El motor de fondo que anime y acompañe una revolución social no tiene que estar necesariamente en la teoría de libros densos o en las experiencias fallidas del comunismo o el “socialismo realmente existente”. Marx, Engels, Lenin, Mao, Fidel o El Che. La lírica de la salsa y la canción de protesta latinoamericana pudieran contener un poder incendiario mayor.

Sin embargo, las cosas pueden complicarse cuando salseros y trovadores entran en debate en torno a la política pragmática. Venezuela, como caso.

El 19 de febrero, el salsero Rubén Blades hizo un pronunciamiento en su página virtual en el cual lamenta que Venezuela esté “tristemente polarizada” por las intransigentes fuerzas del gobierno y de la oposición. Atribuye insuficiente claridad y sagacidad a Nicolás Maduro y falta de carisma y programa a Henrique Capriles. Propone que los estudiantes (los ve como bloque homogéneo) elaboren una “agenda de vida” y se la planteen a ambos grupos como un nuevo programa.

El mismo día, Nicolás Maduro respondió de manera respetuosa y con afecto al salsero y ex funcionario panameño. Luego de atribuirle una información superficial basada en los noticieros “hispanos” de los Estados Unidos (expertos, sí, en la distorsión) dijo que el proceso que sugiere no puede ser, porque ese ya se hizo y está en el poder desde que la juventud se uniera a Hugo Chávez como proyecto alternativo al anterior bipartidismo. Hizo referencia al repertorio salsa-revolucionario de los inicios Blades, presumiendo que podría cantar cualquiera de sus canciones (a la Chávez, que cantaba rancheras mexicanas) como la que habla de “Pablo Pueblo”, que hacía del “hambre una almohada y se acostaba triste de alma”, asegurándole que este hombre es hoy poder en Venezuela. En fin, lo invitó a atestiguar lo dicho, porque esa revolución se hizo con su canto.

De vuelta a la página de Blades, éste contesta a Maduro el 21 en una carta declinando la invitación y aclarando que está bien documentado y defiende la congruencia de sus canciones pasadas con su perspectiva presente. Con base en un texto de Lenin acusa a la izquierda de infantilismo, de no saber leer con objetividad las circunstancias a la hora de tomar decisiones como en el caso venezolano ahora, pues aunque reconoce el papel de Hugo Chávez (y las 18 elecciones ganadas del chavismo; dato meritorio, ¿cierto?), la realidad de hoy sugiere que Maduro escuche y no se imponga a una sociedad dividida bajo la consigna revolucionaria de “Patria o muerte”. Y plantea su ideal de revolución social:

“… la verdadera revolución social es la que entrega mejor calidad de vida a todos, la que satisface las necesidades de la especie humana, incluida la necesidad de ser reconocidos y de llegar al estado de auto-realización, la que entrega oportunidad sin esperar servidumbre en cambio. Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido todavía con ninguna revolución.”.

La carta y el concepto de revolución de Blades suben a la escena nada menos que a Silvio Rodríguez. Vamos a su blog, Segunda Cita y se lee “¡Qué fallo!”, una respuesta a la carta de Blades a Maduro.

El texto es terminante: en ninguna revolución ocurrirá el sueño del salsero. “Las verdaderas revoluciones son siempre difíciles... Una revolución es un vuelco, una ruptura, un abrupto cambio de perspectiva… los opresores no se resignan a abandonar sus posiciones de dominio y luchan a vida o muerte por ellas, aunque aparentemente, los ‘otros’ sean sus connacionales: enseguida se enajenan de la mayoría del pueblo, porque las revoluciones –no los golpes de estado– siempre son obra de la mayoría”. La verdadera revolución, pues, “no es una tranquila, pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de la alta sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia.”. Tampoco una “fiesta de cumpleaños”.

El argumento central es que la revolución latinoamericana cantada en las canciones juveniles de Blades (y por trovadores como Silvio) pasaría no sólo por un enfrentamiento contra las oligarquías nacionales, en la versión chavista, también contra la pretensión hegemónica del imperio estadounidense al cual se opuso Simón Bolívar con su sueño de integración y unidad sudamericana recuperado por Hugo Chávez.

Y lo que hizo Bolívar no fue gritar Patria o Muerte, sino firmar “un decreto de guerra a muerte para los enemigos de la patria”. Nada es fácil. Y se pregunta el autor:

“Entonces, ¿el intento de realizar el sueño de Bolívar no es el proceso integrador que emprendió Chávez, y que enfrenta a un imperio que nos quiere divididos, sino que únicamente servirá para mover el culo bailando salsa?”.

Es decir, reducir la retórica musical de Rubén Blades al culo movido y satisfecho de placer por el ritmo y los oídos aturdidos.

Añade que recuerda al salsero venezolano Oscar de León y su enorme éxito en Cuba y cómo éste antes de salir hacia Miami besó la tierra de la cual abjuraría semanas después cuando los empresarios derechistas del disco lo acusaron de comunista y amenazaron de no grabarle de nuevo. Como dirían los gringos y para seguir a tono, Oscar tuvo que “kiss ass”.

 Alguien que no salió a “kiss ass”, como Benny Moré, “que era el mejor cantante de América Latina, la RCA Víctor no le grabó un disco más cuando decidió quedarse a vivir y a cantar en la Cuba revolucionaria”. (Cuestión subjetiva, para mi gusto, el mejor bolerista vino a México, Celio González; en todo caso, Moré murió muy joven, alcoholizado, en febrero de 1963, apenas si vivió la revolución). En cambio, alguien más, la gran Celia Cruz, sí se fue a “kiss ass” y hacer mover el bikini a todos los bellos traseros dorados o morenos de Miami y a los poco o nada apetecibles también.

La prensa internacional cometió un error y atribuyó el texto anterior a Silvio Rodríguez, señalando que había atacado o se había ido contra Blades porque el escrito había sido subido a su blog el 24 de febrero por “Silvio”. El 2 de marzo, un casi aliviado Blades publicó con urgencia en su página, en twitter y facebook, que le informaban que el alegato referido no era de Silvio sino autoría del escritor Guillermo Rodríguez Rivera, asiduo colaborador del blog; quien señala, además, que en los 70 él y Silvio se encantaban de hallar en Blades y Willy Colón “una salsa patriótica”.

Sin embargo, Silvio se había tomado su tiempo para aclararlo. Y por su perfil y trayectoria y la relación Venezuela-Cuba habría que presumir mayor cercanía de Silvio a Maduro que a Blades. Aunque éste diga compartir un “alma” con aquél.

Una revisión a los más de 200 comentarios a la entrada del blog muestra varios del propio Silvio. Uno muy interesante plantea una variante: “Patria y Vida”; otro, que reconoce a Venezuela como país dividido, pero que la oposición debe dar la oportunidad de gobernar a quien ganó las elecciones: simple, sin retórica; uno más, que no hay revolución perfecta y que se inclina por la “revolución bolivariana” porque “las revoluciones verdaderas se conocen por defender los intereses de la mayoría sufriente, y nos parece que ése es el legado del Presidente Chávez”. Por otro lado, califica de irresponsable a la prensa que tergiversa cuestiones como esta de que se le ha ido al cuello a Blades.

La situación de Venezuela ha despertado una viva polémica entre los polos de la derecha y la izquierda. Y siempre es complejo encontrar el medio, el balance entre la posible dictadura “socialista” y la arrogancia, la crueldad y el despojo abusivo del capitalismo salvaje disfrazado de democracia. Lo que llama la atención es que la discusión mayor no esté en la voz de los intelectuales sino en la de músicos y artistas de amplio fundamento social como Rubén Blades y Silvio Rodríguez.

Y aunque participen intelectuales puros o académicos en la discusión, no tendrán la repercusión que fenómenos de masas como Blades o Silvio puedan alcanzar (basten “Pedro Navajas” y “Ojalá”; el cubano es excepcional y sus ejemplos musicales son interminables, tanto, que lo celebran hasta los derechosos y los criminales), ni serían asimismo escuchado por los políticos (Víctor Jara, en Chile, fue escuchado y asesinado).

Queda siempre la nostalgia de pensar en México, donde no existen músicos del calibre de Rodríguez y Blades (musicalmente, la salsa y la trova nunca arraigaron ni tuvieron buenos frutos), ni en lo intelectual ni en lo político ni en su ánimo de expresarse ni en su repercusión entre los hombres del poder. Y los pocos que hay enfrentan siempre el dilema ¿show o política? Pues domina la idea de que el músico debe ser apolítico.

Oscar Chávez habló alguna vez, pero no hay más. En 2006, 2012 y en el proceso de privatización de las riquezas energéticas del país, por ejemplo, la tónica prevaleciente ha sido el silencio, tal vez la nada; pues hay nada.

Y por más que pienso en el compromiso político de los intérpretes mexicanos (excepto los notables casos de participación de innumerables actores e intérpretes pero sin el peso suficiente como para ser escuchados e influir, que más que su falta, lo es del poder mexicano que es sordo), no me viene a la memoria más que Juan Gabriel cantando y moviendo el trasero en apoyo al candidato priista Labastida en su lamentable campaña electoral del 2000.

Demasiada pesadumbre terminar con la frase anterior. Mejor imaginar que, en medio de la desolación y la vacuidad de los pueblos iletrados, tanto la salsa (género superior a la cumbia, el merengue, la quebradita, o cualquier otra canción bailable de hoy) como la canción a la Silvio, además del cuerpo y su apéndice, tengan el poder de hacer mover el pensamiento. ¿Por qué no?