Salvo decorosas excepciones, como el PMT de Heberto Castillo, es raro que la izquierda moderna impulse o asimile el liderazgo de un intelectual, mucho menos que lo convierta en presidente de partido. Por el contrario, hay justificadas razones para desconfiar de su especie. El intelectual no habla el mismo código que el resto de la clase política: no es incondicional de nadie, opone resistencia a negociar sus principios, suele ser silenciosamente arrogante y se frustra rápidamente ante la impudicia de la realidad.
Por pureza o por soberbia, la intelligentsia mexicana en los últimos años se ha mantenido al margen de la vida interna de los partidos políticos. Los menos, lo hacen desde una quieta distancia o en una cómoda subordinación a los dictámenes del caudillo. Pero pocos se atreven a “comprometer su nombre” o a poner en riesgo su reputación para cambiar lo que –dicen–requiere ser cambiado. El intelectual orgánico se ha extinguido. Hoy nadie está dispuesto a adentrarse en las entrañas de un partido para intentar salvarlo de sí mismo.
Eso fue la presidencia de Basave: un acto de audacia política por salvar al PRD y un experimento gramsciano digno de estudio.
Un acto fallido –sugerirán algunos– recordando los grandes pendientes de su Presidencia: acabar con la corrupción de los caciques, abrir el PRD a los ciudadanos, formar nuevos cuadros, democratizar la vida interna, etc... Un acto civilizatorio –respondemos otros– reconociendo su esfuerzo por dotar al partido de un nuevo contenido ideológico y moderar las rencillas internas.
A pesar de la brevedad, no recuero que hayamos tenido a un presidente con tanta actividad intelectual como la de Basave. A través de sus artículos, de las presentaciones de libro, de conferencias y publicaciones, Agustín intentó posicionar el combate a la desigualdad y la corrupción en el centro de la agenda pública. Lo logró parcialmente, pues la vorágine electoral y las pugnas internas de las tribus absorbieron la mayor parte de su tiempo.
Tuvo más suerte en restablecer la cercanía del PRD con la sociedad civil, en no distanciar más al partido del resto de las izquierdas y en posicionar el debate sobre el futuro de la socialdemocracia en el ámbito internacional. Recientemente Pablo Iglesias citaba el libro de Basave, La cuarta socialdemocracia, como un puente ideológico que pudiera sumar al PSOE y a Podemos en un gobierno de coalición en España.
Ese fue el PRD que dirigió Agustín Basave. Breve, inmerecidamente.
Aún recuerdo a Agustín en las primeras entrevistas como presidente. Decía que había ganado “la rifa del tigre”. Le preguntaban el porqué abandonar la tranquilidad de la academia y la comodidad de la Cámara. Respondía que al consultarlo con su familia, su hijo le había convencido de que los perredistas le invitaban “no a presidir un partido sino a hacer historia”. ¡Vaya invitación! Al parecer los anfitriones olvidaron advertirle que la fiesta seguía siendo de ellos, que el pastel se reducía y habrían de disputarse cada migaja y que el alquiler del salón seguía generando intereses.
La gran pregunta de muchos es: entonces, ¿por qué aceptó? Yo mismo se la he realizado, pero no coincido plenamente en su respuesta.
En su carta de renuncia, Agustín afirma que tenía muestras claras de que las tribus lo invitaban a ser un presidente-árbitro, una especie de Jefe de Estado (no de primer ministro) que mantuviera la gobernabilidad del partido por encima de cualquier interés de facción. No sólo el perredismo estuvo dispuesto a reformar sus estatutos para que llegara a la presidencia, sino que el Consejo mismo le votó Presidente casi en unanimidad. Lo anterior parecía demostrar un consenso entre las principales fuerzas políticas sobre la necesidad de tener un líder que arbitrara conflictos, posicionándose por encima de las corrientes.
El tiempo de caudillos en el PRD había terminado, el modelo de corriente-hegemónica que empleó Nueva Izquierda se encontraba en descomposición. Sólo quedaba intentar un nuevo modelo de dirigencia. Pero que un intelectual pudiera conducir a uno de los partidos más indisciplinados, horizontales y conflictivos del sistema político mexicano, sin contar con mayoría en el Comité Ejecutivo Nacional, ni un liderazgo carismático arraigado a las bases, era una utopía en la que muchos perredistas decidimos creer…
Que Agustín aceptara la Presidencia del partido pese a las dificultades que ello representaba, no me parece un acto de ingenuidad política, pero tampoco de cálculo. Me parece un acto de audacia; de locura, si me valen la expresión.
En su Filosofía del Quijote, Basave Fernández (padre de Agustín Basave Benítez) recuerda ciertos pasajes de Vasconcelos, y reitera –al igual que su maestro– que “es típico del iberoamericano aceptar la pelea por una causa justa, sin plantearse el problema del triunfo o de la derrota”. Para el hispanoamericano, la ética consecuencialista no existe, su acción se justifica en la nobleza de la causa que persigue. Nuestro prototipo de héroe “de antemano está dispuesto a sufrir el fracaso, si el honor impone librar la batalla. Para que siga adelante la fe y la exigencia del bien, arriesga su comodidad y la vida misma”.
Algo hay en el presidente del PRD de ese espíritu quijotesco que describía su padre. Lo veo intentando salvar a un partido que –muchos afirman– está destinado a la crisis sistémica desde su origen tribal y caudillista. Lo veo incluso, convenciéndonos a otros de que eso era posible. Pero el resultado no era del todo imprevisible. Basave luchaba contra una cultura política facciosa, tan arraigada en el PRD, que ni si quiera Andrés Manuel estuvo dispuesto a sortear.
Nos recuerda Basave Fernández que el espíritu quijotesco es aquel “que nos mueve a alzar nuestra voz, a embrazar nuestra adarga y embestir con nuestra lanza a esta tierra plagada con molinos de iniquidades”. De esa locura gloriosa no nos podrán curar nunca, sin importar lo previsible del descalabro. Por ello, hay aprovechar esta cordura temporal. También a los Sancho Panzas nos toca reflexionar sobre el andado y el camino a seguir.
Hoy presentó su renuncia. Más que solemnidad, la conferencia tuvo momentos de risas e ironías que buscaban relajar el ambiente. Yo no pude dejar de sentir cierta añoranza. Termina el PRD que dirigía Basave, del cual yo fui parte, el que de nuevo me hizo sentir orgulloso de decirme perredista. Después de él, no sigue la tormenta. Afortunadamente, deja al partido en un nuevo episodio de estabilidad.
Pero algo es cierto: Los astros siempre colapsan por factores internos. La falta de hidrógeno [o democracia] lleva a una estrella a contraerse hasta la extinción. Ojalá el sol azteca no comience una nueva carrera por convertirse en helio.