Cada que lo recordaba, Gabriel Careaga me decía: ¿Es un error el que Gustavo haya aceptado irse a Estados Unidos, está aislado, se deprime. Acá iba muy bien, a Carlos (Fuentes) le gustó y lo elogió por La Princesa del Palacio de Hierro?.
Y cuando vino a México a mediados de los años noventa, Gabriel me presentó con él y pude tratarlo en dos ocasiones. En una comida que le ofreció al amigo en su departamento de la colonia Condesa,y en la presentación, en La Casa del Poeta de la colonia Roma, de su novela experimental La muchacha que tenía la culpa de todo.
En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales ¿todos? habíamos leído Gazapo y otras novelas de la generación, como la deslumbrante De perfil, de José Agustín. Ambas obras semejantes en estilo y como producto de los narradores de la llamada literatura de La Onda (un año las separa, 1965-6; sólo antecedidas por La tumba -1964-, del propio Agustín), que había hecho alarde rupturista y para lo cual se había valido de un lenguaje urbano directo, llano, coloquial y, sobre todo, de la autobiografía. En realidad fue la literatura, me parece, de los precoces jóvenes de la clase media aburguesada de la ciudad de México. Cuando lo conocí, bajo el elogio, la crítica y la broma constante de Gabriel, Gustavo trazó amablemente la dedicatoria en la página 9 de la novela en la que todo es pregunta, incluso las respuestas: ¿Para Héctor este interrogatorio interrumpido con el afecto de su nuevo amigo G. Sainz. 1996?.
Después, sentado a la mesa a mi lado izquierdo (donde otro día estuvo Salvador Elizondo), conversamos sobre su generación y la estancia en Estados Unidos. Entonces tuve el deseo de preguntarle, no sobre el hito Gazapo o la nueva obra sino por un interés particular, el detalle sobre un personaje de la novela ganadora del premio Xavier Villaurrutia en 1974: una soprano gorda. Y me respondió con mirada y sonrisa francas, ¿no lo recuerdo?. Llegué entonces a la conclusión de que un novelista no tiene por qué acordarse de todos los detalles de su obra; natural.
Pero en la dedicatoria de La princesa, quedó registrada su caligrafía juguetona: ¿Para Héctor Palacio festejando su presencia en esta extraña ceremonia. G. Sainz. 1996?. No recuerdo ahora si se refería a la presentación en La Casa del Poeta (ocasión en la que conocí también a Oscar de la Borbolla) o la comida ofrecida por Careaga, que incluía una decena de invitados.
En ¿Gustavo Sainz: Una literatura incandescente? (Nexos; 04-93), Gabriel Careaga apunta el propósito vital de Sainz: el retrato generacional. Y lo cita: ¿lo que he pretendido hacer en siete novelas, en casi ocho, lo que voy a querer hacer en las novelas que quiero seguir escribiendo, puede sintetizarse en una sola palabra: un autorretrato. Quién soy, pero también quién pude haber sido, quién podré ser, cómo podré ser, la dificultad de ser, la incertidumbre de ser, la disociación de ser, el dolor de ser, la celebración de ser. Pero también el deseo de convertirme, yo mismo, en escritura, es decir, mi intimidad, mis deseos más ocultos, la distribución de mis pasiones, mis temores, vueltos de pronto palabras, frases, párrafos, páginas que se suman a otras páginas, a otras frases, a otros párrafos. ¿Para contar qué? Para describirme a mí mismo, y claro, en un movimiento muy amplio, de manera de alcanzar a buena parte de mi generación, a todos los que nacimos alrededor de 1940, años antes o años después, entonces para describir a una generación, a mi generación. Para resumir este punto: he intentado dibujar, o desdibujar en el sentido picasiano, o de dibujar con una goma de borrar, luego de haber hecho demasiados bocetos, al autorretrato de una generación, de un rostro que puede ser mi rostro, pero también, puede llegar a ser el rostro de algunos de mis lectores, y sobre todo el rostro, uno de los rostros de un país, de nuestro país, porque es evidente que mis libros son realistas, incómodamente realistas, o realistas en el más moderno sentido del término, es decir, antropológicos, sociológicos, políticos, lingüísticos, étnicos e históricos.
Y tal vez lo haya logrado, pintarse distintivamente dentro de ese grupo que lo incluye, así como a José Agustín, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila, entre otros pocos. Generación congregada por el tiempo, el arrojo juvenil y el estilo,nombrada desdeñosamenteen principio y en comparación con su antecedente histórico-literario inmediato (Paz, Fuentes, Rulfo, Arreola, Elizondo, etc.) como de ¿La Onda?, por la escritora Margo Glantz, quien sostiene que estos personajes autobiográficos: ¿desde la adolescencia se enfrentan con fingida indiferencia al adulto, desde el rabillo del ojo lo contemplan con pretensiones de ignorarlo; el deterioro de la familia, los desgastes de la edad, la necesidad de entrar en el sistema se perfilan como la amenaza que destruirá su intención de permanecer en la Onda, de ser auténticos, de preservar su adolescencia morbosamente y a veces hasta prorrogándola fuera de tiempo para ubicarse en una ridícula actitud de play boy del subdesarrollo.?; (Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33). Y según Glantz, de Gazapo a Obsesivos días circulares, el joven en onda, Gustavo, logra trascender al adolescente y entrar, digamos, ¿en sociedad?, al ¿sistema? de la literatura. No obstante, más que sesudos análisis, esta literatura de los jóvenes sesenteros sólo demanda de su disfrute, que ya es bastante.
Y bien, el tiempo pasa y alcanza a todos la muerte. Una nota del periódico da a conocer que Gustavo Sainz ha muerto el pasado 26 de junio en Estados Unidos sin que se reportara nada en México a no ser porque ¿la noticia del fallecimiento se difundió? ayer por la tarde (01-07) luego de que su nombre apareció en el obituario del Herald Times Online, en Bloomington, Indiana, donde vivía Sainz, quien era docente retirado de la Universidad de Indiana en esa ciudad? (La Jornada; 02-07-15). Un poco más de una década atrás, en enero de 2004, había expirado su amigo Gabriel Careaga; a quien le complacía ubicarse como el sociólogo de la generación. Así es la onda.