Por más de una década los gobiernos de Grecia manejaron su economía de una manera por demás irresponsable a través del endeudamiento, no se pusieron limites, éste se utilizó en organizar olimpiadas, proyectos de inversión no rentables he incluso como gasto de cuenta corriente, es decir nunca se creó una fuente de repago. La población vivió en un espejismo derivado del subsidio del la Eurozona. Como siempre pasa en estos casos tarde que temprano, su economía colapsó. Tras cinco años de crisis financiera y de tira y afloja entre las principales economías Europeas y los gobiernos en turno de Grecia.

Grecia se ha declarado en moratoria y no ha pagado los 1.600 millones de euros de deuda que tenía pendiente al Fondo Monetario Internacional (FMI). Una situación que ha reavivado las críticas al papel del organismo en la gestión de la crisis. En todo caso, las normas internas le impiden participar en un nuevo rescate de un país moroso. Todo en un momento en el que Christine Lagarde busca su reelección al frente del Fondo.

El Domingo 5 de julio los ojos del mundo estarán sobre el referéndum que se llevara acabo en dicho país. El referéndum convocado por su Primer Ministro Tsipras hace una pregunta simple: ?¿Debería ser aceptada la propuesta que fue sometida por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional en el Eurogrupo el 25 de junio de 2015, que consiste en dos partes que juntas constituyen su propuesta integral? ?Los griegos tendrán que decidir sobre la conveniencia de aceptar las exigencias de la troika ?las instituciones que representan los intereses de los acreedores? de redoblar, aún más, la austeridad. Un No representaría la quiebra del sistema financiero Helénico, la salida de Grecia de la Eurozona y su acercamiento económico a Rusia. De triunfar el Sí, sería aceptar una ?intervención de caja? por parte del Banco Central Europeo (BCE) y el fin del gobierno izquierdista de Syriza, teniendo Tsipras que convocar nuevas elecciones.

La situación en Grecia ha alcanzado lo que parece ser un punto de no retorno. Los bancos están cerrados temporalmente y el Gobierno ha impuesto controles de capital (límites al movimiento de fondos al extranjero). El Ejecutivo pronto tendrá que empezar a pagar las pensiones y los salarios en papel, lo que, en la práctica, crearía una moneda paralela, la cual en realidad no tendría valor alguno.

El efecto de un incumplimiento de la deuda griega provocaría una gran inestabilidad en los mercados de dinero y capitales y en la estructura del endeudamiento sobre todo, pero no únicamente en Europa y en zona del euro. Además, dejaría abierta la puerta para una serie de consecuencias políticas muy sensibles para la continuación del esquema actual de integración en esa región. Los países que aún tienen elevados niveles de endeudamiento público y que imponen fuertes ajustes en las cuentas fiscales y en los servicios públicos quedarían expuestos ante una ?ventaja? admitida para Grecia, que está prácticamente en quiebra. Ese es el caso de Portugal, España e Irlanda, e incluso Francia e Italia. La gestión de la crisis griega ha sido errática y hasta cierto punto convenenciera para los acreedores que no han ganado tiempo sino que han llevado el ?juego? hasta el límite, en una intransigente postura dirigida por Ángela Merkel de todo o nada, todos perdieron. La troika apuesta a que en el próximo referéndum, debido a la presión que la bancarrota significa para el ciudadano de a pie, quien vería la mayor parte de sus ahorros desaparecer y al sufrimiento social que representa el No, ganará el Sí, reiniciando negociaciones con un gobierno dócil a sus exigencias.

La reestructura de la deuda griega no fracasa por unos cuantos miles de millones de más o de menos, ni siquiera por uno u otro impuesto, sino únicamente porque Tsipras exige hacer posible que la economía y la población explotada por élites corruptas tengan la posibilidad de volver a ponerse en marcha con una quita de la deuda o una medida equivalente; por ejemplo, una moratoria de los pagos vinculada al crecimiento. Los acreedores, por el contrario, no ceden en el empeño de que se reconozca una montaña de deudas que la economía griega jamás podrá saldar. Es indiscutible que una quita de la deuda será irremediable, a largo o a corto plazo. No obstante, los acreedores insisten en el reconocimiento formal de una carga que de hecho es imposible. Ahora toda la eurozona está en peligro de desintegrarse y la economía mundial, por la globalización en que vivimos, de entrar en una nueva e incierta recesión.

El golpe de gracia a la economía griega, en gran parte se consumó mediante las medidas de austeridad dictadas por la troika, que han hundido la recaudación fiscal, pues ante tanto corte presupuestal el consumo interno se ha pulverizado. La austeridad cada vez más dura es un callejón sin salida: tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver con el euro, que atrapó a la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo general, los casos de éxito de las políticas austeridad ?aquellos en los que los países logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión?, llevan aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus exportaciones sean más competitivas. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en Canadá en la década de los noventa, México después del error de diciembre de 1995 y más recientemente en Islandia. Pero Grecia, sin divisa propia, no tenía esa opción.

Como han señalado los premios Nobel de Economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz, la intención primordial de los representantes europeos no es tanto evitar un desorden financiero, sino desestabilizar a la administración de Syriza, con propósitos de escarmiento y advertencia a otros gobiernos en situación similar. La respuesta del gobierno de izquierda a este golpeteo político y mediático ha sido poner la decisión en manos de todos los griegos, haciendo posible que el 5 de julio esta nación comience a transitar un camino aún inexplorado, salvaguardando cualquiera que sea su resultado la dignidad nacional.