Como lector de Bernal Díaz del Castillo -La historia verdadera de la conquista de la Nueva España-, siempre pensé que era necesario revisar y hacer presentes algunos episodios oscuros como los referidos a las primeras aproximaciones de los españoles a lo que serían las costas mexicanas, las primeras batallas anteriores a la toma de México Tenochtitlan en 1521. Las incursiones de Juan de Grijalva en 1518 (derrotado en algunas batallas por grupos locales de Yucatán y Tabasco), las historias de Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, y la historia de Hernán Cortés, que no era ningún conquistador intrépido, un héroe que llegara a ciegas a adentrarse a tierras desconocidas. Por el contrario, era alguien que antes de embarcarse a la costa mesoamericana había vivido en Cuba desde 1504 (con un regreso a España), por tanto, su “aventura de conquista” se trataba de un plan con plena conciencia amparada en un inicio por el gobernador Diego Velázquez (que había patrocinado a Francisco Hernández de Córdoba y Pedro de Alvarado anteriormente). Asimismo la batalla de Centla donde, como resultado de la derrota tabasqueña, la Malinche o Malintzin fue entregada a Hernán Cortés junto con una veintena de mujeres más, personaje que jugaría un papel fundamental de traductora y comunicación junto con Aguilar en el proceso de “conquista”.

Registrar con detalle tales acontecimientos previos a la llegada de Cortés a Veracruz para iniciar desde allí el ascenso hacia el centro y ejecutar la caída del imperio azteca y así el inicio de la construcción de lo que devendría la nación mexicana, es de importancia para conocer el origen de la mexicanidad. Por supuesto, leer a Díaz del Castillo, a Hernán Cortés, a Miguel León Portilla o Edmundo O’Gorman y los documentos de la época, contribuye a dilucidar esa noción. Recién he descubierto un libro magnífico, Moctezuma. Apogeo y caída del imperio azteca, del historiador belga Michel Graulich.

La remembranza de la Batalla de Centla realizada el 25 de marzo pasado por el presidente de la república no debe sorprendernos. Quienes hemos seguido, estudiado y aun apoyado la lucha social y el desarrollo político de López Obrador, sabemos de su auténtico interés por la historia. Desde siempre ha puesto temas a revisar, actualizar, estudiar, debatir, ratificar o reinterpretar. Trátese de momentos, personajes o ideas. La Independencia, la Reforma, la Revolución. La confrontación entre liberales y conservadores, la desigualdad social, la no reelección, etcétera. Héroes y villanos, Hidalgo, Morelos, Guerrero, Iturbide, Santa Anna, Benito Juárez, Ignacio Comonfort, Melchor Ocampo, Porfirio Díaz, los hermanos Flores Magón, Francisco y Gustavo Madero, Pino Suárez, Abraham González, Felipe Ángeles, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Lázaro Cárdenas, etcétera. Y aunque Enrique Krauze ha sido crítico e incluso ironizado con “El presidente historiador” (Letras Libres; 02-10-19), no deja de registrar ese indudable interés. Compartido a la vez por su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, responsable del discurso en Centla, Tabasco.

Al parecer nada de la historia nacional ha escapado a su atención e interés. Y contrariamente a quienes dicen que su educación obedece solamente a la pública, la establecida por el Estado mexicano postrevolucionario, priista, nacionalista (la “jaula de la melancolía” propuesta por Roger Bartra), en realidad pugna por una revisión.

Ahora, con el hecho de solicitar el perdón de la Corona Española como un punto de partida para la reconciliación por las atrocidades cometidas durante el proceso de la conquista en contra de los nativos -no por el hecho de la llamada conquista, sino por sus métodos y sus consecuencias-, se ha alborotado de nuevo el aletargamiento soso y comodino de quienes dan por sentada la interpretación de la historia de una vez y para siempre, y apuestan por el olvido.

En vez de tener a un presidente que no lee los periódicos porque lo ponen de mal humor o que no ha leído tres libros en su vida, qué bueno que el país tenga a uno que sacude la inercia y pone a seguidores y adversarios y aun a los extranjeros a revisar los orígenes de la caída del universo prehispánico, la fundación del nuevo mundo y el desarrollo del estado mexicano.

Por lo mismo, con tal de llegar a una visión satisfactoria para todos y para cada uno hacia 2021 –es decir, cada quién su visión si es imposible arribar a una interpretación colectiva-, es importante entrarle a la lectura de los datos, el análisis comparativo de las distintas interpretaciones –conquista, encuentro, invención de América- justo dos años antes del aniversario 700 de la fundación de México Tenochtitlan, 1321 (aproximado); 500 de la caída y fundación de México, 1521; y 200 de la Independencia, 1821 (lo que implicaría reconocer, sin duda, la aportación de Agustín de Iturbide en el proceso). Es decir, 2021 tendría que ser un año capital, fundamental para realizar una justa recordación y celebración que tenga la seriedad y la responsabilidad de que carecieron, bajo el gobierno panista, el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, que fueron de fantasía y para el olvido. Entremos con gusto a este proceso entonces, a la polémica y al debate sobre la historia de México y los mexicanos. 

P.d. Mi videocolumna sobre el tema: