Definitivamente, es un tabú. Su sola mención causa escozor, quizá más en algún partido político que otro. Es la execrada –por la historia oficial- reelección. La posibilidad de que aquellas personas que han accedido a algún cargo de representación popular por medio del sufragio puedan ser evaluados y premiados con la reelección por su buen desempeño o ser enviados a su casa, por darle la espalda a los votantes que lo eligieron.
Ciertamente, la historia de la reelección en México ha estado repleta de “pronunciamientos”, motines, asonadas, Planes, rebeliones, guerras civiles y magnicidios. Desde Santa Anna a Álvaro Obregón, pasando por el Benemérito de las Américas y Porfirio Díaz, la tentación de la reelección (presidencial), mediante métodos no democráticos, ha estado presente a lo largo de la historia política del país. Los acontecimientos del pasado nos dan lecciones, indudablemente, pero también nos colocan, a veces, camisas de fuerza por medio de mitos y dogmas irrenunciables. La mala fortuna que ha tenido la institución de la reelección en nuestro país la ha condenado al ostracismo y a ser guardada en la caja fuerte de los “peligros” para la democracia.
Y concedo que posiblemente tenga razón la tesis de que la prohibición de la reelección para todos los cargos de elección popular, coadyuvó enormemente a la construcción del régimen de partido hegemónico que mantuvo la estabilidad política de nuestro país durante la mayor parte del siglo XX, tan necesaria después de un siglo de invasiones extranjeras y guerras civiles.
No obstante, también se debe reconocer cuánto hemos perdido los mexicanos al no tener la posibilidad de reelegir a nuestros representantes; cuánto se han favorecido las cúpulas partidarias con la prohibición constitucional de la reelección en los congresos estatales y el Congreso de la Unión; cómo abundan los legisladores “amateurs”; cómo las promesas de campaña se desvanecen ante la inexistencia de incentivos para que los representantes se mantengan atentos a las necesidades de sus votantes, en vez de estar más interesados en congraciarse con el jefe político en turno para obtener su próximo puesto.
Los tiempos cambian, las ideas se transforman y las realidades imponen la necesidad de modificar los paradigmas que han guiado nuestra actividad política.
Los datos del Latinobarómetro 2013 constituyen una buena fuente para el análisis de la cultura política de los mexicanos y una advertencia de que tenemos que emprender cambios profundos a nuestro sistema político: únicamente el 21% está satisfecho con la democracia; un 37% opina que da lo mismo vivir en una democracia que en un sistema autoritario; además, únicamente el 37% considera que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno.
El estudio de los datos anteriores pueden dar lugar a interpretaciones variopintas: desde aquéllas que los consideran positivos porque son evidencia de que los mexicanos nos hemos vuelto más exigentes y críticos con los resultados nuestros gobiernos, hasta otras que consideran que los altos niveles de desencanto con la democracia y desafección política en México, constituyen un peligro pues preludian la vuelta a un régimen autoritario o a una dictadura.
Desde mi punto de vista, sin embargo, no estamos ante una posible regresión democrática, pero debemos propugnar la construcción de esquemas de representación política que acerquen más a los representantes con sus votantes para que los resultados de la labor de aquéllos puedan ser calificados por éstos en las urnas. Uno de esos esquemas es precisamente la reelección, diseño institucional que, por cierto, está profundamente arraigado en las democracias de los países desarrollados y que se usa en prácticamente todo el mundo, a excepción de México y Costa Rica.
Por lo anterior, considero positivo el levantamiento de la prohibición constitucional a la reelección de diputados locales y federales, presidentes municipales y senadores; experimentémosla y avancemos concomitantemente en la consolidación de nuestro sistema electoral (especialmente en lo referente a la fiscalización) para que en un futuro alcancemos la suficiente madurez política y democrática como para permitir la reelección –incluso indefinida pero mediante elecciones limpias, transparentes y equitativas- para todos los cargos de elección popular, incluida la Presidencia de la República. “Sufragio efectivo, sí a la reelección”.