A punto de cumplirse el primer aniversario de la matanza de Tlatelolco, el presidente Gustavo Díaz Ordaz exacerbaba su obsesión por el espionaje. A finales de junio de 1969, el mandatario se enteró de la llegada a México de The Doors. Su propio hijo, Alfredo, apodado Alfredazo por don Gustavo, era un enamorado de la banda gringa y quería que su ídolo Jim Morrison cantara en su cumpleaños.
The Doors vendría a México, para presentarse a finales de junio en el Forum, club nocturno de niños popis ubicado en la colonia Del Valle. La carrera artística de la banda había caído recientemente en un cráter, porque a Jim Morrison se le ocurrió mostrar su miembro viril en un concierto de Miami. Por eso les cancelaron sus contratos y el cantante estuvo a punto de ser condenado a siete años de prisión. Así, los Doors que venían a México lo hacían con la moral muy baja, en la quiebra y abiertos a cualquier negociación.
Alfredazo le había planteado a su papá la idea de regalarle una villa a Jim Morrison en los acantilados del fraccionamiento Las Playas de Acapulco y darle una especie de pensión vitalicia, para que se viniera de por vida a México. Morrison ya le daba vueltas a la idea de abandonar la banda y dedicarse de lleno a escribir poemas en cualquier lugar que no fuera EUA ¿Qué le pedirían a cambio al cantante de The Doors? Unas declaraciones personales, promovidas a todo lo alto por la prensa norteamericana y de Europa, donde elogiara la gestión presidencial de Gustavo Díaz Ordaz y sugiriese que el comunismo patrocinaba el movimiento estudiantil de México.
Lo cierto es que el Jim Morrison que llegó a México era casi un remedo de lo que había sido dos o tres años atrás: gordo, barba desaliñada, indiferente y adicto. No obstante, los cuatro conciertos de The Doors fueron un éxito.
Trasladaron a la banda a Los Pinos, supuestamente a la fiesta de cumpleaños del hijo del mandatario. Los recibió Alfredazo con un traje impecable comprado en Carnaby Street, pero en huaraches y flanqueado por varias gringas semidesnudas. Fue en el clímax de esa fiesta psicodélica cuando Alfredazo le ofertó a Morrison las prebendas a cambio de su respaldo a las políticas represoras de su papá. Morrison dijo que lo pensaría dos veces porque tendría que convencer antes a su pareja, Pamela Courson de venirse ambos a vivir a México.
Sin embargo, en algún instante de la fiesta, el Presidente se apersonó en bata de dormir en la sala donde se celebraba el desenfreno y se atizaban, recriminando directamente a Jim Morrison. Don Gustavo mentaba madres contra los subversivos que acampaban a un lado de su dormitorio. Lo que se sabe es que Jim Morrison se incorporó del sillón donde estaba repantingado, se paró enfrente de un retrato de don Venustiano Carranza, flexionó las rodillas y meó largamente contra la pared.