En México hemos tenido grandes reporteros, forjados en la calle, desvelados y profesionales. De niño mi lectura preferida no era un cuento de hadas o un cómic, sino un libro de memorias, escrita con una prosa directa y sin florituras, cuyo título lo explicaba todo: ¡Reportero de policía! (así, entre signos de exclamación), del ahora injustamente olvidado Eduardo “El Güero” Téllez, la joya de la corona del periódico El Universal, en los años cincuenta.

No repetiré su trepidante biografía, simplemente lo evoco como uno entre tantos gigantes de la profesión.

Era alto, rubio, de intensos ojos azules, oriundo de Yautepec, Morelos, y experto en andar por la calle y sacar la sopa a cuanto entrevistado tuviese enfrente. Fue muy astuto para disfrazarse de enfermero y conseguir la exclusiva del asesinato de León Trotsky (que se llevó la de ocho); muy ágil para disfrazarse de rescatista y hallar el cadáver de la actriz Blanca Estela Pavón tras un accidente aéreo en el Popocatépetl; muy diestro para disfrazarse de perito forense y ser el primero en ver el cadáver de Miroslava, que se había suicidado por amor; muy seductor para granjearse a la corporación de policía del entonces DF (todos los agentes eran informantes suyos); muy sutil para entrevistar a su amigo Mario Moreno “Cantinflas” y evidenciarlo como un hombre mezquino, machista y avaro, a base de preguntarle cosas aparentemente banales. Cantinflas cayó redondito en su red.

Claro, su especialidad eran los criminales, los delincuentes y los agentes del orden, que a veces son sinónimos. “El Güero” Téllez no era un editorialista, no era un columnista, género diferente en el mundo del periodismo. No daba su opinión. No se subía a un ladrillo y se mareaba. En sus célebres entrevistas no se lucía con el entrevistado, no trataba de polemizar con él; dejaba simplemente “que se ahorcara solo”. Exprimía toda la información posible sobre un hecho o una figura pública. Pero sin alardes, sin sentirse superior al entrevistado. “Yo soy un simple preguntón” respondía humildemente a cualquiera que lo elogiara.

Un día, “El Güero” Téllez sufrió un accidente de tránsito (o un atentado, como quiera verse). Lo atropellaron y se quedó sin piernas. No volvió a recuperar su salud. Acabó su longeva vida hasta 1991, conectado a un tanque de oxígeno, relegado a un cuarto de pensión, lisiado y humillado socialmente.

Así solemos tratar en México a los reporteros de garra, a los busca verdades de fuste. Preferíamos ensalzar a periodistas de segunda categoría sólo porque eran aduladores del poder y zalameros a sueldo. O reporteros que usaban a sus entrevistados para creerse dueños de la verdad, con preguntas que eran afirmaciones categóricas y cuestionamientos que eran regaños. Entre tanto ídolo de barro en el periodismo mexicano, reporteros como “El Güero” Téllez honran la difícil y sacrificada profesión de reportero.

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