El término responsabilidad social tan de moda entre todos nosotros, es el sinónimo más utilizado en la época contemporánea y la era de las sociedades de consumo para referirnos a la solidaridad. Desgraciadamente cuando hacemos mención a este concepto no hacemos más que hablar, hacer y entender una técnica consumista, muy alejada de lo solidario y que como muchas otras cosas en la vida parece algo totalmente distinto, maneja un doble discurso y comienza a convertirse en un lastre para el sistema económico, político, social y cultural predominante.

Cuando a la humanidad le llegó la fiebre de la industrialización, era previa a la que ahora vivimos, se comenzó a acentuar el fenómeno de que empresarios y/o gente que tenía mucho dinero producto de sus actividades diarias volteara a ver en un “acto de consciencia”, a sus semejantes para ayudarlos, compartir lo mucho que tenían y hacer un bien al repartir o generar actividades que consideraran a los que menos tienen. Así nacieron las “empresas” o “instituciones” que altruistamente buscaban erradicar problemas de marginación y miseria.

No era un tema nuevo para la vida industrial ni para los seres humanos, durante toda la historia se pueden contar innumerables ejemplos de dichos actos solidarios. Uno de los más conocidos necesariamente es el de Robín Hood, aquel bandolero que robaba a los ricos para darles a los pobres. Desde siempre esta actividad “altruista”, “solidaria” ha estado marcada por la idea de que en realidad es una acción para atenuar o hacer legitima la actividad preponderante que verdaderamente ocupa a quien se solidariza. O sea, en el caso de Robín Hood, se atenuaba o de plano se justificaba que era un ladrón, un delincuente porque ayudaba a los que no tenían. O sea, era chido porque se mochaba.

Durante la revolución industrial el fenómeno se fue haciendo más constante y se fue generando a la par toda una ingeniería, todo un “sistema” para que se justificara el hacer negocio con las carencias de las sociedades en general, o bien, producto de ese altruismo, se pudieran exentar de impuestos a las empresas o individuos que ayudaban a los demás. Al hecho de solidarizarse entonces ya se le sumaban la justificación a la actividad original de los cochinos y apestosos capitalistas hijos del imperialismo de los que emanaba, más una característica de lucro y además eso valdría no tener que cumplir con otras obligaciones.

Así las cosas nació otro concepto fundamental para las sociedades industriales y modernas, el de las sociedades intermedias. Es con este concepto que se corona sistémicamente al altruismo y la solidaridad de empresas e individuos. Las sociedades intermedias se convierten en un eslabón imprescindible para cualquier sociedad, puesto que como los estados modernos no podían cumplir con el total de brindar seguridad y protección en todos los temas a los que estaba obligado, pues se apoyaban en fundaciones y/o asociaciones civiles para que ellas cumplieran con dichas obligaciones a cambio de un beneficio económico o una exención impositiva. Este es el origen previo de lo que hoy conocemos como organizaciones no gubernamentales.

Estas sociedades intermedias mutan al punto de que logran además de todos los beneficios antes mencionados, el comenzar a ser subsidiados por el Estado. O sea ya le volaban parte del presupuesto obtenido por el cobro de impuestos para poder operar en su actividad específica. Las sociedades intermedias logran entonces convertirse en un ente privado, “ciudadano”, pero que era y es mantenido por el Estado, por dinero público, y entonces flotan entre los conceptos de lo público y lo privado, obteniendo cualquier cantidad de beneficios.

Así las cosas, asociaciones civiles, instituciones de asistencia privada, fundaciones y demás logran desarrollar todo un sistema de legitimidad de actividades previas que son no totalmente aceptadas por los ciudadanos, generan un lucro adicional a esas actividades, una exención de impuestos, se solventan con parte de esos impuestos cobrados, y además (por si fuera poco) se convierten en una necesidad para que funcione toda sociedad. Pero esto también conlleva que fueron poco a poco convirtiéndose en poderes fácticos.

Al ser un subsistema fundamental del estado y la sociedad, no escapan al fenómeno corrupto y de dominación que busca todo grupo social. Se han convertido incluso en parte de los sistemas de lavado de dinero y desviación de fondos públicos.

La pregunta siempre ha quedado en el aire sobre el verdadero sentido o interés de estos entes sociales. Se dice por ejemplo, que una asociación no gubernamental o fundación convoca a una “colecta” para ayudar a tal o cual grupo vulnerable, pero como no garantizan en la mayoría de los casos la transparencia necesaria para saber cuánto dinero y como se gastó se genera en el ambiente desconfianza, pierden credibilidad.

Ya en la era de las sociedades de consumo este fenómeno se ha convertido en un verdadero sistema súper especializado, porque además de concentrar todos los conceptos anteriormente mencionados condicionan al consumo la actividad de cualquier empresa de la mano de la responsabilidad social. O sea de empresas socialmente responsables.

Si antes de que se concretara la era de las sociedades de consumo ya se mencionaba que no había solidaridad alguna al encontrar un lucro mínimo o máximo; al ser sujetos al cumplimiento de obligaciones a cambio de esa actividad; al ser financiados por impuestos y además a que en muchos de los casos el dinero recaudado era el que solventaba el problema planteado. O sea, en resumen: ¿En dónde está el verdadero “sacrificio”, la donación, “el acto solidario”, cuando los que convocan o supuestamente lo llevan a cabo, no aportan nada o simulan hacerlo?

El clímax del consumo le ha llegado a este sector social (como a todos los sectores) y esto provoca que se conviertan en una actividad consumista y no en una actividad de consumo. Un ejemplo. Una empresa que se dedica a vender refrescos. Además de venderlos por todo el mundo, dichas bebidas refrescantes provocan daños innegables e irreparables a la salud de sus consumidores. (No olvidar ni pasar por alto el tema o el fenómeno de impuestos que se generan o se han generado para aminorar problemas que ocasionan los productos y las empresas que los elaboran).

Para “legitimar” su actividad “empresarial”, la empresa se dice en un acto de consciencia, socialmente responsable y entonces pone en práctica toda una estrategia mercadotécnica en donde se busca reforestar zonas “devastadas”. O sea, sin atacar directamente el problema que ocasiona, busca una actividad menos costosa de la mano de la necesidad de hacer algo por el planeta. ¿Cuál es la condición para llevar a cabo dicha reforestación? Seguir consumiendo sus productos. O sea, ellos no pagan la reforestación, la paga el consumidor. Obvio aplican todos los conceptos mencionados anteriormente.

Esto mismo sucede en temas de nutrición, acceso a la vivienda, servicios de salud, atención a grupos vulnerables o con discapacidades, becas escolares y un larguísimo etcétera, tan largo como todas y cada una de las actividades del ser humano que vive sociedad.

Así las cosas en las sociedades de consumo, el concepto de solidaridad o de responsabilidad social se convierte en un chantaje para seguir preponderando el consumismo (no el consumo) y los beneficios de valor agregado que se encuentran implícitos en cada una de las actividades “empresariales” o “comerciales”. Esto exacerba al máximo la generación de cadenas CONSUMISTAS, mutación de las cadenas productivas (un símil de las cadenas alimenticias) y la evidencia innegable de que los Estados mutan hacia Estados de Consumo.

El tema particular de la solidaridad y la responsabilidad social es importantísimo porque plantea y cuestiona de manera ontológica, o sea de génesis, o sea de origen, una de las preguntas fundamentales que nos hemos hecho durante toda la historia de la humanidad: ¿El hombre por naturaleza es bueno o es malo?

¡Qué coincidencia!, los Panamá Papers, nos ejemplifican de manera innegable para que sirven las sociedades intermedias o instituciones altruistas o solidarias de la mano del concepto de la responsabilidad social o la solidaridad en la era de las sociedades de consumo.