliberales y populistas, la Democracia sin atributos de la que habla Wendy Brown. En México, no se ha entendido el sentido y la razón de la Dignidad, categoría bien definida al igual que la de Ejemplaridad por Javier Gomá, y por ello la noción de ciudadano que vale para la clase política (de izquierda, centro y derecha) es la de cliente. Nuestros neoliberales y populistas afines a la cultura posmoderna de la imagen no ven ciudadanos con poder sino clientes (consumidores o pobres) a los que se les ofrecen cosas para mantener el sano optimismo posmoderno. Carentes de perspectiva republicana, no entienden que el ciudadano aporta su dignidad por encima de sus necesidades o riqueza, el Ciudadano es ente político no un sujeto económico o clientelar.
Dignidad, como bien afirma Gomá, es aquello que no tiene precio y que se eleva sobre cualquier condición económica. Una República y no el Estado hegeliano debe formar ciudadanía para prevalecer. Por el contrario, el Mercado y el Estado (neoliberales y populistas) forman votantes y consumidores, clientes, sustentados en el principio jerárquico autoritario, los de arriba y los de abajo; el puro cristianismo que forja la cultura del resentimiento y anula toda forma de cooperación. El aplanamiento social de las desigualdades no se da en una relación vertical sino el de la horizontalidad de la cooperación social que construyen los ciudadanos que se reconocen como iguales y diversos. Iguales como entes libres ante la ley, diversos como personas libres ante la ética. El principio igualitario de la democracia, descarta cualquier forma política aristocrática e impulsa a la autogestión de una economía al servicio del ser humano como un sistema nivelador y expansivo de la común dignidad de las personas, el principio libertario descarta cualquier forma de dominación y dota al poder de creatividad: el poder como creador de saberes, el poder en positivo diría Byung-Chul Han.
Minoría superior y masa obediente es el criterio sobre el que actúa la clase política mexicana, de todos los partidos y sectores, por eso lo que aparece en la realidad social es el desborde de los instintos no urbanizados, la civilización declina y la barbarie florece. El cambio verdadero no es moral sino ético y convoca a la ejemplaridad pública que apoya a la autolimitación, se trata de optar por la civilidad y no por la anomia, mostrar un torso finito-igualitario, entender que todo ejemplo es ejemplo de algo, la vida social se inserta en un mundo de significados, el cimiento de toda República es la ejemplaridad pública: el modelo, la regla y la ley, la validez ejemplar.
La República, antes que ser democrática debe ser ejemplar, ser ejemplo de sí misma, virtuosa, un modelo de virtud que sea igual a su ejemplo de virtud: la excelencia republicana como principio, tal como lo pensaba Maquiavelo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio: “fomentar la vida cívica”. Si en el 2018 se dio el salto para derrotar contundentemente a la vieja clase política mexicana en decadencia, el reto ético-político está en la formación de una ciudadanía excelente y distinguida que asuma de forma plena el poder en la virtud cívica que obliga a la urbanidad y desecha a la barbarie. Ha llegado la hora de abandonar a la gestión del pueblo y a la gobernanza administrativa de una posmodernidad grosera, y transitar al Renacimiento de la Política como ejemplaridad y excelencia, en la igualdad de los diversos y en la libertad como no dominación.