Quienes hoy nos llamamos priistas lo hacemos orgullosos, conscientes de los aciertos y errores que ha tenido el partido. Fácil habría sido huir después de los resultados del año pasado; pero eso implicaría que nuestras convicciones dependen de un cargo o de los beneficios de estar en el poder: nada más falso.
Los que nos quedamos, hoy en este lado llamado “la oposición”, tenemos una doble responsabilidad:
Hacia el interior, hay que señalar lo que se hizo mal para cambiarlo, a sabiendas de que nuestros cimientos servirán para levantar nuevas columnas. Hacia el exterior, en cambio, tenemos que defender nuestra postura con argumentos, inspirados por los ideales y principios de nuestro partido.
El PRI es el partido con más experiencia en el ejercicio de gobierno: sus resultados superan con creces las buenas intenciones de cualquier otro. Por ello, sabemos que las promesas de campaña y los buenos deseos encuentran obstáculos en el camino: las piedras de la realidad.
Así, estamos seguros de que la estabilidad del país y el bienestar de los ciudadanos no deben arriesgarse por ninguna razón, mucho menos por un capricho. Si bien en política hay que hacer sacrificios, para que valgan la pena deben tener beneficios mayores a futuro; y la única forma de garantizarlo es teniendo una estrategia.
Ser oposición no significa llevar la contraria por todo y ante todo. Hacer esto implicaría anular la capacidad de reflexión en nombre de un berrinche infantil. Ser oposición significa ser un observador participante, un actor propositivo y un crítico oportuno de las decisiones erróneas de quienes detentan el poder.
Ningún mexicano, sin importar el partido a quien apoye, está en desacuerdo con eliminar la corrupción, combatir la inseguridad o erradicar la desigualdad. Pero no se puede utilizar al Estado como una herramienta a disposición de las ocurrencias del titular del Ejecutivo mediante ejercicios de ensayo y error.
Congruentes con este postulado, la bancada del PRI en la Cámara de Diputados ha contribuido con sus argumentos y su visión en la búsqueda de acuerdos para favorecer a las y los mexicanos.
Mientras en otras latitudes, banderas e ideologías dividen a sus pueblos, los mexicanos hemos permanecido unidos; cuando otros se han debatido en guerras civiles, el PRI ha tomado las decisiones adecuadas para generar estabilidad, certidumbre y tranquilidad, que se traducen en mejores condiciones de vida para la ciudadanía.
Las propuestas de Morena han intentado responder a legítimos intereses ciudadanos, pero basta con ver sus formas para entender por qué la oposición se resiste a su aprobación: es claro que en ellas se privilegia la simulación sobre los cambios de fondo en favor de la ciudadanía.
Como priista, respetuoso de las instituciones, considero que cada gobierno tiene la libertad y facultad de decidir la forma en que visualiza y organiza la Administración Pública, por supuesto, promoviendo la sana convivencia democrática en un clima de respeto.
Antier, el PRI votó a favor en lo general y en lo particular el proyecto de la Guardia Nacional; con ello, sin más, se acusó al partido de haber pactado, incluso de haberse “vendido” a Morena: una perspectiva muy alejada de la realidad.
En reiteradas ocasiones se ha demostrado que en la batalla de las ideas, el PRI no sólo está presente, sino que asume un rol protagónico. Lo hizo al otorgar un voto favorable a la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos, por estar de acuerdo con su esencia, sin dejar de exponer sus críticas y preocupaciones sobre dicha legislación. Por ejemplo, que era susceptible de desencadenar una serie de controversias constitucionales, o que requería ser actualizada para contemplar los órganos autónomos creados por la Reforma Político Electoral del 2014.
La misma situación se presentó en el debate sobre la Guardia Nacional. Sin duda, los 30 millones de votos que consiguió López Obrador le otorgan la legitimidad suficiente para decidir cuál es la visión y la forma más conveniente para organizar su gobierno; tal y como se le permitió, en su momento, al expresidente Enrique Peña Nieto y a quienes lo antecedieron.
Debemos tener muy claro que el hecho de que el PRI haya otorgado los votos favorables que necesitaba Morena para avalar la Guardia Nacional en nuestra Constitución, de ninguna manera nos exime de vigilar la ley orgánica que dará vida administrativa y operativa a la propia organización.
El PRI ha demostrado que sabe ser una oposición responsable, congruente e inteligente.
Desde la presentación de la iniciativa, atendiendo las voces de la sociedad civil, nuestro partido pugnó porque se introdujera al Dictamen la figura de un mando civil, por constituir una de las principales críticas vertidas durante los foros de discusión.
Respaldar el proyecto no nos convierte, de ninguna forma, en paleros del nuevo gobierno; por el contrario, nos otorga la suficiente legitimidad para expresarnos libremente al denunciar los desaciertos que cometa el partido mayoritario en el Congreso de la Unión.
Como partido de oposición no seremos un peso muerto, ni vamos a darle a López Obrador la posibilidad de victimizarse al señalarnos como el obstáculo de sus decisiones: no seremos aludidos por su ya famosa frase “es que no me dejaron gobernar”.
Al contrario, no habrá cabida para ningún pretexto, porque el Partido Revolucionario Institucional pintará de cuerpo entero a todos aquellos que detentan el poder en la actual administración: un gobierno que “no tiene derecho a fallar”.
En poco más de 40 días nos hemos dado cuenta de que anhelaban tanto estar al frente del país, que una vez que lo consiguieron, olvidaron su verdadero propósito: gobernar de la mejor forma posible para todas y todos los mexicanos. Han demostrado que no están a la altura.
La aprobación de la Guardia Nacional en la Cámara de Diputados deja un balance positivo para los priistas.
En primer lugar, es claro que seguiremos teniendo un rol protagónico en la toma de las mejores decisiones para los mexicanos.
En suma, el PRI ha hecho evidente que Morena no puede ni debe conducirse con una visión unipersonal: necesita abrirse al diálogo, a la discusión y el intercambio de ideas sobre los temas de relevancia nacional.
En esta etapa, en la que nos toca ser oposición, señalaremos y nos opondremos a las ocurrencias que dañen la vida pública del país, pero que nadie se sorprenda que apoyemos una propuesta surgida desde debate y el consenso entre las distintas fuerzas políticas.
Hoy más que nunca, ha quedado claro que la nación demandará a quienes no cumplan con su obligación, ya sea desde el gobierno, o desde la oposición. ¿Estamos listos?
Alberto Rubio Canseco @Alberto_Rubio