Reconstruir a aquel ogro filantrópico del que escribió Octavio Paz en 1978 es, parece ser, la titánica tarea que pretende la autoproclamada “cuarta transformación”; esto es, un nuevo período de gracia para la vida pública donde florezcan las potencialidades del Estado mexicano frente a la amenaza del “individualismo procaz y egocéntrico”.

¿Cuál es la motivación?

Cabe recapitular que con el germen de la deslegitimización del PRI-sistema incubado en la matanza estudiantil de 1968, se revelaron claramente dos brazos ejecutantes y con dominio a la vez de la política en México que, hay que decirlo, vivieron un tránsito alternado e itinerante que iba de la administración pública al control del partido (PRI) y las cámaras… y viceversa.

Estos dos brazos fueron desde entonces los profesionales de la administración (tecnoburócratas) y los profesionales de la política (aunque muchos de estos últimos sin grado profesional), el desenlace de la historia se conoce. Los primeros se quedaron con el PRI a partir de 1987, y los otros se amalgamaron en la izquierda para luchar hasta llegar en nuestros días al poder a través de Morena.

Pero como todo en Latinoamérica y en México, específicamente, fue mediante un proceso tardío, retardado reflejo de lo que acontece en las regiones-metrópoli del mundo.

Aquellos políticos tránsfugas del PRI que hoy son autoridades, crecieron en las ideas del Estado centralmente planificador y del Welfare State, que describían y ofrecían soluciones para un mundo de otro tiempo. Crecieron con las ideas retardadas pues, tan solo dos años después, en 1989, se dio ya la caída del “muro de Berlín” y consecuentemente del bloque socialista.

El Estado ―en todos los países― para entonces se había convertido en el más grande capitalista del mundo, para decirlo sintéticamente; desde fines de los sesenta, en Europa del Este la población ya se quejaba y reclamaba más libertad, más individualismo y menores costos como carga opresiva del estado y su enorme burocracia, que al final siempre es mantenida por el pueblo trabajador, no obstante que liberales y marxistas habrían previsto equivocadamente que al surgimiento de las libertades del hombre (los liberales) o con la aparición del socialismo, el Estado se reduciría o desaparecería. Ambos bandos de plano se equivocaron.

Y tan fue así que el Estado empezó a ser cuestionado en su eficiencia como en su pertinencia desde entonces. El propio Octavio Paz en su ensayo lo compara con el propio mal, pues dejó de ser excepción y se volvió la regla; adquirió el don de la bilocación y estuvo desde entonces presente el Estado en todas partes a la vez. Se volvió una figura de espanto para la comunidad, una gran carga, una gran amenaza para la economía familiar o individual.

No obstante, hoy se ocupa de más Estado en México debido al nivel de abandono que dejaron 6 años de mal gobierno, plagado de actos de atraco inmisericorde, de cínico contubernio y de fomento a la delincuencia organizada. Que no fueron malos por el hecho de ser de extracción priista o panista o lo que haya sido, que quede claro. En lo específico ―hay que decirlo― el sexenio anterior encabezado por Peña Nieto fue un gobierno malo, ineficaz, mezquino, que estuvo lleno de frivolidades y excesos que desatendieron la función esencial del gobierno y, consecuentemente, debilitaron al Estado mexicano.

¿Y cómo está que necesitamos más Estado?

En estos tiempos sí se ocupa fortalecer al Estado, pero como garante y supervisor de la justicia, la legalidad y la seguridad pública. Como un agente de cambio y modernización de la vida económica y social del país con respecto a la posición que juega México en el concierto internacional.

Pero no se ocupa reconstruir a aquel “Ogro Filantrópico” dibujado por Paz. No tendremos mejores resultados restableciéndole atributos de omnipotencia, omnipresencia y metaconstitucionalidad al gobierno federal. La mejor aportación de todo demócrata, como dice ser López Obrador, es no querer trascender al poder sempiterno ni pretender formar órganos de control absoluto.

La propuesta de Bartlett

Manuel Bartlett Díaz acaba de “venderles la idea” a los familiares de las 65 víctimas de la explosión de la mina del complejo de Pasta de Conchos, en Nueva Rosita, Coahuila, en 2006, que “hará lo necesario para desenterrar los cuerpos de sus familiares mineros que perecieron, para volverlos a enterrar después… pero que para tal efecto tendrá que sacrificar recursos del gobierno federal durante 4 largos años (o más), hasta por 75 millones de dólares”.

Un claro boquete de dinero, que sumado a los más de 18 mil millones de pesos que supuestamente destinará en los próximos meses para las fuerzas militares en su combate a la delincuencia organizada y los miles de millones de pesos recuperados por la FGR a órganos desconcentrados y descentralizados de la administración pública federal (como al Infonavit recientemente), por “negociaciones de justicia restaurativa” en delitos del ámbito de la función pública… nos hacen “pensar muy mal” a los mexicanos sobre los fines que se le puedan dar a estos recursos, en tiempos en que el actual gobierno busca dinero “hasta por debajo de las piedras” y ante el inminente proceso electoral en 2021; todo por la mala reputación de algunos funcionarios de la actual administración.

Se tiene que vigilar (con lupa) todo ese “montón de tierra” que durante 4 largos años va a tener el director general de la CFE en Nueva Rosita, justificando la búsqueda de esos 4 cuerpos, que costará tanto dinero… para volverlos a enterrar, si es que la providencia permite encontrarlos.

Rehabilitar pues al ogro filantrópico, a la bestia “asistencialista” que ha sido el gobierno mexicano ―del partido que fuere― desde que terminó la Revolución Mexicana y hasta nuestros días, que con una mano nos ha dado el golpe y con la otra nos ha “sobado cariñosamente”, el animal “modosito”, hipócrita, disfrazado de generoso, que ha sido capaz de quemarnos la casa varias veces a lo largo de más de un siglo, para luego aparecer con la solución providencial y milagrosa, no puede ser ya la respuesta.

El ogro filantrópico es una máquina del mal, errática, que se equivoca a conveniencia.